Acabamos de leer cómo Jesús reprocha a la gente que lo busquen solo por haberse saciado con la multiplicación de los panes y los peces. Pues nosotros podemos preguntarnos si seguimos al Señor por amor o por conseguir algún beneficio. Porque todos somos pecadores y siempre hay algún interés que debe ser purificado para seguir a Jesús. Hay que trabajar interiormente para seguirlo solo por Él, por amor. En la Escritura, Jesús señala tres actitudes que no son buenas ni para seguir ni para buscar a Dios.
La primera es la vanidad. En particular, se refiere a aquellos notables y dirigentes que hacen limosna o ayunan para que les vean. Estos dirigentes querían ser vistos, les gustaba –por decir la palabra justa– pavonearse y se comportaban como auténticos pavos. Así eran. Pero Jesús dice: ‘No, no: eso no está bien. La vanidad no hace bien’. Algunas veces, hacemos cosas buscando que nos vean un poco, por vanidad. Y es peligrosa la vanidad, porque nos hace resbalar en seguida hacia el orgullo, la soberbia, ¡y ahí se acaba todo! Yo me pregunto: ¿cómo sigo a Jesús? Las cosas buenas que hago, ¿las hago ‘en secreto’ o me gusta que me vean? También pienso en los pastores, porque un pastor que sea vanidoso no hace bien al pueblo de Dios: da igual que sea sacerdote u obispo: ¡no sigue a Jesús si le gusta la vanidad!
Lo otro que Jesús reprocha a los que le siguen es el poder. Algunos siguen a Jesús, no del todo conscientemente, un poco inconscientemente buscando el poder. El caso más claro es Juan y Santiago, los hijos de Zebedeo, que pedían a Jesús la gracia de ser primer ministro y vice-primer ministro, cuando llegase su Reino. ¡Y en la Iglesia hay trepadores! Hay tantos que llaman a la Iglesia para… Pues si te gusta tanto, vete al Norte y haz alpinismo: ¡es más sano! ¡Pero no vengas a la Iglesia para encaramarte! Jesús reprocha a esos “trepas” que buscan el poder. Solo cuando viene el Espíritu Santo los discípulos cambian. Pero el pecado en nuestra vida cristiana permanece y nos vendrá bien preguntarnos: ¿yo, cómo sigo a Jesús? ¿Solamente por Él, incluso hasta la Cruz, o busco el poder y uso la Iglesia, la comunidad cristiana, la parroquia, la diócesis, para tener un poco de poder?
La tercera cosa que nos aleja de la rectitud de intención es el dinero. Los que siguen a Jesús por dinero –o con dinero–, buscando aprovecharse económicamente de la parroquia, de la diócesis, de la comunidad cristiana, del hospital, del colegio… Pensemos en la primera comunidad cristiana que ya tuvo esa tentación: Simón, Ananías y Safira… Esta tentación ha estado desde el principio, y hemos conocido a tantos buenos católicos, buenos cristianos, amigos, benefactores de la Iglesia, incluso con títulos honoríficos… ¡tantos!, que luego se ha descubierto que han hecho negocios un poco oscuros: eran auténticos traficantes, y han hecho mucho dinero. Se presentaban como benefactores de la Iglesia, pero ganaban mucho dinero, y no siempre dinero limpio.
Pidamos al Señor que nos dé la gracia del Espíritu Santo para ir detrás de Él con rectitud de intención: solo por Él: sin vanidad, sin ansias de poder, sin ganas de dinero.