Homilía de la Misa en Santa Marta
En el Evangelio de hoy (Lc 11,15-26), Jesús expulsa un demonio, hace el bien, está entre la gente que le escucha y reconoce su autoridad, pero hay también quien le acusa. Estaba otro grupo de personas que no le querían e intentaban siempre interpretar las palabras de Jesús y sus actitudes de modo diverso, contra Jesús. Algunos por envidia, otros por rigideces doctrinales, otros porque tenían miedo de que viniesen los romanos y formaran un estropicio; por tantos motivos buscaban alejar la autoridad de Jesús del pueblo incluso con la calumnia, como en este caso. Este expulsa los demonios por medio de Belcebú. Es un endemoniado. Hace magia, es un brujo. Y continuamente lo ponía a prueba, le ponían delante trampas para ver si caía.
Por eso debemos cuidar dos cosas: el discernimiento y la vigilancia. Saber discernir las situaciones: lo que viene de Dios y lo que viene del maligno que siempre intenta engañar, hacernos escoger un camino equivocado. El cristiano no puede estar tranquilo de que todo vaya bien, debe discernir las cosas y mirar bien de dónde vienen, cuál es su raíz.
Y luego la vigilancia, porque en un camino de fe las tentaciones siempre vuelven, el mal espíritu nunca se cansa. Si ha sido expulsado, tiene paciencia, espera para volver, y se le deja entrar se cae en una situación peor. De hecho, antes se sabía que era el demonio el que atormentaba. Después, el Maligno está escondido, viene con sus amigos muy educados, llama a la puerta, pide permiso, entra y convive con aquel hombre su vida ordinaria y, gota a gota, da las instrucciones. Con esta modalidad educada el diablo convence para hacer las cosas con relativismo, tranquilizando la conciencia. ¡Tranquilizar la conciencia! ¡Anestesiar la conciencia! Y eso es un gran mal. Cuando el mal espíritu logra anestesiar la conciencia, se puede hablar de una auténtica victoria suya, se hace el dueño de aquella conciencia: ¡Y esto pasa en todas partes! Sí, a todos, todos tenemos problemas, todos somos pecadores, todos… Y en ese ‘todos’ está el ‘ninguno’: ‘todos, pero yo no’. Y así se vive esa mundanidad que es hija del mal espíritu.
Así pues, vigilancia y discernimiento. Vigilancia. La Iglesia nos aconseja siempre el ejercicio del examen de conciencia: ¿qué ha pasado hoy en mi corazón? ¿Ha venido ese demonio educado con sus amigos? Discernimiento. ¿De dónde vienen los comentarios, las palabras, las enseñanzas, quién dice eso? Discernir i vigilar, para no dejar entrar al que engaña, al que seduce, al que cautiva. Pidamos al Señor esta gracia, la gracia del discernimiento y la gracia de la vigilancia.