Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Si no tienes nada consistente, también tú pasarás como el resto de las cosas. El Libro del Eclesiastés nos habla de la vanidad. Una tentación que no es solo para los paganos sino también para los cristianos, para las personas de fe. Jesús reprocha mucho a los que se glorían. A los doctores de la ley les decía que no debían pasear por las plazas con vestidos lujosos, como príncipes. Cuando reces, decía el Señor, por favor no te hagas ver, no reces para que te vean, reza en lo escondido, ve a tu habitación. Lo mismo cuando ayudes a los pobres: no vayas tocando la trompeta, hazlo a escondidas. ¡El Padre lo ve: es suficiente! Pero el vanidoso: Mira, te doy este cheque para las obras de la Iglesia, y enseña el cheque; aunque luego estafa a la Iglesia por otro lado. Eso hace el vanidoso: vive para aparentar. Cuando ayunes —les dice el Señor a esos— por favor no te pongas melancólico, triste, para que todos se den cuenta de que estás ayunando; no, ayuna con alegría; haz penitencia con alegría, que nadie se dé cuenta. Porque la vanidad es así: vivir para lucirse, vivir para hacerse ver.
Los cristianos que viven así, para lucirse, por vanidad, parecen pavos, se pavonean. Hay quien dice: yo soy cristiano, soy pariente de tal cura, de tal monja, de tal obispo, mi familia es una familia cristiana. Se glorían. ¿Y tu vida con el Señor? ¿Cómo rezas? Tu vida en las obras de misericordia, ¿cómo va? ¿Visitas a los enfermos? ¡La verdad! Por eso, Jesús dice que debemos construir la casa, o sea, la vida cristiana, sobre roca, sobre la verdad. En cambio, los vanidosos construyen la casa sobre arena y se cae, la vida cristiana se viene abajo, resbala, porque no es capaz de resistir las tentaciones. Cuántos cristianos viven para aparentar. Su vida parece una pompa de jabón. ¡Es bonita una pompa de jabón, con todos esos colores! Pero dura un segundo. ¿Y luego qué? Hasta cuando vemos algunos monumentos fúnebres, pensamos que son vanidad, porque la verdad es volver a la tierra desnuda, como decía el Siervo de Dios Pablo VI. Nos espera la tierra desnuda: esa es nuestra verdad final. Mientras tanto, ¿me glorío o hago algo? ¿Hago el bien? ¿Busco a Dios? ¿Rezo? ¡Cosas consistentes! Porque la vanidad es embustera, fantasiosa, se engaña a sí misma, y engaña al vanidoso, porque primero aparenta ser lo que no es, pero al final se lo cree, ¡se lo cree! ¡Pobrecillo!
Es lo que le pasaba al Tetrarca Herodes que, como narra el Evangelio de hoy, se pregunta con insistencia sobre la identidad de Jesús. La vanidad siembra inquietud de la mala, y quita la paz. Es como esas personas que se maquillan tanto que luego tienen miedo de que les llueva y se le caiga todo el maquillaje. La vanidad no nos da paz; solo la verdad nos da la paz. La única roca sobre la que podemos edificar nuestra vida es Jesús. Pensemos en la propuesta del diablo, del demonio, que también tentó a Jesús de vanidad en el desierto diciéndole: Ven conmigo, subamos al templo y demos el espectáculo; tú te tiras abajo y todos creerán en ti. El demonio le presenta a Jesús la vanidad en bandeja.
La vanidad es una enfermedad espiritual muy grave. Los Padres egipcios del deserto decían que la vanidad es una tentación contra la cual tenemos que luchar toda la vida, porque siempre vuelve para quitarnos la verdad. Y para explicarlo decían: es como la cebolla, la coges y empiezas a quitarle capas, y le quitas la vanidad hoy, y un poco de vanidad mañana, y toda la vida arrancando la vanidad para vencerla. Y al final estás contento: he quitado la vanidad, he pelado la cebolla, pero te queda el olor en las manos. Pidamos al Señor la gracia de no ser vanidosos, de ser verdaderos, con la verdad de la realidad y del Evangelio.