Se puede ser un día un valiente adversario de la idolatría al servicio de Dios y, al día siguiente, estar deprimido hasta querer morirse porque alguien, en nuestra misión, nos ha asustado. Para equilibrar los dos extremos de la fuerza y de la fragilidad humana está, y estará siempre, Dios, con tal de que le seamos fieles. Es la historia del Profeta Elías, descrita en la lectura del Libro de los Reyes, como modelo de la experiencia de toda persona de fe. El célebre texto litúrgico de hoy nos muestra a Elías en el Monte Horeb cuando recibe la invitación a salir de la caverna donde estaba y presentarse en la presencia de Dios. Cuando el Señor pasa, un viento fuerte, un terremoto y un fuego se materializan uno tras otro, pero en ninguno de ellos está Dios. Luego, viene un delicado soplo de brisa y ahí reconoce Elías al Señor que pasa. El Señor no estaba en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en el susurro de una brisa ligera, en la paz o, como dice el original, en una expresión bellísima: ‘El Señor estaba en un hilo de silencio sonoro’. Parece una contradicción: un hilo de silencio sonoro. Elías sabe discernir dónde está el Señor, pero el Señor le prepara con el don del discernimiento, y luego le da la misión.
La misión que Dios le confía es ungir al nuevo rey de Israel y al nuevo profeta, llamado a sustituir al mismo Elías. Llama la atención la delicadeza y el sentido de paternidad con el que la tarea se le confía a un hombre que, capaz de fuerza y celo en un momento, ahora parece derrotado. El Señor prepara su alma, su corazón, y lo prepara en la prueba, en la obediencia, en la perseverancia. Cuando el Señor quiere darnos una misión o un encargo, nos prepara. Nos prepara para hacerlo bien, como preparó a Elías. Y lo más importante no es que haya encontrado al Señor: no, no, eso está bien, pero lo importante es todo el recorrido para llegar a la misión que el Señor confía. Y esa es la diferencia entre la misión apostólica que el Señor nos da y otro encargo: ‘Tienes que hacer este encargo…’, un encargo humano, honesto, bueno… Cuando el Señor da una misión, siempre nos hace entrar en un proceso de purificación, de discernimiento, de obediencia y de oración.
Y la fidelidad a ese proceso es la de dejarnos conducir por el Señor. En este caso, con la ayuda de Dios, Elías supera el miedo que le infunde la reina Jezabel, que lo amenazó con matarlo. Era una reina mala que mataba a sus enemigos. Y él tiene miedo. Pero el Señor es más poderoso, y le hace sentir a Elías que él, tan grande y valiente, también necesita la ayuda del Señor y la preparación para la misión. Así pues, Elías camina, obedece, sufre, discierne, reza y encuentra al Señor.
Que el Señor nos dé la gracia de dejarnos preparar todos los días de nuestra vida, para que podamos dar testimonio de la salvación de Jesús.