El evangelio de este domingo, del capítulo 18 de Mateo, presenta el tema de la corrección fraterna en la comunidad de los creyentes: es decir, cómo debo corregir a otro cristiano cuando hace algo que no está bien. Jesús nos enseña que si mi hermano cristiano comete una culpa contra mí, me ofende, debo emplear la caridad con él, lo primero, hablarle personalmente, explicándole que lo que ha dicho o hecho no es bueno. ¿Y si el hermano no me escucha? Jesús sugiere una intervención progresiva: primero, vuelve a hablarle con otras dos o tres personas, para que sea más consciente del error cometido; si, a pesar de esto, no acoge la exhortación, hay que decirlo a la comunidad; y si no oye tampoco a la comunidad, entonces hay que hacerle percibir la fractura y el distanciamiento que él mismo ha provocado, al no haber comunión con los hermanos en la fe.
Las etapas de este itinerario indican el esfuerzo que el Señor pide a su comunidad para acompañar al que se equivoca, para que no se pierda. Ante todo, es preciso evitar el clamor de la crítica y el chismorreo de la comunidad —esto es lo primero, evitarlo—. «Ve y corrígele estando a solas con él» (Mt 18,15). La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad, atención respecto a quien ha cometido una culpa, evitando que las palabras puedan herir o matar al hermano. Porque, lo sabéis, ¡también las palabras matan! Cuando hablo mal, cuando hago una crítica injusta, cuando "despellejo" a un hermano con mi lengua, ¡eso es matar la fama del otro! Hasta las palabras matan. Estemos atentos a esto. Al mismo tiempo, esa discreción de hablarle a solas tiene el fin de no mortificar inútilmente al pecador. Se habla entre los dos, nadie se da cuenta y ahí se acaba todo. A la luz de esta exigencia se comprende también la serie sucesiva de intervenciones, que prevé involucrar a algunos testigos y luego, si hace falta, a la comunidad. La finalidad es la de ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho, y que con su culpa ha ofendido no solo a uno, sino a todos. Y también ayudarnos a liberarnos de la ira o del resentimiento, que solo hacen daño: esa amargura del corazón que lleva a la ira y al resentimiento y que nos llevan a insultar y agredir. Es muy feo ver salir de la boca de un cristiano un insulto o una agresión. Es feo. ¿Entendido? ¿Nada de insultos! Insultar no es cristiano. ¿Estamos? Insultar no es cristiano.
En realidad, ante Dios todos somos pecadores y necesitados de perdón. Todos. De hecho, Jesús nos dijo que no juzgáramos. La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión que deben reinar en la comunidad cristiana, es un servicio recíproco que podemos y debemos hacernos unos a otros. Corregir al hermano es un servicio, y es posible y eficaz solo si cada uno se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor. La misma conciencia que me hace reconocer el error del otro, antes mi recuerda que yo miso me he equivocado y me equivoco tantas veces.
Por eso, al comienzo de la Misa, siempre que se nos invita a reconocer ante el Señor que somos pecadores, expresando con palabras y gestos el sincero arrepentimiento del corazón. Decimos: ¡Apiádate de mí, Señor, que soy un pecador! Confieso a Dios Omnipotente mis pecados. Y no decimos: "Señor, ten piedad de este que está a mi lado, o de aquella, que son pecadores". ¡No! "¡Apiádate de mí!". Todos somos pecadores y necesitamos el perdón del Señor. Es el Espíritu Santo el que habla a nuestro espíritu y nos hace reconocer nuestras culpas a la luz de la palabra de Jesús. Y es el mismo Jesús quien nos invita a todos, santos y pecadores, a su mesa recogiéndonos de los cruces de los caminos, de las diversas situaciones de la vida (cfr Mt 22,9-10). Y entre las condiciones que unen a los participantes en la celebración eucarística, dos son fundamentales, dos condiciones para ir bien a Misa: todos somos pecadores y a todos nos da Dios su misericordia. Son dos condiciones que abren de par en par la puerta para entrar bien en Misa. Debemos recordar siempre esto antes de ir al hermano con la corrección fraterna.
Pidamos todo esto por intercesión de Santa María Virgen, a la que mañana celebraremos en la fiesta litúrgica de su Natividad...
...Sería su cumpleaños. ¿Y qué se hace cuando mamá celebra su cumpleaños? La saludamos, la felicitamos… Pues acordaos mañana, desde primera hora, con el corazón y con los labios, saludar a la Virgen y decirle: "¡Felicidades!". Y rezarle un Avemaría que nos salga del corazón de hijo y de hija. ¡Acordaos, por favor!