Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
En el Evangelio de hoy (Mc 3,7-12), la muchedumbre acuden a Jesús de todas partes, porque el pueblo de Dios ve en el Señor una esperanza, porque su modo de obrar y enseñar les toca el corazón —les llega al corazón—, porque tiene la fuerza de la Palabra de Dios. El pueblo siente eso y ve que en Jesús se cumplen las promesas, que en Jesús hay esperanza. La gente estaba ya un poco aburrida del modo de enseñar la fe de los doctores de la ley, pues cargaban sobre los hombros muchos mandamientos y preceptos, pero no llegaban al corazón de la gente. Pero, cuando ven a Jesús, le oyen y escuchan sus propuestas (las bienaventuranzas…), entonces sienten dentro algo que se mueve —¡es el Espíritu Santo quien les despierta eso!— y van a buscar a Jesús. La gente va a Jesús para ser curada, es decir, buscan su propio bien. Nos pasa a todos: nunca podemos seguir a Dios con rectitud de intención desde el principio, porque siempre será un poco por nosotros y otro poco por Dios. La solución es purificar la intención. La gente va, sí, busca a Dios, pero también busca la salud, la curación. Y se le echaban encima para tocarlo, para que saliese esa fuerza y les curase.
Pero lo más importante no es que Jesús cure —que es señal de otra curación—ni tampoco que Jesús diga palabras que lleguen al corazón —que ciertamente ayuda a encontrar a Dios—. Lo más importante lo dice la Epístola a los Hebreos (Hb 7,25–8,6): Jesús puede salvar definitivamente a los que, por medio de él, se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Jesús salva y es el intercesor. Esas son las dos palabras clave. ¡Jesús salva! Las curaciones y las palabras que llegan al corazón son la señal del comienzo de la salvación, el recorrido de la salvación de muchos que empiezan yendo a escuchar a Jesús, o a pedirle una curación, pero luego vuelven a Él y sienten la salvación. ¿Lo más importante de Jesús es que cure? No, no es lo más importante. ¿Que nos enseñe? Tampoco es lo más importante. ¡Que salve! Él es el Salvador y nosotros somos salvados por Él. Eso es lo más importante y la fuerza de nuestra fe.
Jesús subió al Padre y desde allí intercede todavía, todos los días, en todo momento, por nosotros. Esto es actual. Jesús ante el Padre ofrece su vida, la redención, le enseña sus llagas, que son el precio de la salvación. Todos los días intercede Jesús así. Cuando, por una cosa u otra, estamos un poco hundidos, recordemos que es Él quien reza e intercede por nosotros continuamente. Muchas veces lo olvidamos. “—Pero Jesús ya se fue al Cielo y nos envió al Espíritu Santo: ya se acabó”. ¡No! Actualmente, en todo momento, Jesús intercede. ¡Jesús, ten piedad de mí! ¡Intercede por mí! Dirigíos al Señor pidiendo su intercesión.
Este es el punto central: Jesús es Salvador e Intercesor. Os hará bien recordarlo. La gente busca a Jesús con el olfato de la esperanza del pueblo de Dios, que esperaba al Mesías, y procuran encontrar el Él la salud, la verdad, la salvación, porque es el Salvador y, como Salvador, hoy, en este momento, intercede por nosotros. Que en nuestra vida cristiana estemos cada vez más convencidos de que hemos sido salvados, de que tenemos un Salvador: Jesús a la diestra del Padre, que intercede. Que el Señor, el Espíritu Santo, nos haga entender estas cosas.