¿Cómo va el primer amor? Es decir, ¿sigo enamorado de ti como el primer día? ¿Estoy feliz contigo, o te ignoro? Preguntas universales que hay que hacerse a menudo. Y no solo los cónyuges en el matrimonio, sino también los sacerdotes y obispos, respecto a Jesús. Porque es Él quien nos lo pregunta, como un día hizo con Pedro: ¿Simón, hijo de Juan, me amas? Lo acabamos de leer en el Evangelio de hoy: Cristo pregunta tres veces al primero de los Apóstoles si lo ama más que los otros, que es un modo de llevarle al primer amor.
Esa es la pregunta que me hago a mí y a mis hermanos obispos y sacerdotes, como nos hace hoy Jesús. ¿Es como el primer amor? ¿Sigo enamorado como el primer día? ¿O el trabajo y las preocupaciones me llevan a ver otras cosas y olvido un poco el amor? ¡Pero los esposos se pelean! Es lo normal. Pero, si no hubiera amor, no se pelearía: se rompería. ¡No olvidemos nunca el primer amor, nunca!
Como hoy estamos aquí tantos sacerdotes, quisiera señalar unos aspectos a tener presentes en el trato de diálogo de un sacerdote con Jesús.
En primer lugar —antes que el estudio, antes que querer ser un intelectual de la filosofía o de la teología o de la patrología—, ser pastor, como Jesús pidió a Pedro: Apacienta mis ovejas. El resto, viene después. Apacienta: con teología, con filosofía, con patrología, con lo que estudies, ¡pero apacienta! ¡Sé pastor! Porque el Señor nos ha llamado para eso, y la imposición de las manos del obispo sobre nuestra cabeza fue para ser pastores. Así que, la primera pregunta es: ¿Cómo va el primer amor? Y la segunda: ¿Soy pastor, o soy un empleado de una ONG que se llama Iglesia? Hay una diferencia. ¿Soy pastor? Una pregunta que debo hacerme yo, y los obispos y los sacerdotes, todos. Apacienta. Pastorea. Adelante.
Y no hay gloria para el pastor consagrado a Jesús: ¡No, hermano! Acabarás del modo más común y corriente, e incluso más humillante, tantas veces: postrado en cama, y te tiene que dar de comer, te tienen que vestir… ¡Inútil, enfermo! El destino es acabar como Él terminó: amor que muere como la semilla de trigo, y así dará fruto… aunque yo no lo veré.
Finalmente, la palabra más fuerte con la que Jesús concluye el diálogo con Pedro: Sígueme. Si perdemos la orientación o no sabemos cómo responder al amor, cómo ser pastores, o no tenemos certeza de que el Señor no nos dejará solos, incluso en los momentos más feos de la vida, en la enfermedad, nos dice: Sígueme. Esa es la certeza: tras las huellas de Jesús, por ese camino: Sígueme.
Que el Señor nos conceda a todos los sacerdotes y obispos la gracia de encontrar siempre, o de recordar, el primer amor, de ser pastores, de no tener vergüenza de acabar humillados en una cama o incluso con la cabeza ida. Y que siempre nos dé la gracia de ir tras Jesús, siguiendo sus huellas: ¡la gracia de seguirle!