Homilía de la Misa en Santa Marta
El Espíritu Santo es el sello de luz con el que Dios ha puesto el cielo en la mano de los cristianos. Pero, muchas veces, esos cristianos huyen de esa luz por una vida de penumbra o, peor aún, por una luz falsa que brilla en la hipocresía. Lo acabamos de leer en la primera lectura de hoy, cuando San Pablo explica a los cristianos de Éfeso que, por haber creído en el Evangelio, recibieron el sello del Espíritu Santo. Con ese don, Dios no solo nos eligió sino que nos dio un estilo, un modo de vivir, que no es solo una lista de cosas que hacer, sino mucho más: es una identidad, ese sello, esa fuerza del Espíritu Santo, que todos recibimos en el Bautismo. El Espíritu Santo ha sellado nuestro corazón y, más aún, camina con nosotros. Ese Espíritu, que había sido prometido —Jesús lo prometió—, no solo nos da la identidad, sino que también es prenda de nuestra heredad. Con Él comienza ya el cielo en la tierra. Nosotros estamos precisamente viviendo ese cielo, esa eternidad, porque fuimos sellados por el Espíritu Santo, que es precisamente el comienzo del cielo: es la prenda; la tenemos a mano. Tenemos el cielo a mano con ese sello.
Sin embargo, tener como prenda de eternidad el mismo cielo no evita que los cristianos resbalen al menos en un par de tentaciones. Primero, cuando queremos —no digo borrar— solo opacar la identidad. Es el cristiano tibio. Es cristiano, sí, va a misa el domingo, sí, pero en su vida la identidad no se ve. Incluso vive como un pagano: puede vivir como un pagano, pero es cristiano. Ser tibios, opacar nuestra identidad. Y el otro pecado, ese del que Jesús hablaba a los discípulos y hemos escuchado: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía (Lc 12,1). Fingir, aparentar: finjo ser cristiano, pero no lo soy. No soy trasparente, digo una cosa —¡sí, sí, soy cristiano!— pero hago otra que no es cristiana.
En cambio, y el mismo Pablo lo recuerda en otro pasaje, una vida cristiana vivida según la identidad creada por el Espíritu Santo lleva en dote dones de mucha más profundidad: amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gal 5,22-23). Y ese es nuestro camino al Cielo, nuestra senda, que comienza con el cielo de aquí.
Para que tengamos esa identidad cristiana, hemos sido sellados por el Espíritu Santo. Pidamos al Señor la gracia de estar atentos a ese sello, a nuestra identidad cristiana, que no solo es promesa, no: ¡ya la tenemos a mano como prenda!