Homilía de la Misa en Santa Marta
Ofrezcamos esta Misa por nuestros 21 hermanos coptos, degollados por el único motivo de ser cristianos. Recemos por ellos —para que el Señor, como mártires, les acoja—, por sus familias, y por mi hermano el Patriarca Tawadros, que sufre tanto.
El hombre es capaz de destruir todo lo que Dios ha hecho, como acabamos de leer en el Génesis (6,5-8; 7,1-5.10), que muestra la ira de Dios ante la maldad del hombre y anuncia el diluvio universal. El hombre parece ser más poderoso que Dios, porque es capaz de destruir las cosas buenas que Él ha hecho. Desde los primeros capítulos de la Biblia ya encontramos tantos ejemplos —desde Sodoma y Gomorra a la Torre de Babel— en los que el hombre muestra su maldad. Un mal que anida dentro del corazón. Pero, Santo Padre, ¡no sea tan negativo!, me dirá alguno. Ya, ¡pero es la verdad! Somos capaces de destruir hasta la fraternidad: Caín, en las primeras páginas de la Biblia, destruye la fraternidad matando a su hermano Abel. Así empiezan las guerras: celos, envidias, tanta avaricia de poder, de tener más poder. Sí, parece negativo, pero es realista. No tenéis más que abrir un periódico cualquiera —de izquierdas, de centro, de derechas—, el que sea, y veréis que más del 90% de las noticias son negativas, de destrucción. ¡Más del 90%! ¡Y lo vemos todos los días!
Pero, ¿qué le pasa al corazón del hombre? Ya Jesús nos recordó que del corazón del hombre salen todas las maldades (cfr Mc 7,20). ¡Nuestro corazón débil está herido! Siempre tenemos ganas de más autonomía: ¡Yo hago lo que me da la gana, y si quiero hacer algo, lo hago! Y, si para hacerlo, tengo que hacer una guerra, ¡la hago! ¿Por qué somos así? Porque tenemos la posibilidad de destrucción: ¡ése es el problema! Y así vienen las guerras, el tráfico de armas… ¡Pero, es que nosotros somos empresarios! ¿Sí? ¿De qué? ¿De muerte? Hay países que venden armas a uno, que está en guerra con otro, y se las venden también al otro, para que siga la guerra con el primero. Capacidad de destrucción. Y eso no es para el vecino: ¡es para nosotros! Lo acabamos de leer: Todo su modo de pensar era siempre perverso. Tenemos esa semilla dentro, esa posibilidad. Pero, ¡también tenemos el Espíritu que nos salva! Así que debemos elegir, generalmente en cosas pequeñas.
Cuidado con los que hablan mal del vecino, también en la parroquia, en las asociaciones, cuando hay celos y envidias, y a lo mejor se acude al párroco para criticar. Esa es la maldad y la capacidad de destruir que todos tenemos. Y de esto, la Iglesia, a las puertas de la Cuaresma, nos hace reflexionar. Lo vemos en el Evangelio de hoy (Mc 8,14-21), cuando Jesús recrimina a los discípulos, que discuten entre sí por haberse olvidado de comprar pan. El Señor les dice: Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes. Simplemente, les pone el ejemplo de dos personas: Herodes, malo y asesino, y los fariseos hipócritas. Y Jesús les tiene que recordar cuando repartió los cinco panes entre tanta gente, y les exhorta a pensar en la Salvación, en lo que Dios ha hecho por nosotros. Pero ellos, no entendían, porque su corazón estaba endurecido por la pasión, por la maldad de discutir entre sí para ver quien era el culpable de haber olvidado el pan.
Debemos tomarnos en serio el mensaje del Señor, porque no son cosas raras, ni están dichas para marcianos. ¡El hombre es capaz de hacer tanto bien! Recordemos el ejemplo de la Madre Teresa, una mujer de nuestro tiempo. Todos somos capaces de hacer mucho bien, pero también somos capaces de destruir; destruir lo grande y lo pequeño, hasta la misma familia; o destruir a los hijos, no dejándoles crecer con libertad, no ayudándoles a crecer bien: ¡se anula a los hijos! Tenemos esa capacidad y por eso, es necesaria la meditación continua, la oración, el diálogo, para no caer en la maldad que todo lo destruye. Y tenemos la fuerza; nos lo recuerda Jesús, que nos dice: Acordaos. Acordaos de mi, que he derramado la sangre por vosotros; acordaos de mi, que os he salvado, os he salvado a todos; acordaos de mi, que tengo la fuerza de acompañaros en el camino de la vida, no por la senda de la maldad, sino por el camino de la bondad, de hacer el bien a los demás; no por la senda de la destrucción, sino por el camino de la construcción: construir una familia, construir una ciudad, construir una cultura, construir una patria, cada vez más.
Pidamos al Señor, hoy, antes de empezar la Cuaresma, esta gracia: elegir siempre bien el camino, con su ayuda, y no dejarnos engañar por las seducciones que nos llevarían por la senda equivocada.