Queridos matrimonios que celebráis 25, 50 o 60 años de casados y asistís a la Misa del Papa esta mañana para dar gracias a Dios por todos esos años. Me ofrecéis la ocasión de reflexionar sobre los tres pilares que, en la visión de la fe, deben sostener un amor esponsal: fidelidad, perseverancia y fecundidad. El modelo de referencia son los tres amores de Jesús: al Padre, a su Madre, a la Iglesia. Grande es el amor de Jesús a esta última: Jesús desposó a la Iglesia por amor. Es su esposa: bella, santa, pecadora, pero la quiere igual. Y su modo de amarla demuestra las tres características de ese amor: es un amor fiel; es un amor perseverante, que nunca se cansa de amara a su Iglesia; y es un amor fecundo.
¡Es un amor fiel! ¡Jesús es el Fiel! San Pablo, en una de sus Cartas, dice: “Si confiesas a Cristo, Él te confesará a ti ante el Padre; si reniegas de Cristo, Él renegará de ti; si no eres fiel a Cristo, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo”. La fidelidad es precisamente la esencia del amor de Jesús. Y el amor de Jesús en su Iglesia es fiel. Esa fidelidad es como una luz sobre el matrimonio. La fidelidad del amor. Siempre.
Siempre fiel, pero también siempre incansable en su perseverancia. Igual que el amor de Jesús por su Esposa. Muchas veces perdona Jesús a la Iglesia, y del mismo modo, también dentro de la pareja, a veces se pide perdón, y el amor matrimonial va adelante. La vida matrimonial debe ser perseverante. Porque, de lo contrario, el amor no puede seguir adelante. Perseverancia en el amor, en los momentos buenos y en los momentos difíciles, cuando hay problemas —problemas con los hijos, problemas económicos, problemas aquí, problemas allá— el amor persevera, adelante, procurando siempre resolver las cosas para salvar la familia. Perseverantes: se levantan cada mañana, el hombre y la mujer, y sacan adelante su familia.
Tercer rasgo, la fecundidad. El amor de Jesús hace fecunda la Iglesia con nuevos hijos —Bautismos— y la Iglesia crece con esa fecundidad nupcial. En un matrimonio, la fecundidad puede ser alguna vez puesta a prueba, cuando los hijos no llegan o están enfermos. En esas pruebas, hay parejas que miran a Jesús y adquieren la fuerza de la fecundidad que Jesús tiene con su Iglesia. En cambio, en el lado opuesto, hay cosas que a Jesús no le gustan, es decir, esos matrimonios que quieren ser estériles: matrimonios que no quieren tener hijos, que quieren permanecer sin fecundidad. La cultura del bienestar, desde hace unos diez años, ha calado: “Es mejor no tener hijos. Es mejor. Así puedes ir a conocer mundo, de vacaciones, puedes tener un chalet en el campo, estás tranquilo…”. A lo mejor es más cómodo tener un cachorro y dos gatos, y el amor va de los dos gatos al cachorro. ¿Sí o no? ¿Lo habéis visto vosotros? Al final, ese matrimonio llega a la vejez en soledad, con la amargura de la soledad mala. No es fecundo, no hace lo que Jesús hace con su Iglesia: la hace fecunda.