Homilía de la Misa en Santa Marta
Jesús habla de la fuerza de la fe, pero enseguida explica que ésta debe encuadrarse en el servicio. En el Evangelio, el Señor nos habla del siervo inútil. ¿Qué quiere decir? Jesús habla de ese siervo que, después de haber trabajado todo el día, al llegar a casa, en vez de descansar, todavía tiene que servir a su señor. Alguno de nosotros le aconsejaría que acuda al sindicato a buscar un poco de ayuda, para ver qué hacer con un patrón así. Pero Jesús dice: No, el servicio es total, y nos dio ejemplo de esa actitud de servicio: Él es el siervo; se presenta como el siervo, el que ha venido a servir y no a ser servido: así lo dice claramente. Así enseña el Señor a los apóstoles el camino de los que han recibido la fe, esa fe que hace milagros. ¡Sí, esa fe hará milagros por el camino del servicio!
Un cristiano que recibe el don de la fe en el Bautismo, pero no lleva a delante ese don por el camino del servicio, se vuelve un cristiano sin fuerza, sin fecundidad. Al final, se convierte en un cristiano para sí mismo, para servirse a sí mismo. La suya es una vida triste, tantas cosas grandes del Señor se desaprovechan. Y el Señor también nos dice que el servicio es único, no se puede servir a dos señores: o a Dios o a las riquezas. Podemos alejarnos de esa actitud de servicio, primero, por un poco de pereza. Y ésta vuelve tibio el corazón, la pereza te hace cómodo. La pereza nos aleja del servicio y nos lleva a la comodidad, al egoísmo. Tantos cristianos son así…, buenos, van a Misa, pero el servicio… hasta aquí. Y cuando digo servicio, digo todo: servicio a Dios en la adoración, en la oración, en las alabanzas; servicio al prójimo cuando hay que hacerlo; servicio hasta el final, porque Jesús en esto es fuerte: Pues vosotros lo mismo, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: somos siervos inútiles. Servicio gratuito, sin pedir nada.
La otra posibilidad de alejarse de la actitud de servicio es un poco adueñarse de las situaciones. Algo que pasó a los discípulos, a los mismos apóstoles. Alejaban a la gente para que no molestaran a Jesús, pero para estar ellos más cómodos. Los discípulos se adueñaban del tiempo del Señor, se adueñaban del poder del Señor: lo quería solo para ellos. Y luego se adueñaban de esa actitud de servicio, trasformándola en una estructura de poder. Algo que se entiende viendo la discusión sobre quién sería más grande entre Santiago y Juan. Hasta el punto de que su madre va a pedir al Señor que uno de sus hijos sea el primer ministro y el otro el ministro de economía, con todo el poder en la mano. Esto pasa hoy también cuando los cristianos se vuelven dueños: dueños de la fe, dueños del Reino, dueños de la salvación. Esta es una tentación para todos los cristianos. En cambio, el Señor nos habla de servicio: servicio con humildad, servicio con esperanza, y esa es la alegría del servicio cristiano. En la vida tenemos que luchar mucho contra las tentaciones que buscan alejarnos de esa actitud de servicio. La pereza lleva a la comodidad: servicio a mitad; y a adueñarse de la situación, y de siervo volverse dueño, que lleva a la soberbia, al orgullo, a tratar mal a la gente, a sentirse importantes porque soy cristiano, tengo la salvación, y tantas cosas así. Que el Señor nos dé estas dos grandes gracias: la humildad en el servicio, hasta podernos decir: Somos siervos inútiles –pero siervos– hasta el fin; y la esperanza en la espera de la manifestación, cuando venga el Señor a buscarnos.