Homilía de la Misa en Santa Marta
Fuerza y poder. Así dice San Pablo que, dirigiéndose a los Efesios (Ef 6,10-20), desarrolla en lenguaje militar la vida cristiana. La vida en Dios hay que defenderla, hay que luchar para sacarla adelante. Y, por eso, hace falta fuerza y poder, para resistir y para anunciar. Para ir adelante en la vida espiritual hay que pelear. No es un simple enfrentamiento, no, es un combate continuo. Recordad que son tres los enemigos de la vida cristiana: el demonio, el mundo y la carne, es decir, nuestras pasiones, que son las heridas del pecado original. Es verdad que la salvación que Jesús nos da es gratuita, pero tenemos que defenderla.
¿De qué me tengo que defender? ¿Qué tengo que hacer? Revestíos con la armadura de Dios —nos dice Pablo, o sea, lo que es de Dios nos defiende—, para resistir las insidias del diablo. ¿Está claro? ¡Claro! No se puede pensar en una vida espiritual, en una vida cristiana, sin resistir las tentaciones, sin luchar contra el diablo, sin ponernos la armadura de Dios, que nos da fuerza y nos defiende.
San Pablo señala que nuestra batalla no es contra cosas pequeñas, sino contra los principados y potestades, es decir, contra el diablo y los suyos. Pero a esta generación —y a muchas otras— han hecho creer que el diablo es un mito, una figura, una idea, la idea del mal. ¡Pero el diablo existe y tenemos que luchar contra él! ¡Lo dice Pablo, no lo digo yo! La Palabra de Dios lo dice, ¡aunque no estemos tan convencidos! Y Pablo añade: Estad firmes, repito: ceñíos vuestros lomos con la verdad. Esa es la armadura de Dios: ¡la verdad!
El diablo es el embustero, el padre de los mentirosos y el padre de la mentira. Y, con San Pablo, necesitamos tener ceñidos los lomos con la verdad, vestir la coraza de la justicia. Por tanto, no se puede ser cristiano sin trabajar continuamente para ser justos. ¡No se puede! Quizá nos puede ayudar preguntarnos: ¿Creo o no creo? ¿Creo un poco sí y un poco no? ¿Soy un poco mundano y un poco creyente? Sin fe no se puede ir adelante, no se puede defender la salvación de Jesús. Necesitamos el escudo de la fe, porque el diablo no nos echa flores, sino flechas incendiarias para matarnos. Así pues, tomemos el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios.
Así pues,
recemos en todo tiempo con toda oración y súplica. La vida es una milicia. La vida cristiana es una lucha, una hermosísima lucha, porque cuando el Señor vence en cada paso de nuestra vida, nos da una alegría, una felicidad grande: la alegría de que el Señor ha vencido en nosotros, con su gratuidad de salvación. Pero sí, todos somos un poco perezosos —¿verdad?— para luchar, y nos dejamos llevar por las pasiones, por algunas tentaciones. Eso es porque somos pecadores, ¡todos! Pero no os desaniméis: ¡ánimo y fuerza, que el Señor está con nosotros!