La conversión es una tarea diaria

Homilía de la Misa en Santa Marta

Para el cristiano la conversión es una tarea diaria, un trabajo de todos los días. Como dice San Pablo a los Romanos (6,19-23), para pasar del servicio de la iniquidad a la santificación, debemos esforzarnos diariamente.

San Pablo usa la imagen del deportista, del hombre que se entrena para prepararse al partido y hace un esfuerzo grande. Y dice: “Pero se éste, para vencer un partido hace este esfuerzo, entonces nosotros, que debemos llegar a la victoria grande del Cielo, ¿qué haremos?”. San Pablo nos exhorta mucho a ir adelante en ese esfuerzo. Ah, Padre, ¿entonces podemos pensar que la santificación viene por el esfuerzo que yo haga, igual que la victoria en el deporte viene por el entrenamiento? No. El esfuerzo que hagamos nosotros, ese trabajo diario de servir al Señor con nuestra alma, con nuestro corazón, con nuestro cuerpo, con toda nuestra vida, solo abre la puerta al Espíritu Santo. ¡Es Él quien entra en nosotros y nos salva! ¡Él es el don en Jesucristo! De lo contrario, pareceríamos faquires: no, no somos faquires. Nosotros, con nuestro esfuerzo, abrimos la puerta.

Una tarea difícil porque nuestra debilidad, el pecado original, el diablo siempre nos tiran para atrás. El autor de la Carta a los Hebreos nos advierte contra esa tentación de “marcha atrás”, de no ir atrás, no ceder. Hay que ir hacia adelante siempre: un poco cada día, incluso cuando haya una gran dificultad. Hace algunos meses, encontré a una mujer. Joven, madre de familia –una hermosa familia– que tenía  cáncer. Un cáncer malo. Pero ella se movía con felicidad, hacía como si estuviese sana. Y hablando de esa actitud, me dijo: ¡Estoy poniendo todo de mi parte para vencer el cáncer! Así el cristiano. Nosotros que hemos recibido este don en Jesucristo y hemos pasado del pecado, de la vida de la iniquidad a la vida del don en Cristo, en el Espíritu Santo, debemos hacer lo mismo. Cada día un paso. Cada día un paso.

Hay algunas tentaciones, como las ganas de murmurar contra alguien. Y en ese caso hay que esforzarse para callarse. O bien, nos viene un poco de sueño y no tenemos ganas de rezar, pero luego rezamos un poco. Partir de las cosas pequeñas. Nos ayudan a no ceder, a no ir para atrás, a no volver a la iniquidad sino a ir adelante hacia ese don, a esa promesa de Jesucristo que será propiamente el encuentro con Él. Pidamos al Señor esta gracia: ser valientes en este entrenamiento de la vida hacia el encuentro, porque hemos recibido el don de la justificación, el don de la gracia, el don de lo Espíritu en Cristo Jesús.