Homilía de la Misa en Santa Marta
La hipocresía no tiene color, más bien juega con las medias tintas. Se insinúa y seduce en claroscuro, con el encanto de la mentira. El Evangelio de hoy (Lc 12,1-7) nos muestra a Jesús con sus discípulos entre miles y miles de personas que se agolpaban hasta pisarse unos a otros, y la advertencia de Cristo a los suyos: Cuidado con la levadura de los fariseos. Es una cosa pequeñísima la levadura pero, por cómo lo dice Jesús, parece que dijera virus. Como un médico que advierta a sus colaboradores que tengan cuidado con los riesgos de un contagio. La hipocresía es ese modo de vivir, de actuar, de hablar que no es claro. Quizá sonríe, quizá está serio… No es ni luz ni tinieblas… Se mueve de manera que parece no amenazar a nadie, como la serpiente, pero tiene el encanto del claroscuro. Tiene ese encanto de no tener las cosas claras, de no decir las cosas claramente; el encanto de la mentira, de las apariencias… A los fariseos hipócritas, Jesús también les decía que estaban llenos de sí mismos, de vanidad, que les gustaba pasearse por las plazas haciendo ver que eran importantes, gente culta…
Pero Jesús tranquiliza a la gente: No temáis, afirma, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Como diciendo que esconderse no ayuda, aunque la levadura de los fariseos lleve a la gente a amar más las tinieblas que la luz. Esa levadura es un virus que enferma y te acaba matando. ¡Cuidado! Esa levadura te lleva a las tinieblas. ¡Atención! Pero hay uno que es más grande que todo esto: es el Padre que está en el Cielo. ¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Y luego, la exhortación final: No tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Ante todos esos miedos que nos meten acá y allá, y que nos da el virus y la levadura de la hipocresía farisaica, Jesús nos dice: Hay un Padre, un Padre que os ama, un Padre que cuida de vosotros.
Y solo hay un modo para evitar el contagio. Es el camino indicado por Jesús: rezar. Es la única solución para no caer en esa actitud farisaica, que no es ni luz ni tinieblas, sino que está a mitad de un camino que jamás llegará a la luz de Dios. Recemos, y recemos mucho. Señor, protege a tu Iglesia, que somos todos nosotros: protege a tu pueblo, ese que se había reunido y se pisaba entre sí. Protege a tu pueblo, porque amas la luz, la luz que viene del Padre, que viene de tu Padre, que te envió para salvarnos. Protege a tu pueblo para que no se vuelva hipócrita, para que no caiga en el sopor de la vida. Protege a tu pueblo para que tenga la alegría de saber que hay un Padre que nos quiere mucho.