Homilía de la Misa en Santa Marta
No podemos callar lo que hemos visto y oído, acabamos de escuchar a Pedro y a Juan, en la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles. Pedro y Juan, tras haber hecho un milagro, fueron encarcelados y amenazados por los sacerdotes para que no volvieran a hablar en nombre de Jesús, pero ellos siguen adelante y, cuando vuelven a los hermanos, les animan a proclamar la Palabra de Dios con franqueza. Y piden al Señor que mire sus amenazas y conceda a sus siervos no escapar, sino proclamar con toda franqueza su Palabra. También hoy el mensaje de la Iglesia es el mensaje de la franqueza, de la valentía cristiana. Estos dos, tan simples —como dice la Biblia— y sin formación, tuvieron valor. Una palabra que se puede traducir por valentía, coraje, franqueza, libertad de hablar, no tener miedo a decir las cosas… Es una palabra que tiene muchos significados en el original: parresìa. Y del temor pasaron a la franqueza, a decir las cosas con libertad.
En el Evangelio hemos escuchado el diálogo —un poco misterioso— entre Jesús y Nicodemo, sobre el segundo nacimiento, esa nueva vida distinta a la primera. También aquí, en este itinerario de la franqueza, el verdadero protagonista es el Espíritu Santo, porque es el único capaz de darnos la gracia del valor para anunciar a Jesucristo. Y esa valentía del anuncio es la que nos distingue del simple proselitismo. No hacemos publicidad para tener más socios. Eso no sirve. Lo que el cristiano hace es anunciar con valentía, y ese anuncio de Jesucristo provoca, mediante el Espíritu Santo, el asombro que nos hace ir adelante.
El verdadero protagonista de todo es el Espíritu Santo. Cuando Jesús habla de nacer de nuevo, nos da a entender que es el Espíritu quien nos cambia, quien viene desde cualquier sitio, como el viento: sentimos su voz. Y solo el Espíritu es capaz de cambiarnos de actitud, de cambiar la historia de nuestra vida, de cambiar nuestra pertenencia.
Es el Espíritu quien da la fuerza a estos hombres sencillos y sin instrucción, como Pedro y Juan, el valor para anunciar a Jesucristo hasta el testimonio final: el martirio. El camino del valor cristiano es una gracia que da el Espíritu Santo. Hay muchos caminos que podemos tomar, incluso que nos dan cierto valor. ¡Pero mira qué valiente decisión ha tomado! ¡Y mira ese, qué bien hizo esto o aquello, qué bien!’. Esto ayuda, pero es instrumento de otra cosa más grande: el Espíritu. Si no está el Espíritu, podremos hacer muchas cosas, mucho trabajo, pero no servirá para nada.
La Iglesia, después de Pascua, nos prepara para recibir al Espíritu Santo. Para eso, ahora, en la celebración del misterio de la muerte y Resurrección de Jesús, podemos recordar toda la historia de la Salvación y pedir la gracia de recibir al Espíritu para que nos dé el verdadero valor de anunciar a Jesucristo.