Homilía de la Misa en Santa Marta
En el Evangelio de hoy (Lc 6,39-42) Jesús amonesta a los que ven la paja en el ojo del hermano y no advierten la viga que hay en el suyo. Este tema nos lleva de nuevo a hablar de la corrección fraterna.
En primer lugar, el hermano que se equivoca debe ser corregido con caridad. No se puede corregir a una persona sin amor ni caridad. No se puede operar sin anestesia: no se puede, porque el enfermo se moriría de dolor. Pues la caridad es como la anestesia que ayuda a ser curado y aceptar la corrección. Llévalo aparte, con mansedumbre, con amor, y le hablas.
En segundo lugar, hay que hablar con verdad: no decir algo si no es verdad. Cuántas veces, en nuestras comunidades, se dice algo de otra persona que no es verdad: son calumnias. Y, si es verdad, se le quita la fama a esa persona. Las murmuraciones hacen daño; son como bofetadas a la fama de una persona, al corazón de una persona. Es cierto que, cuando te dicen la verdad, no es agradable oírla, pero si se dice con caridad y amor es más fácil de aceptar. Así pues, hay que decir los defectos a los demás, pero con caridad.
El tercer punto es corregir con humildad. Si tienes que corregir un defecto pequeño, piensa que tú los tienes más gordos. La corrección fraterna es un acto para curar el cuerpo de la Iglesia. Hay un roto, ahí, en el tejido de la Iglesia, que hay que coser. E igual que las madres y las abuelas cuando zurcen lo hacen con tanta delicadeza, así se debe hacer la corrección fraterna. Si no eres capaz de hacerla con caridad, con verdad y con humildad, cometerás una ofensa, destruirás el corazón de esa persona, harás una murmuración más, que hiere, y te convertirás en un ciego hipócrita, como dice Jesús: ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo (Lc 6,42). ¡Hipócrita! Reconoce que eres más pecador que el otro… Pero tú, como hermano, debes ayudar a corregir al otro.
Una señal que quizá nos puede ayudar es ver si sentimos cierto gusto al ver algo que está mal y consideramos que tengo que corregirlo: ¡hay que estar atentos, porque eso no es del Señor! En el Señor siempre está la cruz, la dificultad de hacer algo bueno. Del Señor siempre viene el amor que nos lleva a la mansedumbre. No hagamos de jueces. A veces tenemos la tentación de hacer como esos doctores de la Ley: quedarnos fuera del juego del pecado y de la gracia, como si fuéramos ángeles. ¡No! Es lo que dice Pablo: no sea que, después de predicar a los otros, me descalifiquen a mí (1Cor 9,27). Y un cristiano que, en su comunidad, no hace las cosas —también la corrección fraterna— con caridad, verdad y humildad ¡está descalificado! No ha logrado ser un cristiano maduro.
Que el Señor nos asista en este servicio fraterno, tan bonito y tan doloroso, de ayudar a los hermanos y hermanas a ser mejores, y que nos conceda hacerlo siempre con caridad, verdad y humildad.