Homilía en Santa Marta
El pueblo sigue asombrado a Jesús porque enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas (Mt 7,29). La gente nota cuando un sacerdote —obispo, catequista, cristiano— tiene la coherencia que le da autoridad. Poco antes, Jesús había advertido: guardaos de los falsos profetas (cfr. Mt 7,15). Entonces, ¿cómo discernir los verdaderos profetas de los falsos? ¿Dónde están los auténticos predicadores del Evangelio y dónde los que predican un Evangelio que no es Evangelio?
Hay tres palabras clave: hablar, hacer y escuchar. No todo el que dice “Señor, Señor” entrará en el reino de cielos (Mt 7,21). Esos son los que hablan y hacen, pero les falta la actitud que está precisamente en la base del hablar y del hacer, ¡les falta escuchar! Por eso, sigue Jesús: Quien escucha mis palabras y las pone en práctica… (Mt 7,24). El binomio hablar–hacer no basta, porque muchas veces nos engaña. Jesús lo cambia por otro binomio: escuchar–hacer, poner en práctica: Quien escucha mis palabras y las pone en práctica se parece al hombre prudente que edificó su casa sobre roca (Mt 7,24). En cambio, quien escucha sus palabras pero no las hace suyas —las deja pasar, o sea, ni las escucha en serio ni las pone en práctica— será como quien edifica su casa sobre arena (cfr. Mt 7,26). ¡Y ya sabemos el resultado!
Cuando Jesús advierte a la gente que se guarden de los falsos profetas, añade: por sus frutos los conoceréis (Mt 7,16). Muchas palabras, muchos prodigios, cosas grandes pero no tienen el corazón abierto para escuchar la Palabra de Dios, les da miedo el silencio de la palabra de Dios. Son los falsos cristianos y los falsos pastores. Es verdad que hacen cosas buenas, sí, ¡pero les falta la roca! Les falta la roca del amor de Dios, la roca de la Palabra de Dios. Y sin esa roca no pueden ni profetizar ni construir: es pura fachada, porque al final todo se viene abajo. Son los falsos pastores, los pastores mundanos que hablan mucho, porque temen el silencio, e incluso hacen muchas cosas, pero no son capaces de escuchar, y hacen lo que hablan —sus cosas—, pero no las cosas de Dios.
Recordemos estas tres palabras, que son como una señal: hacer, escuchar, hablar. El que solo habla y hace, no es verdadero profeta, no es cristiano auténtico, y al final todo se cae: porque no está sobre la roca del amor de Dios, no está firme como la roca. Pero quien sabe escuchar y, de la escucha, hace, pone en práctica con la fuerza de la palabra de otro, no la suya, permanece firme, aunque sea una persona humilde y no parezca importante. ¡Cuántos de esos grandes hay en la Iglesia! ¡Cuántos obispos grandes, cuántos sacerdotes grandes, cuántos fieles grandes que saben escuchar y, de la escucha, hacen! Un ejemplo de nuestros días es la Madre Teresa de Calcuta que no hablaba, pero en el silencio supo escuchar, ¡e hizo tanto! No cayeron ni ella ni su obra.
Los grandes saben escuchar y de la escucha hacen, porque su confianza y su fuerza están en la roca del amor de Jesucristo. Que la debilidad de Jesús, que siendo fuerte se hizo débil para hacernos fuertes, nos acompañe en esta celebración y nos enseñe a escuchar y a hacer desde la escucha, y no de nuestras palabras.