El martirio de Esteban es un calco del martirio de Jesús. El primer mártir de la Iglesia, igual que Jesús, encontró los celos de los dirigentes que procuraban eliminarlo. También para él hubo falsos testigos, y un juicio hecho a toda prisa. Esteban les advierte que están oponiendo resistencia al Espíritu Santo, como dijo Jesús. Pero aquella gente estaba intranquila, sin paz en el corazón. Tenían odio en su corazón. Por eso, al oír las palabras de Esteban, se pusieron furibundos. Ese odio lo sembró el diablo en sus corazones, es el odio del demonio contra Cristo. El odio del demonio que hizo lo que quiso con Jesucristo en su Pasión, y ahora repite lo mismo con Esteban. En el martirio se ve claramente esa lucha entre Dios y el demonio. Además, Jesús había dicho a los suyos que debían alegrarse al ser perseguidos a causa de su nombre: ser perseguido, ser mártir, dar la vida por Jesús es una de las Bienaventuranzas. Por eso, el demonio no puede ver la santidad de la Iglesia o la santidad de una persona, sin hacer algo. Es lo que hace con Esteban, pero éste muere como Jesús, perdonando.
Martirio es la traducción de la palabra griega que también significa testimonio. Y así podemos decir que, para un cristiano, el camino va tras las huellas de ese testimonio, sobre las huellas de Jesús para dar testimonio de Él y, tantas veces, ese testimonio acaba dando la vida. No se puede entender un cristiano sin que sea testigo, que dé testimonio. No somos una religión de ideas, de pura teología, de cosas bonitas, de mandamientos. No, somos un pueblo que sigue a Jesucristo y da testimonio —que quiere decir testimonio de Jesucristo—, testimonio que algunas veces llega hasta dar la vida.
Muerto Esteban, se lee en los Hechos de los Apóstoles, “estalló una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén”. Aquellas personas se sentían fuertes y el demonio suscitaba en ellos hacer eso, y así los cristianos se dispersaron por la región de Judea, de Samaria… La persecución hizo que la gente vaya lejos y, allí donde llegaban, explicaban el Evangelio, daban testimonio de Jesús, y así comenzó la misión de la Iglesia. Muchos se convertían, escuchando a los discípulos. Un Padre de la Iglesia lo explicaba diciendo: “La sangre de los mártires es semilla de los cristianos”. Con su testimonio predican la fe. El testimonio, tanto en la vida ordinaria como en las dificultades e, incluso, en la persecución, en la muerte, siempre es fecundo. La Iglesia es fecunda y madre cuando da testimonio de Jesucristo. En cambio, cuando la Iglesia se encierra en sí misma, cuando se cree —digamos así— una universidad de la religión, con muchas ideas bonitas, con tantos templos hermosos, con tantos museos, con tantas cosas bonitas, si no da testimonio, se vuelve estéril. Y el cristiano lo mismo. El cristiano que no da testimonio permanece estéril, sin dar la vida que ha recibido de Jesucristo.
“Esteban estaba lleno del Espíritu Santo”. No se puede dar testimonio sin la presencia del Espíritu Santo en nosotros. En los momentos difíciles, cuando tenemos que escoger el camino justo, cuando debemos decir ‘NO’ a tantas cosas que quizá intentan seducirnos, ahí está la oración al Espíritu Santo, que nos hace fuertes para ir por el camino del testimonio.
Hoy, pensando en estas dos imágenes —Esteban que muere, y los cristianos que huyen, yendo a todas partes por la violenta persecución— preguntémonos: ¿Cómo es mi testimonio? ¿Soy un cristiano testigo de Jesús o soy un simple miembro de una secta? ¿Soy fecundo porque doy testimonio, o permanezco estéril porque no soy capaz de dejar que el Espíritu Santo me lleve adelante en mi vocación cristiana?