Homilía de la Misa en Santa Marta
Dios no salva a su pueblo desde lejos, sino de cerca, con ternura. Así dice Isaías en la primera lectura. Y es tanta su cercanía, que Dios se presenta como una madre que habla con su hijo. Cuando una madre canta una nana al bebé, imita su voz, se hace pequeña como él y habla con el tono del niño, hasta el punto de que haría el ridículo si uno no supiera el cariño tan grande que ahí se esconde. No temas, gusanito de Jacob (Is 41,14). Cuántas veces una madre dice esas cosas al hijo mientras lo acaricia, ¿verdad? He aquí que yo te he puesto por trillo, nuevo, cortante… (Is 41,15). Y lo acaricia, y se lo acerca. Pues, así hace Dios. Es la ternura de un Dios tan cercano que se expresa con la ternura de una madre.
Dios nos ama gratuitamente, como una madre a su hijo. ¡Y el niño se deja querer! Es la gracia de Dios. Pero nosotros, muchas veces, para estar seguros, queremos controlar la gracia y, a lo largo de la historia y también de nuestra vida, tenemos la tentación de comerciar con la gracia, de verla como mercancía o algo controlable, quizá diciendo: Bueno, yo tengo tanta gracia, tengo el alma limpia, estoy en gracia. Y entonces, esa verdad tan bonita de la cercanía de Dios acaba en contabilidad espiritual: Lo hago porque me da 300 días de indulgencias, porque acumulo gracia. Pero, ¿qué es la gracia? ¿Una mercancía? ¡A veces parece que sí!
La cercanía de Dios a su pueblo fue traicionada por esa actitud egoísta de querer controlar la gracia, ¡mercantilizarla! Recordad aquellos que, en tiempos de Jesús, querían controlar la gracia: los Fariseos, convertidos en esclavos de tantas leyes que cargaban en las espaldas del pueblo; los Saduceos, con sus compromisos políticos; los Esenios, buenos, buenísimos, pero con tanto miedo que no se arriesgaban, y acababan aislándose en sus monasterios; los Celotes, para quienes la gracia de Dios era la guerra de liberación, otra manera de mercantilizar la gracia. ¡No! La gracia de Dios es otra cosa: es cercanía, ternura. Y esta regla sirve siempre. Si en tu trato con el Señor no sientes que te ama con ternura, es que te falta algo, todavía no has entendido lo que es la gracia, aun no has recibido la gracia de esa cercanía.
Recuerdo que hace muchos años una mujer sufría por la validez o no, para cumplir el precepto, de una boda con Misa el sábado por la tarde, con lecturas distintas a las del domingo. Le dije: Pero, señora, si el Señor la quiere tanto. Usted fue a misa, recibió la Comunión y estuvo en Jesús. Quédese tranquila, que el Señor no es un comerciante, el Señor ama, es cercano. San Pablo también reacciona con fuerza contra la espiritualidad de la ley. Yo soy justo si hago esto, esto y esto. Y si no lo hago, no soy justo. ¡No! Tú eres justo porque Dios se te ha acercado, porque Dios te acaricia, porque Dios te dice cosas bonitas con ternura. Esa es nuestra justicia: la cercanía de Dios, la ternura, su amor. Incluso con el riesgo de parecer ridículo, ¡nuestro Dios es tan bueno! Si tuviésemos el valor de abrir nuestro corazón a esa ternura de Dios, ¡cuánta libertad espiritual tendríamos! ¡Cuánta! Hoy, si tenéis un poco de tiempo, en casa, coged la Biblia: Isaías, capítulo 41, del versículo 13 al 20, siete versículos. Y leedlo: la ternura de Dios, de ese Dios que nos canta la nana a cada uno, como una madre.