San Pablo era muy valiente porque tenía su fuerza en el Señor. Es verdad que algunas veces también tenía miedo. Nos pasa a todos ese poco de miedo. ¿No sería mejo bajar un poco el listón y ser un poco menos cristianos, llegando a un compromiso con el mundo? Pablo sabía que no todo lo que hacía iba a gustar ni a judíos ni a paganos, pero no se detiene y, por eso, tiene que soportar problemas y persecuciones. Esto nos lleva a pensar en nuestros miedos, en nuestros temores. También Jesús en Getsemaní tuvo miedo, angustia. Y, en su discurso de despedida, a los discípulos les dice claramente que el mundo se alegrará de sus sufrimientos, como sucedió con los primeros mártires del Coliseo.
Hay que decir la verdad: no toda la vida cristiana es una fiesta. ¡No toda! Se llora, muchas veces se llora. Cuando estás enfermo; cuando tienes un problema con un hijo, con una hija, con la mujer, con el marido; cuando ves que el sueldo no llega a fin de mes y tienes un hijo enfermo; cuando ves que no puedes pagar la hipoteca de la casa y tenéis que marcharos… ¡Tenemos muchos problemas! Pero Jesús nos dice: “¡No tengáis miedo!”. “Sí, estaréis tristes, lloraréis y hasta la gente se alegrará, la gente que está en contra”.
Pero hay otra tristeza: la que nos entra cuando vamos por mal camino, Cuando, por decirlo sencillamente, vamos a comprar la alegría del mundo, la del pecado, y al final nos queda un vacío dentro, nos queda la tristeza. Es la tristeza de la alegría mala. Porque la alegría cristiana, en cambio, es una alegría en esperanza, que viene. Pero en el momento de la prueba no se ve. Es una alegría que se purifica con las pruebas de cada día: “Vuestra tristeza se convertirá en alegría”. Lo que pasa es que es difícil, cuando vas a un enfermo que sufre mucho, decirle: “¡Ánimo! ¡Ánimo! ¡Mañana tendrás alegría!”. No, no se puede decir. Debemos hacer que se sienta como lo sentía Jesús. También nosotros, cuando estamos en tinieblas y no vemos nada, digamos: “Yo sé, Señor, que esta tristeza se convertirá en alegría. ¡No sé cómo, pero lo sé!”. Un acto de fe en el Señor. ¡Un acto de fe!
Para entender la tristeza que se trasforma en alegría, Jesús pone el ejemplo de la mujer que da a luz. Es verdad que, en el parto, la mujer sufre mucho, pero luego, cuando tiene el bebé consigo, se olvida. Lo que le queda es la alegría de Jesús, una alegría purificada. Esa es la alegría que permanece. Una alegría escondida en algunas situaciones de la vida, que no se siente en los momentos malos, pero que viene después: una alegría en esperanza. Este es el mensaje de la Iglesia de hoy: ¡no tener miedo! Ser valiente en el sufrimiento y pensar que después viene el Señor, la alegría, que tras la noche sale el sol.
Que el Señor nos dé a todos la alegría en esperanza. Y la señal de que tenemos esa alegría en esperanza es la paz. ¡Cuántos enfermos, que están al final de la vida, con tantos dolores, tienen esa paz en el alma! Es la semilla de la alegría en esperanza: la paz. ¿Tienes paz en el alma en el momento de la oscuridad, en el momento de las dificultades, en el momento de las persecuciones, cuando todos se alegran de tu mal? ¿Tienes paz? Si tienes paz, tienes la semilla de la alegría que vendrá después. Que el Señor nos haga entender estas cosas.