Acabamos de escuchar la lectura del libro de los Salmos que dice: «El Señor me a conseja, hasta de noche instruye mi alma» (Sal 16,7). Esto es otro don del Espíritu Santo: el don de consejo. Sabemos lo importante que es, en los momentos más delicados, poder contar con ayuda de personas sabias que nos quieren. Ahora, a través del don de consejo, es Dios mismo, con su Espíritu, quien ilumina nuestro corazón, para hacernos comprender el modo justo de hablar y de comportarse, y el camino a seguir. Pero, ¿cómo actúa ese don en nosotros?
En cuanto lo acogemos y lo alojamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza en seguida a volvernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios. Al mismo tiempo, nos lleva cada vez más a dirigir la mirada interior a Jesús, como modelo de nuestro modo de obrar y de relacionarnos con Dios Padre y con los hermanos. Así pues, el consejo es el don con el que el Espíritu Santo capacita a nuestra conciencia para tomar una decisión concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su Evangelio. De este modo, el Espíritu nos hace crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la comunidad y nos ayuda a no estar a merced del egoísmo o de nuestro modo de ver las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad.
La condición esencial para conservar este don es la oración. Siempre volvemos al mismo tema: ¡la oración! ¡Es tan importante la oración! Rezar con las oraciones que todos aprendimos de niños, y también rezar con nuestras palabras. Rezar al Señor: Señor, ayúdame, aconséjame, ¿qué tengo que hacer ahora? Con la oración dejamos sitio para que el Espíritu venga y nos ayude en ese momento, nos aconseje sobre lo que debemos hacer. ¡La oración! No olvidar nunca la oración. ¡Jamás! Nadie se da cuenta cuando vamos rezando en el autobús o por la calle: pues recemos en silencio, con el corazón. Aprovechemos esos momentos para rezar, rezar para que el Espíritu nos dé el don de consejo.
En la intimidad con Dios y en la escucha de su Palabra, poco a poco abandonamos nuestra lógica personal, dictada la mayoría de las veces por nuestras cerrazones, por nuestros prejuicios y nuestras ambiciones, y aprendemos a pedir al Señor: ¿cuál es tu deseo?, ¿cuál es tu voluntad?, ¿qué te gusta? De este modo madura en nosotros una sintonía profunda, casi connatural, con el Espíritu y se experimenta lo ciertas que son las palabras de Jesús recogidas en el Evangelio de Mateo: «No os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros» (Mt 10,19-20). Es el Espíritu quien nos aconseja, pero nosotros debemos dejarle sitio para que nos pueda aconsejar. Y dejarle sitio es rezar, rezar para que venga y nos ayude siempre.
Además, como todos los demás dones del Espíritu, también el consejo constituye un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor no nos habla solamente en la intimidad del corazón —sí nos habla, pero no solo ahí—, sino que también nos habla a través de la voz y el ejemplo de los hermanos. Es de verdad un gran don poder encontrar hombres o mujeres de fe que, sobre todo en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida, nos ayuden a dar luz a nuestro corazón para reconocer la voluntad del Señor. Recuerdo una vez que estaba en un confesionario del Santuario de Luján, delante del que había una larga cola. Había allí un muchacho muy moderno, con pendientes, tatuajes y todo eso. Y me contó lo que le pasaba. Era un problema grande, difícil. Me dijo: ya he contado todo esto a mi madre y me ha dicho: ve a la Virgen y Ella te dirá lo que debes hacer. Eso es una mujer que tenía el don de consejo. No sabía cómo resolver el problema del hijo, pero le indicó el camino justo: ve a la Virgen y Ella te lo dirá. Eso es el don de consejo. Aquella mujer humilde, sencilla, dio a su hijo el consejo más certero. De hecho, el muchacho me dijo: he mirado a la Virgen y he sentido que debo hace esto, esto y esto… Yo no tuve que hablar, ya lo habían dicho todo la madre y el mismo muchacho. Eso es el don de consejo. Vosotras madres que tenéis este don, pedidlo para vuestros hijos. El don de aconsejar a los hijos es un don de Dios.
Queridos amigos, el Salmo 16, que hemos escuchado, nos invita a rezar con estas palabras: «Bendigo al Señor que me aconseja; hasta de noche instruye mi alma. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré» (vv. 7-8). ¡Que el Espíritu pueda infundir siempre en nuestro corazón esa certeza y llenarnos de su consuelo y de su paz! Pedid siempre el don de consejo.
Invito a todos a invocar la intercesión de María, para que el Señor conceda misericordia y paz a la Iglesia y al mundo entero, y animo a todos a valorar en este mes de mayo la oración del santo Rosario.