Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Las lecturas de hoy —y alguna otra— me dan pie para hablar de tres mujeres y de tres jueces: una mujer inocente (conocida como la casta Susana:Dan 13, 1-64), una pecadora (la sorprendida en adulterio: Jn 8,1-11), y una pobre viuda necesitada (la que acude al juez inicuo: Lc 18,1-8). Las tres, según algunos Padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: la Iglesia Santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada.
Los tres jueces son malos y corruptos: primero el juicio de los escribas y fariseos que llevan a la adúltera ante Jesús. Tenían en el corazón la corrupción de la rigidez. Se sentían puros porque observaban la letra de la ley: ¡la ley dice esto y hay que hacerlo! Pero no eran santos, sino corruptos, porque una rigidez de ese tipo solo puede darse en una doble vida, y los que condenan a esas mujeres, luego iban tras ellas, a escondidas, para divertirse un poco. Los rígidos son —uso el adjetivo que les daba Jesús— hipócritas: tienen una doble vida. Los que juzgan, por ejemplo a la Iglesia —las tres mujeres son figuras de la Iglesia—, los que juzgan con rigidez a la Iglesia, llevan una doble vida. ¡Y con esa rigidez no se puede ni respirar! Luego están los dos jueces ancianos que chantajean a una mujer —Susana— para que se les entregue, pero ella se resiste. Eran jueces viciosos, con la corrupción del vicio, en este caso la lujuria. Y dicen que, cuando uno tiene el vicio de la lujuria, con los años se vuelve más feroz, más malo. Y finalmente, el juez al que acude la pobre viuda, un juez que ni temía a Dios ni se preocupaba de nadie: ¡no le importaba nada! Solo se preocupaba de sí mismo. Era un negociante, un juez que, con su oficio de juzgar, hacía negocios; un corrupto del dinero y del prestigio.
Y esos jueces —el negociante, los viciosos y los rígidos— desconocían la palabra misericordia. La corrupción no les dejaba comprender la misericordia, ni ser misericordiosos. Pero la Biblia dice que en la misericordia está precisamente el justo juicio (cfr. Sant 2,13). Por eso, las tres mujeres —la santa, la pecadora y la necesitada, figuras alegóricas de la Iglesia— sufren esa falta de misericordia.
También hoy, el pueblo de Dios, cuando encuentra a uno de esos jueces, sufre un juicio sin misericordia, ya sea civil o eclesiástico. Y, donde no hay misericordia, no hay justicia. Cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, ¡cuántas veces se encuentra a uno de esos! Encuentra viciosos que son capaces de intentar abusar de ellos, y ése es uno de los pecados más graves; encuentra a los negociantes que no dan oxigeno a aquella alma, ni le dan esperanza; y encuentra a los rígidos que castigan en los penitentes lo que esconden en su alma. ¡Todo eso es falta de misericordia! Solo quisiera añadir una de las palabras más bonitas del evangelio, que a mí me conmueven tanto: ¿Ninguno te ha condenado? Ninguno, Señor. Tampoco yo te condeno. ¡Ni siquiera yo te condeno!: una de las palabras más hermosas, porque están llenas de misericordia.