Homilía de la Misa en Santa Marta
Yo, prisionero, os exhorto a construir la unidad en la Iglesia (cfr. Ef 4,1). Así dice San Pablo en la Carta a los Filipenses. Lograr esa unidad es el trabajo de la Iglesia y de cada cristiano a lo largo de la historia. El apóstol Pedro, cuando habla de la Iglesia, habla de un templo hecho de piedras vivas (cfr. 1Pe 2,5), que somos nosotros. Lo contrario de ese otro templo de la soberbia que fue la Torre de Babel (cfr. Gen 11,2-4). El primer templo lleva a la unidad, el otro es el símbolo de la desunión, de no entendernos, de la confusión de lenguas.
Hacer la unidad de la Iglesia —construir la Iglesia, edificar ese templo— es la tarea de todo cristiano, de cada uno de nosotros. Y cuando se va a construir un templo —o una casa—, se busca primero un área edificable, un solar preparado para eso. Y luego se busca la piedra de fundamento —los cimientos—, la piedra angular le llama la Biblia (cfr. S 118,22; Mt 21,42; Mc 12,10; Lc 20,17; Hch 4,11; Ef 2,20 y 1Pe 2,7). Pues la piedra angular de la unidad de la Iglesia, o mejor dicho, la piedra angular de la Iglesia es Jesús, y la piedra angular de la unidad de la Iglesia es la oración de Jesús en la Última Cena: ¡Padre, que sean uno! (Jn 17,21). ¡Esa es la fuerza! Jesús es la piedra sobre la que nosotros edificamos la unidad de la Iglesia. ¡Sin esa piedra no se puede! No hay unidad sin Jesucristo como base: esa es nuestra seguridad.
Pero, entonces, ¿quién construye la unidad? Ese es el trabajo del Espíritu Santo, el único capaz de logara la unidad de la Iglesia. Y para eso lo envió Jesús: para hacer crecer la Iglesia, hacerla fuerte y hacerla una. Es el Espíritu quien hace la unidad de la Iglesia, con diversidad de pueblos, culturas y personas. ¿Y cómo se construye ese templo? Si el apóstol Pedro, al hablar de esto, decía que éramos piedras vivas en esa construcción, San Pablo nos aconseja no ya ser piedras, sino más bien ladrillos débiles. Los consejos del apóstol de las Gentes para construir la unidad parecen consejos de debilidad, para el pensamiento humano. Humildad, dulzura, magnanimidad… (cfr. Ef 4,2) son cosas débiles, porque el humilde parece que no sirve para nada; la dulzura, la mansedumbre parece que no sirven; y la magnanimidad —estar abierto a todos, tener el corazón grande—… Pero dice más: Soportándoos mutuamente en el amor (Ef 4,2). Soportándoos mutuamente en el amor, ¿con qué preocupación? Conservar la unidad (cfr. Ef 4,3). Y nos hacemos piedras más fuertes para el templo cuanto más débiles nos hagamos con las virtudes de la humildad, la magnanimidad, la dulzura y la mansedumbre.
Es el mismo camino de Jesús, que se hizo débil hasta la Cruz, ¡y se hace fuerte! Pues así tenemos que hacer nosotros. El orgullo y la suficiencia no sirven. Cuando se hace una construcción es necesario que el arquitecto haga los planos. ¿Y cuál es el plano de la unidad de la Iglesia?
La esperanza a la que hemos sido llamados (cfr. Ef 4,4): la esperanza de ir al Señor, la esperanza de vivir en una Iglesia viva, hecha de piedras vivas, con la fuerza del Espíritu Santo. Solo sobre el plano de la esperanza podemos construir la unidad de la Iglesia. Sí, hemos sido llamados a una esperanza grande. Pues, ¡vayamos allá!
Con la fuerza que nos da la oración
de Jesús por la unidad;
con la docilidad al Espíritu Santo, que es capaz de convertir ladrillos en piedras vivas;
y con la esperanza de encontrar al Señor que nos ha llamado, de encontrarlo cuando venga en la plenitud de los tempos.