Homilía de la Misa en Santa Marta
El Señor escogió a su pueblo, lo acompañó por el desierto y durante toda su vida. En la primera Lectura (Gal 1,13-24), San Pablo recuerda su vida pasada, sin esconder sus pecados. Lo que Dios hizo con su pueblo, lo ha hecho y lo hace con cada uno de nosotros: hemos sido elegidos. ¿Por qué yo soy cristiano y no aquél de allí, lejos, que ni siquiera ha oído hablar de Jesucristo? Es una gracia, una gracia de amor. Y es bueno recordar esas realidades, en concreto, que es lo que hace Pablo, que confiesa haber perseguido ferozmente a la Iglesia. Y no dice: Soy bueno, soy hijo de fulano, tengo cierta nobleza… ¡No! Pablo dice: He sido un perseguidor, ¡he sido malo! Pablo recuerda su camino desde el principio, aunque esa costumbre de recordar nuestra vida no es muy común entre nosotros: olvidamos las cosas, vivimos el momento y, luego, olvidamos la historia. Pero cada uno tiene su historia: una historia de gracia, de pecado, de camino, de tantas cosas… Es bueno rezar recordando nuestra historia. Pablo lo hace, cuenta un trozo de su historia, y añade: ¡Él me escogió, me llamó, me salvó! Ha sido mi compañero de camino…
Recordar la propia vida es dar gloria a Dios; recordar nuestros pecados —de los que el Señor nos ha salvado— es dar gloria a Dios. Por eso, Pablo dice que solo se gloría de dos cosas: de sus pecados[1] y de la gracia de Dios Crucificado[2]. Al acordarse de sus pecados se gloría: Aunque he sido pecador, Cristo Crucificado me salvó; se gloría en Cristo. Esa es la memoria de Pablo. Y esa es la memoria a la que nosotros estamos invitados por el mismo Jesús. Cuando Jesús dice a Marta: Te afanas e inquietas por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte (Lc 10, 38-42), ¿qué quiere decir? Escuchar al Señor y hacer memoria. No se puede rezar cada día como si no tuviéramos historia; cada uno tiene la suya. Y con esa historia en el corazón, vamos a la oración, como María. Lo que pasa es que muchas veces estamos agobiados, como Marta, por el trabajo, por peso del día, por hacer lo que hay que hacer, y nos olvidamos de esa historia.
Nuestra relación con Dios no comenzó el día del Bautismo: ahí se selló. Empezó cuando Dios, desde la eternidad, nos miró y nos escogió[3]. En el corazón de Dios, ahí empezó. Recordemos nuestra elección, la que Dios hizo con nosotros[4]. Recordar nuestro camino de alianza. ¿Esa alianza ha sido respetada o no? ¡Pues no, porque somos pecadores! Recordemos nuestro pasado y también la promesa que Dios hace y nunca falla, que es nuestra esperanza. Esa es la verdadera oración. Recemos con el Salmo 138 (1-3): Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso. Eso es rezar: rezar es recordar nuestra historia ante Dios, porque nuestra historia es la historia de su amor por nosotros.
(Notas del traductor)
[1] 2Cor 12,10: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
[2] Gal 6,14: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”.
[3] Ef 1,4: “Nos escogió antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos...”.
[4] Jn 15,16: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros…”.