Homilía de la Misa en Santa Marta
Érase una vez una ley hecha de prescripciones y prohibiciones, de sangre de toros y machos cabríos, de sacrificios antiguos que no tenían fuerza para perdonar pecados ni para hacer justicia. Luego vino al mundo Cristo y, al subir a la Cruz —el acto que nos ha justificado de una vez para siempre—, Jesús demostró cuál era el sacrificio más agradable a Dios: no el holocausto de un animal, sino el ofrecimiento de la propia voluntad para hacer la voluntad del Padre.
Las lecturas y el Salmo del día (Hb 10,1-10; Sal 39,2.4ab.7-8a.10.11; Mc 3,31-35) nos llevan de la mano a reflexionar sobre uno de los fundamentos de la fe: la obediencia a la voluntad de Dios. Ese es el camino de la santidad, del cristiano, es decir, que se cumpla el plan de Dios, que la salvación de Dios se realice. Lo contrario comenzó en el Paraíso, con la no obediencia de Adán. Y esa desobediencia trajo el mal a toda la humanidad. También los pecados son actos de no obedecer a Dios, de no hacer la voluntad de Dios. En cambio, el Señor nos enseña que ese es el camino, no hay otro. Empieza ya con Jesús en el Cielo, con su voluntad de obedecer al Padre. Pero, en la tierra comienza con la Virgen. ¿Qué le dijo al Ángel? Hágase en mí según tu palabra (Lc, 1,38), o sea, hágase la voluntad de Dios. Y con ese sí a Dios, el Señor comenzó su vida entre nosotros.
¡No es fácil cumplir la voluntad de Dios! No fue fácil para Jesús que, en esto fue tentado en el desierto y también en el Huerto de los Olivos donde, con agonía en el corazón, aceptó el suplicio que le esperaba. No fue fácil para algunos discípulos, que lo abandonaron por no entender qué era hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34). No lo es para nosotros, desde que cada día nos ponen en bandeja tantas opciones. Entonces, ¿qué hago para hacer la voluntad de Dios? Pidiendo la gracia de quererla hacer. ¿Pido que el Señor me dé ganas de hacer su voluntad, o busco componendas porque me da miedo la voluntad de Dios? Y otra cosa: rezar para conocer la voluntad de Dios para mí y para mi vida, qué decisión debo tomar ahora, cómo gestionar mis cosas, etc. O sea, oración para querer hacer la voluntad de Dios, y oración para conocer la voluntad de Dios. Y cuando conozco la voluntad de Dios, otra vez oración, por tercera vez: para hacerla, para cumplir esa voluntad que no es la mía, sino la de Él. ¡Y no es fácil!
Resumiendo, rezar para tener ganas de seguir la voluntad de Dios, rezar para conocer la voluntad de Dios y rezar —una vez conocida— para sacar adelante la voluntad de Dios. Pues que el Señor nos conceda la gracia, a todos, para que un día pueda decir de nosotros lo que dijo de aquel grupo, de esa gente que le seguía y que estaban sentados a su alrededor, como acabamos de escuchar en el Evangelio:
Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre (Mc 3,35). Hacer la voluntad de Dios nos hace ser parte de la familia de Jesús, nos hace madre, padre, hermana, hermano.