Homilía de la Misa en Santa Marta
Una madre valiente, con marido y tres hijos, con menos de 40 años y un tumor de esos feos que la clava a la cama. ¿Por qué? Una mujer anciana, una persona con la oración en el corazón y con un hijo asesinado por la mafia. ¿Por qué?
Es la gran pregunta que, como una cuchilla, corta los pensamientos de tanta gente cuya fe convencida, arraigada, se pone a dura prueba por los dramas de la vida. ¿Por qué pasa esto? ¿Qué sacamos nosotros —es el grito del Profeta Malaquías (3,13-20a)— con guardar los mandamientos de Dios, mientras que los soberbios, incluso haciendo el mal, se multiplican y, hasta provocando a Dios, quedan impunes? Cuántas veces vemos esta realidad en gente mala, en gente que hace daño y que parece que en la vida le va bien: son felices, tienen todo lo que quieren, no les falta nada. ¿Por qué, Señor? Es uno de tantos porqués… ¿Por qué a ese que es un descarado al que no le importa nada ni de Dios ni de los demás, que es una persona injusta e incluso mala, le va bien todo en su vida, tiene todo lo que quiere, y nosotros, que queremos hacer el bien, tenemos tantos problemas?
La respuesta a este porqué la tenemos en el Salmo de hoy (Salmo 1), que proclama dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, sino que su gozo es la ley del Señor. Ahora no vemos los frutos de la gente que sufre, de esa gente que lleva la cruz, como tampoco aquel Viernes Santo y aquel Sábado Santo se veían los frutos del Hijo de Dios Crucificado, ni de sus sufrimientos. Y todo lo que haga, saldrá bien. ¿Y qué dice el Salmo de los malos, de esos que nosotros pensamos que les va todo bien? No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal.
Una ruina como recuerda la parábola evangélica de Lázaro, símbolo de una miseria sin esperanza, y del ricachón que le negaba hasta las migajas que caían de su mesa. Es curioso que de ese personaje no se dice ni su nombre. Es solo un adjetivo: era rico. De los malos, en el Libro de la Memoria de Dios, no hay nombre: es un malo, es un ladrón, es un estafador… No tienen nombre, solo tienen adjetivos. En cambio, todos los que procuran ir por el camino del Señor, estarán con su Hijo, que tiene nombre, Jesús Salvador. Aunque sea un nombre difícil de entender, incluso inexplicable por la prueba de la cruz y por todo lo que Él sufrió por nosotros.