Homilía de la Misa en Santa Marta
Como acabamos de oír al mismo Jesús, es cristiano de verdad el que cumple la voluntad de Dios (cfr. Mt 7,21). Por tanto, no basta decir que tengo fe. Cuando el Señor habla de la casa construida sobre roca o sobre arena nos está diciendo que no seamos cristianos en apariencia, cristianos maquillados porque, apenas cae un poco de lluvia, el maquillaje se va. No basta pertenecer a una familia muy católica o a una asociación o ser un benefactor, si luego no se sigue la voluntad de Dios. Muchos cristianos en apariencia caen en las primeras tentaciones, porque ahí no hay sustancia: han construido sobre arena (cfr. Mt 7,26).
En cambio, hay muchos santos en el pueblo de Dios —no necesariamente canonizados, pero santos—, hombres y mujeres que ponen en práctica el amor de Jesús. ¡Muchos! Han construido la casa sobre la roca que es Cristo (cfr. Mt 7,24). Pensemos en los más pequeños, en los enfermos que ofrecen sus sufrimientos por la Iglesia, en los ancianos que están solos, y rezan, y lo ofrecen. Pensemos en tantas madres y padres de familia que sacan adelante con tanto esfuerzo su familia, la educación de sus hijos, el trabajo diario, los problemas, siempre con la esperanza en Jesús. ¡Y no se pavonean, sino que hacen lo que pueden!
Son los santos de la vida ordinaria. Pensemos en tantos sacerdotes que no se dejan ver pero que trabajan en sus parroquias con tanto amor: la catequesis a los niños, el cuidado de los ancianos, de los enfermos, la preparación de los novios… Y todos los días lo mismo, lo mismo, lo mismo. Pero no se aburren, porque se fundamentan en la roca, en Jesús. ¡Y eso es lo que da santidad y esperanza a la Iglesia!
Tenemos que pensar mucho en la santidad escondida que hay en la Iglesia. Son cristianos “metidos” en Jesús. Pecadores —porque todos lo somos y, alguna vez, puede que uno cometa un pecado grave—, pero se arrepienten y piden perdón. Eso es lo importante: la capacidad de pedir perdón, de no confundir pecado con virtud, de saber bien dónde está la virtud y dónde está el pecado. Esos están construidos sobre roca, y la roca es Cristo. Siguen el camino de Jesús, le siguen a Él.
Los soberbios, los vanidosos, los cristianos en apariencia, serán abatidos y humillados, mientras los pobres serán los que triunfarán, los pobres de espíritu: los que delante de Dios se sienten nada, humildes, pero llevan adelante la salvación poniendo en práctica la Palabra del Señor. Hoy estamos, mañana no estaremos —decía San Bernardo—. Piensa, hombre, qué será de ti: ¡pasto de los gusanos! Nos comerán los gusanos, ¡a todos! Si no tenemos la roca, acabaremos pisoteados.
Por eso, en este tiempo de preparación para la Navidad, pidamos al Señor que estemos fundados sobre la roca que es Él; nuestra esperanza es Él. Nosotros somos todos pecadores, débiles, pero, si ponemos la esperanza en Él, podremos seguir adelante. Esa es la alegría de un cristiano: saber que en Él está la esperanza, está el perdón, está la paz, está la alegría. Y no poner nuestra esperanza en cosas que hoy son y mañana no estarán.