Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
El Evangelio del día nos recuerda que el diablo vuelve siempre a nosotros y nunca deja de tentar al hombre. El diablo tiene paciencia, no deja lo que quiere para él, nuestra alma. Después de las tentaciones en el desierto, cuando Jesús fue tentado por el diablo, en la versión de Lucas se dice que el demonio lo dejó por un tiempo pero, durante la vida de Jesús, volvía y volvía: cuando lo ponían a prueba, cuando le tendían trampas, en la Pasión, hasta en la Cruz: Si tú eres el Hijo de Dios, ven, ven a nosotros, y así podremos creer. Y todos sabemos que esto nos toca el corazón: ¿Eres capaz? ¡Déjamelo ver! No, no eres capaz. Como el diablo, hasta el final con Jesús. Y lo mismo con nosotros.
Hay que custodiar nuestro corazón, donde habita el Espíritu Santo, para que no entren los otros espíritus. Custodiar el corazón, como se protege una casa, con llave. Y luego vigilar el corazón, como un centinela. Cuántas veces entran los malos pensamientos, las malas intenciones, los celos, las envidias. Tantas cosas que entran. Pero, ¿quién ha abierto esa puerta? ¿Por dónde han entrado? Si no me doy cuenta de todo lo que entra en el corazón, mi corazón se convierte en una plaza, donde todos van y vienen. Un corazón sin intimidad, un corazón donde el Señor no puede hablar y mucho menos ser escuchado.
Pero Jesús dice otra cosa, que parece un poco extraña: Quien no recoge conmigo, desparrama. Usa la palabra “recoger”. Tener un corazón recogido, un corazón del que sepamos lo que pasa, y para eso tenemos la práctica tan antigua de la Iglesia, pero buena, del examen de conciencia. ¿Quién de nosotros, por la noche, antes de terminar el día, se queda solo, e si pregunta: qué ha pasado hoy en mi corazón? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué cosas han pasado a través de mi corazón? Si no lo hacemos, de verdad que no sabremos vigilar bien ni proteger bien.
El examen de conciencia es una gracia, porque custodiar nuestro corazón es custodiar al Espíritu Santo que está dentro de nosotros. Sabemos, y Jesús lo dice claramente, que los diablos siempre vuelven. Hasta el final de la vida, Jesús nos da ejemplo de esto. Y para custodiar, para vigilar, que no entren los demonios, hay que saber recogerse, es decir, estar en silencio ante sí mismos y ante Dios, y al final del día preguntarse: ¿Qué ha pasado hoy en mi corazón? ¿Ha entrado alguien que no conozco? ¿Está echada la llave? Y esto nos ayudará a defendernos de tantas maldades, también de las que podamos hacer nosotros, si entran esos demonios, que son muy astutos, y al final nos engañan a todos.