La enseñanza de hoy es clara: el que hace la evangelización es Dios. Tengámoslo en cuenta ante el exceso de burocracia que a veces, en la Iglesia, puede obstaculizar el acercamiento de las personas a Dios. Para eso, como acabamos de leer en los Hechos de los Apóstoles, el modelo es el Apóstol Felipe que, en la lectura de hoy, manifiesta las tres cualidades cristalinas de un cristiano: docilidad al Espíritu, diálogo y confianza en la gracia.
1. La primera destaca en el momento en que el Espíritu indica a Felipe que interrumpa sus actividades y alcance la carroza en la que está viajando, entre Jerusalén y Gaza, el ministro de la reina de Etiopía. Felipe obedece, es dócil a la llamada del Señor. Seguro que dejó muchas cosas que tenía que hacer, porque los Apóstoles en aquel tiempo estaban muy ocupados en la evangelización. Pero lo deja todo y se va. Esto nos hace ver que sin la docilidad a la voz de Dios ninguno puede evangelizar, nadie puede anunciar a Jesucristo: como mucho, se anunciará a sí mismo. Es Dios quien llama, es Dios quien pone a Felipe en camino. Y Felipe va. Es dócil.
2. Para Felipe el encuentro con el ministro etiope se convierte en una ocasión para anunciarle el Evangelio. Pero ese anuncio no es una enseñanza que le caiga de arriba, impuesta. Es un diálogo: el Apóstol tiene el escrúpulo de comenzar respetando la sensibilidad espiritual de su interlocutor, que está leyendo —sin lograr comprenderlo— un texto del Profeta Isaías. No se puede evangelizar sin diálogo; no se puede. Porque hay que partir precisamente desde donde está la persona que debe ser evangelizada. ¡Qué importante es esto! ‘Pero, entonces, se pierde mucho tiempo, porque cada uno tiene su historia, y vienen con sus ideas...’. ¡Pues pierde el tempo! ¡Más tiempo perdió Dios en la creación del mundo y lo hizo muy bien! El diálogo es perder el tiempo con la otra persona, porque esa persona es la que Dios quiere que evangelices. Que tú le des la noticia de Jesús es lo más importante. ¡Pero partiendo de cómo es, no cómo debe ser: cómo es ahora!
3. Las palabras de Felipe suscitan en el ministro etiope el deseo de ser bautizado y, en el primer sitio con agua que encuentran en el camino, así sucede. Felipe administra el Bautismo al etiope, lo lleva a las manos de Dios, de su gracia. Y, a su vez, el ministro estará en condiciones de generar la fe. Quizá esto nos ayude a entender mejor que quien hace la evangelización es Dios.
Pensemos en esos tres momentos de la evangelización: la docilidad para evangelizar —hacer lo que Dios manda—; segundo el diálogo con las personas —pero, en el diálogo, se parte de donde están ellos—; y tercero, fiarse de la gracia —es más importante la gracia que toda la burocracia—. Recordemos esto. Porque, en la Iglesia, muchas veces somos como una fábrica de impedimentos, para que la gente no pueda llegar a la gracia. Que el Señor nos haga entender esto.