Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Las lecturas del día nos presentan dos imágenes: el ángel y el niño (cfr. Mt 18,1-5.10). Dios ha puesto a nuestro lado un ángel para protegernos. Si alguno de nosotros creyese que puede caminar solo, se equivocaría mucho, caería en ese error tan feo que es la soberbia: creerse grande, autosuficiente. Mientras Jesús enseña a los apóstoles a ser como niños, ellos discuten sobre quién sería el más grande entre ellos: tenían una disputa interna, por el carrierismo. Ellos, que son los primeros obispos, ya tenían la tentación del carrierismo: Eh, yo quiero ser más que tú. No es un buen ejemplo que los primeros obispos hagan eso, pero es la realidad. Por eso, Jesús les enseña la verdadera actitud, la de los niños: la docilidad, la necesidad de consejo y ayuda, porque el niño es precisamente la imagen de quien necesita ayuda, y tiene docilidad para seguir adelante. Ese es el camino; y no quién es más grande. Los que están más cerca de esa actitud de un niño, estarán más cerca de la contemplación del Padre.
Escuchemos con corazón abierto y dócil a nuestro ángel custodio. Todos, según la tradición de la Iglesia, tenemos un ángel que nos protege y nos hace sentir las cosas. Cuántas veces hemos notado: ¡esto deberías hacerlo así, eso no está bien, ten cuidado! ¡Muchas veces! Pues es la voz de nuestro compañero de viaje. Estad seguros de que nos ayudará a llegar al final de nuestra vida con sus consejos y, para eso, escuchad su voz, no os reveléis, porque la rebelión, las ganas de ser independiente, es algo que todos tenemos; es la soberbia, la que tuvo nuestro padre Adán en el Paraíso terrestre: la misma. No te rebeles: sigue sus consejos (cfr. Ex 23,21).
Nadie camina solo, y nadie puede pensar que está solo, porque siempre está ese compañero. Y, cuando no queremos escuchar su consejo ni oír su voz, es como decirle: ¡Lárgate, vete! Echar al compañero de camino es peligroso, porque ¡nadie es buen consejo en causa propia! Yo puedo aconsejar a otro, pero no a mí. Es el Espíritu Santo el que me aconseja, es el ángel quien me aconseja. Por eso, lo necesitamos. Y esto no es una doctrina fantasiosa sobre los ángeles: no, ¡es la realidad! Lo que Jesús, lo que Dios dijo es: Yo envío un ángel delante de ti para protegerte, para acompañarte en el camino, para que no te equivoques (Ex 23,20).
Yo os preguntaría hoy: ¿Cómo es el trato con mi ángel custodio? ¿Lo escucho? ¿Le digo buenos días, por la mañana? ¿Le digo protégeme durante el sueño? ¿Hablo con él? ¿Le pido consejo? ¡Está a mi lado! Esa es la pregunta que cada uno puede responder hoy: cómo es el trato con ese ángel que el Señor ha mandado para protegerme y acompañarme en el camino, y que ve siempre el rostro del Padre que está en los cielos (cfr. Mt 18,10).