Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Cristiano es igual a Cireneo. Tengamos fe esa en esta identificación: pertenecemos a Jesús si llevamos con Él el peso de la Cruz. Si no, se recorre un camino bueno en apariencia, pero no verdadero. En el Evangelio de hoy, Cristo pregunta a los discípulos qué dice la gente de Él, y recibe las respuestas más disparatadas. El episodio se encuadra en el contexto del Evangelio que contempla a Jesús protegiendo de manera especial su verdadera identidad. En muchas ocasiones, cuando alguno se le acercaba para decírselo, lo paraba, igual que impide muchas veces, incluso al demonio, que se revele su naturaleza de Hijo de Dio venido a salvar el mundo. Y eso para que la gente no se equivocase y pensase en el Mesías como un libertador venido a expulsar a los romanos. Solo en privado, a los Doce, Jesús empieza a hacerles la catequesis sobre su verdadera identidad. El Hijo del hombre —dice—, es decir, el Mesías, el Ungido, tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los escribas, morir y resucitar. Ese es el camino de nuestra liberación, la senda del Mesías, del Justo: la Pasión y la Cruz. A ellos les explica su identidad. Aunque no quieren entenderlo, y en el texto de Mateo se ve cómo Pedro lo rechaza: ¡No! ¡No, Señor! Entonces les empieza a abrir el misterio de su identidad: Sí, yo soy el Hijo de Dios. Ese es mi camino: tengo que ir por esa senda de sufrimiento.
Es la pedagogía que Jesús emplea para preparar los corazones de sus discípulos, y los corazones de la gente, para entender este Misterio de Dios. Es tanto el amor de Dios, y tan feo el pecado, que nos salva así: con la identidad de la Cruz. No se puede entender a Jesucristo Redentor sin la Cruz: ¡no se puede! Podemos incluso llegar a pensar que es un gran profeta, que hace cosas buenas, que es un santo. Pero a Cristo Redentor sin la Cruz no se le puede entender. Y los corazones de los discípulos, los corazones de la gente, no estaban preparados para entenderlo. No habían comprendido las profecías, ni que él era precisamente el Cordero para el sacrificio. No estaban preparados.
Solo el Domingo de Ramos Cristo permite a la muchedumbre decir, más o menos, su identidad, con aquel Bendito el que viene en nombre del Señor. Y eso porque si esta gente no grita, ¡gritarán las piedras! En cambio, solo después de su muerte la identidad de Jesús aparece en plenitud y la primera confesión viene del centurión romano. Paso a paso, Jesús nos prepara para entenderlo bien. Nos prepara para acompañarlo con nuestras cruces por su camino hacia la redención. Nos prepara para ser cireneos y ayudarle a llevar la Cruz. Nuestra vida cristiana, sin eso, no es cristiana. Será una vida espiritual buena: Jesús es el gran profeta que nos ha salvado. Pero Él, yo no’. ¡No, tú con Él! Haciendo el mismo camino. También nuestra identidad de cristianos debe ser protegida y no creer que ser cristianos es un mérito; es un camino espiritual de perfección. No es un mérito, es pura gracia.