Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Si tenemos caprichos espirituales con Dios, y no somos capaces de aceptar el estilo divino, nos ponemos tristes, y acabamos murmurando. Es un error que hoy cometen tantos cristianos, como nos cuenta la Biblia que le pasó —en su día— al pueblo judío, cuando fue salvado de la esclavitud de Egipto.
Acabamos de leer en el Libro de los Números (21,4-9) el episodio en que los judíos se rebelan, cansados de huir por el desierto, hartos del alimento “sin cuerpo” del maná, y empiezan a murmurar contra Moisés y contra Dios. Muchos acabarán mordidos por serpientes venenosas, y morirán. Solo la oración de Moisés, que intercede por ellos y levanta un estandarte con una serpiente —símbolo de la Cruz en la que colgará Cristo (cfr. Jn 8,28)—, salvará del veneno a quien la mire. También entre los cristianos a veces nos encontramos un poco así, como envenenados ante el descontento de la vida. “Sí, es verdad, Dios es bueno, pero los cristianos… no tanto”. “Cristianos sí, pero…”. Son los que no acaban de abrir el corazón a la salvación de Dios, ¡siempre poniendo condiciones!: “sí, pero…; sí, sí, claro que quiero salvarme, pero… a mi modo...”. ¡Así se envenena el corazón!
Muchas veces, también nosotros decimos que estamos hartos del estilo divino; no aceptamos el don de Dios con su estilo: ¡y ese es el pecado, ese es el veneno! No nos gusta el estilo de Dios, y eso nos envenena el alma, nos quita la alegría y no nos deja avanzar. Sin embargo, Jesús repara ese pecado subiendo al Calvario. Él mismo toma el veneno —el pecado— y es levantado sobre la tierra. Pues bien, esa tibieza del alma, ese ser cristianos a medias —“cristianos sí, pero…”—, ese entusiasmo inicial para seguir al Señor, y que luego nos deja descontentos, solo se cura mirando la Cruz, mirando a Dios que asume nuestros pecados: ¡mis pecados están ahí!
¡Cuántos cristianos mueren hoy en el desierto de su tristeza, de su murmuración, por no querer el estilo de Dios! Miremos la serpiente, el veneno, allí, en el cuerpo de Cristo —el veneno de todos los pecados del mundo—, y pidamos la gracia de aceptar los momentos difíciles, de aceptar el estilo divino de la salvación, de aceptar también ese alimento tan flojo del que se quejaban los judíos, de aceptar las cosas de Dios, de aceptar los caminos por los que el Señor me saca adelante. Que esta Semana Santa —que empieza el domingo— nos ayude a salir de esa tentación de volvernos “cristianos sí, pero…”.