HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Misa de acción de gracias por la canonización de Juan Pablo II
En el texto de los Hechos de los Apóstoles hemos escuchado la voz de Pedro, que anuncia con fuerza la resurrección de Jesús. Pedro es testigo de la esperanza que está en Cristo. Y en la segunda Lectura es también Pedro quien confirma a los fieles en la fe en Cristo, escribiendo: «Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza» (1,21). Pedro es el punto de referencia sólido de la comunidad porque está fundado en la Roca que es Cristo. Así fue Juan Pablo II, verdadera piedra anclada en la gran Roca.
Una semana después de la canonización de Juan XXIII y de Juan Pablo II, nos hemos reunido en esta Iglesia de los polacos en Roma, para dar gracias al Señor por el don del santo Obispo de Roma hijo de vuestra Nación. ¡En esta Iglesia, donde él vino más de 80 veces! Siempre venía aquí, en distintos momentos de su vida y de la vida de Polonia.
En los momentos de tristeza y de abatimiento, cuando todo parecía perdido, no perdía la esperanza, porque su fe y su esperanza estaban fijas en Dios (cfr 1Pt 1,21). Y así fue piedra, roca para esta comunidad, que aquí reza, que aquí escucha la Palabra, prepara para los Sacramentos y los administra, acoge a quien lo necesita, canta y celebra, y de aquí sale a las periferias de Roma…
Vosotros, hermanos y hermanas, formáis parte de un pueblo que ha sido muy probado en su historia. El pueblo polaco sabe bien que para entrar en la gloria hay que pasar a través de la pasión y la cruz (cfr Lc 24,26). Y lo sabe no porque lo haya estudiado, lo sabe porque lo ha vivido. San Juan Pablo II, como digno hijo de su patria terrena, siguió este camino. Lo siguió de modo ejemplar, recibiendo de Dios un espolio total. Por eso "su carne descansa serena" (cfr Hch 2,26; Sal 16,9). ¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos a seguir ese camino? Vosotros, queridos hermanos, que formáis hoy la comunidad cristiana de los polacos en Roma, ¿queréis seguir ese camino?
San Pedro, también con la voz de san Juan Pablo II, os dice: «conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación» (1Pt 1,17). Es verdad, somos viandantes, ¡pero no errantes! En camino, ¡pero sabemos adónde vamos! Los errantes no lo saben. Somos peregrinos, pero no extraviados, como decía san Juan Pablo II.
Los dos discípulos de Emaus a la ida eran errantes, no sabían dónde acabarían, ¡pero a la vuelta no! ¡A la vuelta eran testigos de la esperanza que es Cristo! Porque le habían encontrado a Él, al Viandante Resucitado. Ese Jesús es el Viandante Resucitado que camina con nosotros. Hoy está Jesús aquí, entre nosotros. Está aquí en su Palabra, está aquí en el altar, camina con nosotros, es el Viandante Resucitado.
También nosotros podemos ser "viandantes resucitados" si su Palabra enciende nuestro corazón, y su Eucaristía nos abre los ojo a la fe y nos nutre de esperanza y de caridad. También nosotros podemos caminar junto a los hermanos y hermanas que están tristes y desesperados, y encender su corazón con el Evangelio, y partir con ellos el pan de la fraternidad. Que san Juan Pablo II nos ayude a ser "viandantes resucitados". Amén.