Homilía del Papa
Misa en Santa Marta
En la Carta a los Colosenses (1,15-20) San Pablo muestra el carnet de identidad de Jesús, que es el primogénito de Dios —y es Dios mismo— y el Padre lo envió para reconciliar y pacificar a la humanidad con Dios después del pecado. La paz es obra de Jesús, de ese abajarse para obedecer hasta la muerte y muerte de Cruz. Y cuando hablamos de paz o de reconciliación —pequeñas paces, pequeñas reconciliaciones—, debemos pensar en la gran paz y la gran reconciliación que logró Jesús. Sin Él no es posible la paz; sin Él no es posible la reconciliación. Nuestro deber, en medio de las noticias de guerras y de odio —incluso en las familias—, es ser hombres y mujeres de paz, hombres y mujeres de reconciliación.
Nos vendrá bien preguntarnos: ¿Yo siembro paz? Por ejemplo, ¿con mi lengua siembro paz o siembro cizaña? Cuántas veces hemos oído decir de una persona: ¡Tiene una lengua de serpiente!, porque siempre hace lo que hizo la serpiente con Adán y Eva: ¡destruyó la paz! Y esto es un mal, una enfermedad en nuestra Iglesia: sembrar la división, sembrar el odio, no sembrar la paz. Es una pregunta que todos los días nos viene bien hacérnosla: ¿Hoy he sembrado la paz o he sembrado cizaña? —“Pero, a veces, hay que decir las cosas, porque este o aquella…”. ¿Y, con esa actitud, qué siembras tú?
Así que los cristianos estamos llamados a ser como Jesús, que vino a nosotros a pacificar y reconciliar. Si una persona, durante su vida, no hace otra cosa que reconciliar y pacificar, se le puede canonizar: esa persona es santa. ¡Debemos crecer en esto, debemos convertirnos!: jamás una palabra que sea para dividir, nunca una palabra que lleve a la guerra —pequeñas guerras—, jamás murmurar. Yo pienso: ¿qué son las murmuraciones? Nada, decir una tontería contra otro o contar una historia: —“Fulanito ha hecho…”. ¡No! Murmurar es terrorismo porque el que murmura es como un terrorista que tira una bomba y se va, destruye: con la lengua destruye, no hace la paz. ¡Pero es astuto! No es un terrorista suicida; no, no; él se protege bien.
Pues cada vez que te entren ganas de decir algo que sea sembrar cizaña y división o hablar mal de otro… ¡a morderse la lengua! Os lo aseguro: si hacéis este ejercicio de morderos la lengua en vez de sembrar cizaña, al principio se hinchará la lengua, herida, porque el diablo nos lleva a eso ya que es su trabajo, es su oficio: dividir. Señor, tú has dado tu vida, dame la gracia de pacificar, de reconciliar. Tú has derramado tu sangre; pues que no me importe que se me hinche un poco la lengua si me muerdo antes que hablar mal de otros.