Acabamos de escuchar las Bienaventuranzas, que son como el programa, como el carnet de identidad del cristiano. Si alguno pregunta: ¿Qué hay que hacer para ser buen cristiano?, aquí tenemos la respuesta de Jesús que nos indica cosas a contracorriente respecto a lo que habitualmente se hace en el mundo.
Bienaventurados los pobres de espíritu. Las riquezas no te aseguran nada. Es más, cuando el corazón es rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene sitio para la Palabra de Dios.
Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. Pero el mundo nos dice: la alegría, la felicidad, la diversión, eso es lo bueno de la vida. E ignora, o mira a otra parte, cuando hay problemas de enfermedad, problemas de dolor en la familia. El mundo no quiere llorar, prefiere ignorar las situaciones dolorosas, taparlas. Solo la persona que ve las cosas como son, y llora en su corazón, es feliz y será consolada con el consuelo de Jesús, no el del mundo.
Bienaventurados los mansos de este mundo, que desde el principio es un mundo de guerras, un mundo donde hay peleas por todas partes, donde el odio se extiende por doquier. Pero Jesús dice: nada de guerras, nada de odio: paz, mansedumbre. “Es que si soy manso pensarán que soy tonto”. Pues que piensen lo que quieran, pero tú sé manso, porque con esa mansedumbre heredarás la Tierra.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, Bienaventurados los que luchan por la justicia, para que haya justicia en el mundo. Es tan fácil caer por las grietas de la corrupción, esa política del “do ut des”, donde todo es negocio. ¡Cuántas injusticias! ¡Quanta gente sufre por esas injusticias! Pues Jesús dice: Bienaventurados los que luchan contras las injusticias.
Bienaventurados los misericordiosos, porque hallarán misericordia. Los misericordiosos, los que perdonan y comprenden los errores de los demás. Jesús no dice “Bienaventurados los que hacen venganza, los que se vengan”, sino bienaventurados los que perdonan, los misericordiosos. ¡Porque todos somos una panda de perdonados! Todos hemos sido perdonados. Por eso es bienaventurado el que va por el camino del perdón.
Bienaventurados los limpios de corazón, lo que tienen un corazón sencillo, puro, sin porquería, un corazón que sabe amar con esa pureza tan hermosa.
Bienaventurados los que trabajan por la paz. ¡Pero es tan común entre nosotros ser operadores de guerras o, al menos, de malentendidos! “Cuando me entero de algo, voy a ese y se lo digo, y luego hago una segunda edición un poco exagerada y la cuento…”. Es el mundo de la murmuración. La gente que murmura no hace la paz, son enemigos de la paz. No son bienaventurados.
Bienaventurados los perseguidos por la justicia. ¡Cuanta gente es perseguida, y ha sido perseguida simplemente por haber luchado por la justicia!
Las Bienaventuranzas es, pues, el programa de vida que Jesús nos propone, tan sencillo, pero tan difícil. Y si quisiéramos algo más, Jesús nos da también otras indicaciones, por las que seremos juzgados, en el capítulo 25 del evangelio de Mateo: “Tuve hambre y me diste de comer, estuve sediento y me diste de beber, estuve enfermo y me visitaste, en la cárcel y viniste a verme”. Con estas dos cosas —las Bienaventuranzas y Mateo 25— se puede vivir la vida cristiana a nivel de santidad. Son pocas palabras, sencillas, pero prácticas para todos, porque el cristianismo es una religión práctica: no es para pensarla, sino para practicarla, para hacerla.
Hoy, si tenéis un poco de tiempo en casa, tomad el evangelio de Mateo: en el capítulo quinto, al comienzo, están las Bienaventuranzas; y en el capítulo 25 están las otras. Os vendrá muy bien leerlo una vez, dos veces, tres veces. ¡Leedlo, que es el programa de santidad! Que el Señor nos dé la gracia de entender este mensaje suyo.