Homilía de la Misa en Santa Marta
En la Carta a los Romanos (14,7-12) San Pablo exhorta a no juzgar y a no despreciar al hermano, porque nos llevaría a excluirlo de nuestro grupo, a ser selectivos, y eso no es cristiano. Cristo, con su sacrificio en el Calvario, une e incluye a todos los hombres en la salvación. En el Evangelio (Lc 15,1-10) se acercan a Jesús los publicanos y pecadores, es decir, los excluidos, todos los que estaban fuera, mientras que los escribas y fariseos se quedan murmurando. La actitud de los escribas y fariseos es la misma, excluyen: Nosotros somos los perfectos, nosotros seguimos la ley. Esos son pecadores, son publicanos. Pero la actitud de Jesús es incluir. Hay dos caminos en la vida: la senda de la exclusión de las personas de nuestra comunidad, y la senda de la inclusión. La primera puede ser pequeña, pero es la raíz de todas las guerras: todas las calamidades, todas los conflictos, comienzan con una exclusión. Se excluye de la comunidad internacional, pero también de las familias, de los amigos… ¡Cuántas peleas! Y el camino que nos hace ver Jesús, que nos enseña Jesús, es completamente distinto, contrario al anterior: incluir.
No es fácil incluir a la gente porque hay resistencia, está esa actitud selectiva. Por eso Jesús cuenta dos parábolas: la de la oveja descarriada y la mujer que pierde una moneda. Tanto el pastor como la mujer hacen de todo para encontrar lo que han perdido. Y cuando lo logran, se ponen muy contentos. Están llenos de alegría porque han encontrado lo que estaba perdido y van a los vecinos, a los amigos porque están tan felices: ¡Lo he encontrado! Ese es el incluir de Dios, contra la exclusión del que juzga, del que echa a la gente, a las personas: No, a ese no, a ese no, a ese no…, y acaban haciendo un pequeño círculo de amigos, creando su ambiente. Es la dialéctica entre exclusión e inclusión. Dios nos ha incluido a todos en la salvación, ¡a todos! Ese es el principio. Nosotros, con nuestras debilidades, con nuestros pecados, con nuestras envidias y celos, siempre tenemos esa actitud de excluir que –como he dicho– puede acabar en guerra.
Jesús hace como el Padre, que le envió a salvarnos: nos busca para incluirnos, para ser una familia. Pensemos un poco y, al menos, hagamos nuestro pequeño propósito de no juzgar jamás: Pero, es que ese ha hecho esto… Dios lo sabe: es su vida, pero no lo excluyo de mi corazón, de mi oración, de mi saludo, de mi sonrisa y, si se presenta la ocasión, le digo unas palabras amables. Nunca excluir, ¡no tenemos derecho! ¿Y cómo acaba Pablo la lectura de hoy?: Todos vamos a comparecer ante el tribunal de Dios… Cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta de sí mismo a Dios. Si yo excluyo, un día estaré delante del tribunal de Dios y tendré que dar cuenta de mí mismo. Pidamos la gracia de ser hombres y mujeres que incluyen siempre, siempre, con la medida de la sana prudencia, pero siempre. No cerrar las puertas a nadie, siempre con el corazón abierto: Me gusta, no me gusta, pero el corazón está abierto. Que el Señor nos dé esta gracia.