El don de temor de Dios, del que hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios: sabemos bien que Dios es Padre, que nos ama, y quiere nuestra salvación, y siempre perdona, siempre; por tanto, ¡no hay motivo para tenerle miedo! El temor de Dios, por el contrario, es un don del Espíritu que nos recuerda lo pequeños que somos ante Dios y ante su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, respeto y confianza en sus manos. Eso es el temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que tanto nos quiere.
1. Cuando el Espíritu Santo toma morada en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, y nos lleva a sentirnos como somos, es decir, pequeños, con esa actitud —tan recomendada por Jesús en el Evangelio— de quien deja todas sus preocupaciones y esperanzas en Dios, y se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, ¡precisamente como un niño con su padre! Eso es lo que hace el Espíritu Santo en nuestros corazones: nos hace sentirnos como niños en los brazos de nuestro padre. En este sentido, comprendemos que el temor de Dios asuma en nosotros la forma de docilidad, reconocimiento y alabanza, colmando nuestro corazón de esperanza. De hecho, muchas veces no logramos entender el designio de Dios, y nos damos cuenta de que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos ni la felicidad ni la vida eterna. Precisamente, cuando experimentamos nuestras limitaciones y nuestra pobreza, el Espíritu nos conforta y nos hace percibir que lo único importante es dejarnos conducir por Jesús hasta los brazos de su Padre.
2. Por esto necesitamos tanto este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia. Abrir el corazón, para que la bondad y la misericordia de Dios vengan a nosotros. Esto es lo que hace el Espíritu Santo con el don de temor de Dios: abre los corazones. Corazón abierto para que el perdón, la misericordia, la bondad, las caricias del Padre vengan a nosotros, porque somos hijos infinitamente amados.
3. Cuando estamos llenos de temor de Dios, entonces somos llevados a seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Pero esto, no con actitud resignada, pasiva, o quejosa, sino con el asombro y la alegría de un hijo que se reconoce servido y amado por el Padre. El temor de Dios, pues, no hace de nosotros cristianos tímidos, remisos, sino que engendra en nosotros valentía y fuerza. Es un don que nos hace cristianos convencidos, entusiastas, que no se someten al Señor por miedo, sino porque son movidos y conquistados por su amor. ¡Ser conquistados por el amor de Dios! Esto es hermoso. Dejarnos conquistar por ese amor de padre, que nos quiere tanto, nos ama con todo su corazón.
Pero, estemos atentos, porque el don de Dios, el don de temor de Dios es también una alarma ante la pertinacia en el pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfema contra Dios, cuando abusa de los demás, cuando les tiraniza, cuando vive solo para el dinero, la vanidad, el poder o el orgullo, entonces el santo temor de Dios no pone en alerta: ¡atención! Con todo ese poder, con todo ese dinero, con todo tu orgullo, con toda tu vanidad, no serás feliz. Nadie puede llevarse consigo al otro mundo ni el dinero, ni el poder, ni la vanidad, ni el orgullo. ¡Nada! Solo nos podemos llevar el amor que Dio Padre nos da, las caricias de Dios, aceptadas y recibidas por nosotros con amor. Y también podremos llevar lo que hayamos hecho por los demás. Atención a no poner la esperanza en el dinero, el orgullo, el poder, la vanidad, porque todo eso no puede prometernos nada bueno. Pienso, por ejemplo, en las persone que tienen responsabilidad sobre los demás y se dejan corromper. ¿Pensáis que una persona corrupta será feliz en la otra vida? No, todo el fruto de su corrupción ha corrompido su corazón y será difícil ir al Señor. Pienso en los que viven de la trata de personas y del trabajo esclavo. ¿Pensáis que esa gente que trafica con personas, que abusa de las persone con el trabajo esclavo tiene en el corazón amor de Dios? No, no tienen temor de Dios y no son felices. No lo son. Pienso en los que fabrican armas para fomentar las guerras. ¿Pero qué trabajo es ese? Estoy seguro de que si ahora pregunto: ¿cuántos de vosotros sois fabricantes de armas? Ninguno, ninguno. ¡Los fabricantes de armas no vienen a escuchar la Palabra de Dios! Fabrican la muerte, son mercaderes de muerte y hacen mercancía de muerte. Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo se acaba, y que deberán rendir cuentas a Dios.
Queridos amigos, el Salmo 34 nos hace rezar así: «El pobre grita y el Señor lo escucha, lo salva de todas sus angustias. El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen, y los libera» (vv. 7-8). Pidamos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para acoger el don de temor de Dios y podernos reconocer, junto a ellos, revestidos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro Padre, nuestro papá. Así sea.