Homilía del Papa en Santa Marta
En la primera lectura de hoy (Jb 3,1-3.11-17.20-23), Job maldice el día en que nació, y su oración parece una maldición. Fue puesto a prueba: perdió a toda su familia, perdió todos sus bienes, perdió la salud y todo su cuerpo se convirtió en una llaga, una llaga asquerosa. En ese momento se le acabó la paciencia y dice esas cosas. ¡Son feas! Pero como siempre estaba acostumbrado a decir la verdad, ésa es la verdad que siente en aquel momento. También Jeremías usa casi las mismas palabras: ¡Maldito el día que nací! (Jer 20,14). ¿Es una blasfemia? Esta es mi pregunta: ese hombre que está así de solo, ¿blasfema?
Y cuando Jesús se queja —Padre, ¿por qué me has abandonado! (Mt 27,46)—, ¿blasfema? ¡Qué misterio! Muchas veces he oído a personas que están viviendo situaciones difíciles, dolorosas, que han perdido mucho o se sienten solas y abandonadas, y vienen a quejarse y hacen esta pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué? Parece que se rebelan contra Dios. Y yo le digo: Sigue rezando así, porque eso también es oración, como era oración cuando Jesús dijo a su Padre: ¿Por qué me has abandonado? Y es oración lo que hace Job. Porque rezar es decir la verdad ante Dios. Y Job no podía rezar de otro modo. Se reza con la verdad, porque la verdadera oración sale del corazón, del momento que uno vive. Y esa es la oración en los momentos de oscuridad, en esos momentos de la vida en los que no hay esperanza, ni se ve el horizonte. ¡Y hay tanta gente hoy en la situación de Job! Tanta gente buena, como Job, que no entiende lo que le ha pasado: ¡es así! Tantos hermanos y hermanas que no tienen esperanza. Pensemos en las tragedias, en las grandes tragedias, como la de los hermanos nuestros que, por ser cristianos, son expulsados de su casa y se quedan sin nada: Pero, yo he creído en Ti, Señor. ¿Por qué? ¿Creer en Ti es una maldición, Señor? Pensemos en los ancianos abandonados, en los enfermos, en tanta gente sola que hay en los hospitales.
Por toda esa gente, y también por nosotros cuando estamos en el camino de la oscuridad, la Iglesia reza. ¡La Iglesia reza! Carga con ese dolor y reza. Y nosotros, que no tenemos enfermedades, ni hambre, ni necesidades importantes, cuando tenemos un poco de oscuridad en el alma, ¡nos creemos mártires y dejamos de rezar! Hasta hay quien dice: ¡Me he enfadado con Dios; ya no voy más a Misa! Y ¿por qué? ¿Por una tontería de nada? Santa Teresa del Niño Jesús, en los últimos meses de su vida, procuraba pensar en el cielo, y sentía dentro como una voz que le decía: Pero no seas tonta, no te hagas ilusiones. ¿Sabes lo que te espera? ¡La nada! Muchas veces pasamos por esa situación, ¡la vivimos! ¡Y hay tanta gente solo piensa en acabar en la nada! Pero ella, Santa Teresa, rezaba y pedía fuerza para seguir adelante, en la oscuridad. Eso se llama entrar en paciencia. Nuestra vida es demasiado fácil, nuestras quejas son teatrales. Delante de las quejas de tanta gente, de tantos hermanos y hermanas que están en la oscuridad, que han perdido casi la memoria, casi la esperanza —que viven un exilio de sí mismos, ¡son exiliados hasta de sí mismos!—, ¡lo nuestro es nada! También Jesús pasó por ese camino: desde la noche en el Monte de los Olivos hasta la ultima palabra de la Cruz: Padre, ¿por qué me has abandonado?
Os sugiero dos cosas que nos pueden servir. La primera: prepararse para cuando venga la oscuridad, que a lo mejor no será tan dura como la de Job, pero tendremos un tiempo de oscuridad. Preparar el corazón para ese momento. Y la segunda: rezar como reza la Iglesia y con la Iglesia, por tantos hermanos y hermanas que padecen el exilio de sí mismos, en la oscuridad y en el sufrimiento, sin esperanza a la mano. Es la oración de la Iglesia por esos Jesús que sufren, y que están por todas partes.