Homilía de la Misa en Santa Marta
El agua es la protagonista en las lecturas de hoy. El agua que sana, como la describe el Profeta Ezequiel (47,1-9.12): del zaguán del templo manaba agua hacia levante, (…) bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Y el agua de la piscina de Betesda, descrita en el Evangelio (Jn 5,1-3.5-16), donde yace, desde hace 38 años, un paralítico triste —y quizá un poco perezoso— que nunca halla el modo de zambullirse cuando las aguas se remueven, para poder curarse. Jesús lo cura y le anima a seguir adelante, lo que desencadena la crítica de los doctores de la ley, porque la curación sucedió en sábado.
Una historia que también se repite muchas veces hoy. Un hombre —una mujer— que se siente enfermo del alma, triste, porque ha cometido muchos errores en su vida, pero, en determinado momento, siente que las aguas se remueven —es el Espíritu Santo quien todo lo mueve—, o escucha unas palabras y piensa: ¡Me gustaría ir! ¡Y se arma de valor y va! Pero cuántas veces, en las comunidades cristianas, encuentra las puertas cerradas: No, tú no puedes, no. Te equivocaste, y ya no puedes. Si quieres, ven a Misa los domingos, pero te quedas allí, y nada más. Y entonces lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de las personas, lo destruyen cristianos con psicología de doctores de la ley.
¡Me disgusta esa actitud! ¡La Iglesia tiene siempre las puertas abiertas! Es la casa de Jesús, y el Señor es acogedor. No solo acoge, sino que sale en busca de la gente, como fue a buscar al paralítico. Y si la gente está herida, ¿qué hace Jesús? ¿La regaña por estar herida? ¡No, la busca y la carga sobre sus hombros! Eso se llama misericordia. De hecho, cuando Dios recuerda a su pueblo: ¡Misericordia quiero y no sacrificio! (Os 6,6), está hablando de esto.
¿Quién eres tú, que cierras la puerta de tu corazón a un hombre —a una mujer— que quiere mejorar, volver al pueblo de Dios, porque el Espíritu Santo ha agitado su corazón?
Que la Cuaresma nos ayude a no cometer el error de los que despreciaron el amor de Jesús hacia el paralítico, solo porque era contrario a la ley. Pidamos hoy al Señor en la Misa para cada uno de nosotros, y para toda la Iglesia, una conversión a Jesús, una conversión a la misericordia de Jesús. Y así la Ley será plenamente cumplida, porque la Ley es amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos.