Homilía en Santa Marta
Tres palabras se me vienen hoy a la cabeza al considerar estas lecturas de esta misa: Debilidad, oración, perdón.
1. En primer lugar, somos débiles, con una debilidad que todos cargamos tras la herida del pecado original. Somos débiles, caemos en los pecados, no podemos ir adelante sin la ayuda del Señor. Quien se crea fuerte, quien se crea capaz de salir solo adelante, al menos es ingenuo y al final será un hombre derrotado por tantas y tantas debilidades que lleva consigo. La debilidad que nos lleva a pedir ayuda al Señor, ya que en nuestra debilidad nada podemos sin tu ayuda, como acabamos de rezar. No podemos dar un paso en la vida cristiana sin la ayuda del Señor, porque somos débiles. Y el que esté de pie, tenga cuidado de no caer (cfr. 1Cor 10,12) porque es débil. Incluso débiles en la fe. Todos tenemos fe, todos queremos ir adelante en la vida cristiana, pero si no somos conscientes de nuestra debilidad, acabaremos todos derrotados. Por eso, es bonita la oración que dice: Señor, sé que en mi debilidad nada puedo sin tu ayuda.
2. En segundo lugar, oración. Jesús enseña a rezar, pero no como los paganos que pensaban ser escuchados a fuerza de palabras. Recordemos a la madre de Samuel (cfr. 1Sam 1,1-20), que pedía al Señor la gracia de tener un hijo y, rezando, a penas movía los labios. El sacerdote que había allí la miraba y estaba convencido de que estaba borracha, y le regañó. Solo movía los labios (1Sam 1,13), porque no lograba hablar… Pedía un hijo. Se reza así, ante el Señor. Y la oración, como sabemos que Él es bueno y lo sabe todo de nosotros, y sabe las cosas que necesitamos, comenzamos a decir esa palabra: Padre (cfr. Mt 6,9), que es una palabra humana, ciertamente, que nos da vida pero en la oración solo podemos decirla con la fuerza del Espíritu Santo. Comenzamos la oración con la fuerza del Espíritu que reza en nosotros; rezar así, simplemente. Con el corazón abierto en la presencia de Dios que es Padre y sabe de qué cosas tenemos necesidad antes de pedirlas (cfr. Mt 6,8).
3. Finalmente, el perdón. Jesús enseña a los discípulos que si no perdonan las culpas a los demás (cfr. Mt 6,12), tampoco el Padre se las perdonará a ellos. Solo podemos rezar bien y llamar Padre a Dios si nuestro corazón está en paz con los demás, con los hermanos. Pero, ese me ha hecho esto, y aquel me ha hecho lo otro... Perdona. Perdona, como Él te perdonará.
Y así, la debilidad que tenemos, con la ayuda de Dios en la oración, se convierte en fortaleza porque el perdón es una gran fortaleza. Hay que ser fuertes para perdonar pero esa fortaleza es una gracia que debemos recibir del Señor, porque somos débiles, pidiéndosela en la oración.