Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(Neh 8,2-4.5-6.8-10) "Y postrados en tierra adoraron al Señor"
(1 Cor 12,12-30) "En un mismo Espíritu hemos sido todos bautizados"
(Lc 1,1-4; 4,14-21) "El Espíritu del Señor sobre mí, por lo que me ha ungido"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe y San Felipe Mártir (27-I-1980)
--- El concepto de “cuerpo” de Cristo
--- El concepto de “palabra”
--- La palabra, cauce de la unidad del cuerpo
--- El concepto de “cuerpo” de Cristo
Todo el rico contenido de las lecturas bíblicas de la liturgia de este domingo se podría encerrar en dos expresiones: “cuerpo” y “palabra”.
Debemos a San Pablo la elocuente comparación, según la cual, la Iglesia se define como “Cuerpo de Cristo”. Efectivamente, el Apóstol hace una larga digresión sobre el tema del cuerpo humano, para afirmar después que, así como muchos miembros se unen entre sí en la unidad del cuerpo, de la misma manera todos nosotros nos unimos en Cristo mismo porque “hemos sido bautizados en un solo Espíritu” (1 Cor 12,13) y “hemos bebido del mismo Espíritu” (Ib.). Así pues, por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesucristo, constituimos con Cristo y en Cristo una unión semejante a la de los miembros en el cuerpo humano. El Apóstol habla de miembros, pero se podría pensar y hablar también de los “órganos” del cuerpo e incluso de las “células” del organismo. Es sabido que el cuerpo humano tiene no sólo una estructura externa, en la que se distinguen sus miembros, sino también una estructura interna en cuanto organismo. Su constitución es enormemente rica y preciosa. Precisamente esta constitución interna, más aún que su estructura externa, da testimonio de la recíproca dependencia del sistema físico del hombre.
Y baste esto sobre el tema “cuerpo”.
--- El concepto de “palabra”
El segundo concepto central de la liturgia de hoy es la “palabra”. El Evangelista Lucas recuerda este aspecto particular al comienzo de la actividad pública de Cristo, cuando Él fue a la sinagoga de Nazaret, su ciudad. Allí, el sábado, leyó ante sus paisanos reunidos algunas palabras del libro del profeta Isaías, que se referían al futuro Mesías, y enrollando el volumen dijo a los presentes: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21).
De este modo comenzó en Nazaret su enseñanza, esto es, el anuncio de la Palabra, afirmando que era el Mesías anunciado en el libro profético.
El Cuerpo de Cristo, esto es la Iglesia, se construye, desde el comienzo, basándose en su Palabra. La palabra es la expresión del pensamiento, es decir, el instrumento del Espíritu (y ante todo del espíritu humano) para estrechar los contactos entre los hombres, para entenderse, para unirse en la construcción de una comunión espiritual.
--- La palabra, cauce de la unidad del cuerpo
La palabra de la predicación de Cristo -y luego la palabra de la predicación de los Apóstoles y de la Iglesia- es la expresión y el instrumento con el que el Espíritu Santo habla al espíritu humano, para unirse con los hombres y para que los hombres se unan a Cristo. El Espíritu de Cristo une a los miembros, a los órganos, a las células, y construye así la unidad del cuerpo fundándose en la palabra de Cristo mismo, anunciada en la Iglesia y por la Iglesia.
DP-25 1980
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Cristo anuncia la liberación de los pobres, los cautivos y los ciegos, carencias que engloban todas las necesidades humanas tanto corporales como espirituales. Ella abarca la totalidad de las ataduras humanas, pero, especialmente, la del pecado. No existe ningún fundamento bíblico que lleve a confundir la salvación cristiana con las propuestas de signo político, con los programas económicos o de promoción social y cultural, aunque éstas no sean ignoradas. ¿Es preciso recordar con sencillez que Cristo no fundó ningún dispensario médico, por ofrecer un ejemplo, aún cuando curó a muchos?
La misión de la Iglesia es de naturaleza eminentemente espiritual, aunque a lo largo de su historia ha creado y promovido innumerables organismos de ayuda de todo signo. Los primeros cristianos manifestaron su amor a todos atendiendo a las necesidades materiales de todos sin olvidar las del alma. No daban sólo lo que les sobraba, eran generosos y espléndidos, sino que se daban “a sí mismos, primeramente al Señor y luego, por voluntad de Dios, a nosotros” (2 Cor 2,5). Con toda probabilidad alude S: Pablo aquí a la evangelización. Comentando este pasaje, S: Tomás dice: “así debe ser el orden en el dar: que primero el hombre sea aprobado por Dios, porque si no es grato a Dios, tampoco serán recibidos sus dones”.
Hemos de ser sensibles a estas necesidades. “No puede un cristiano conformarse con un trabajo que le permita ganar lo suficiente para vivir él y los suyos: su grandeza de corazón le impulsará a arrimar el hombro para sostener a los demás, por un motivo de caridad, y por un motivo de justicia” (S. Josemaría Escrivá).
Pero hay una pobreza cultural religiosa, una esclavitud y una ceguera del alma, que deben ser atendidas con mayor desvelo aún. “El que ama a su prójimo, debe hacer tanto bien a su cuerpo como a su alma”, sentencia S. Agustín. Preguntémonos: ¿me preocupan quienes me rodean, su falta de formación, su confusión doctrinal, su vacío, su tristeza? ¿Olvido que si ayudo a los demás a conocer a Jesucristo y seguirle pondré remedio a asuntos que no se solucionan con remedios humanos sólo y contribuiré a que, como en la sinagoga de Nazaret, muchos alaben a Jesucristo?
Recordando a S. Pablo, podríamos concluir que ya podemos distribuir todos nuestros bienes a los pobres, que si nos faltara el amor a Dios y, por él, a todos los hombres y a todo el hombre, no seríamos sino una campana que suena, alguien que se movió un poco, pero cuyo eco se pierde en el silencio del tiempo, como el tañido de las campanas cuando muere la tarde.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
El culto espiritual
I. LA PALABRA DE DIOS
Ne 8, 2-4a.5-6.8-10: Leyeron el libro de la ley y todo el pueblo estaba atento
Sal 18, 8.9.10.15: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
1 Co 12, 12-30: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro
Lc 1, 1-4; 4, 14-21: Hoy se cumple esta Escritura
II. LA FE DE LA IGLESIA
«Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras... si se realizan en el Espíritu... se convierten en sacrificos espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios» (901).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«En la Sinagoga estaba establecido el pasaje que debía leerse. Pero, sea cual sea el pasaje, hoy está escrito para mí. Tanto si escucho la Escritura en la asamblea de los fieles, como si la escucho en privado, si Tú (Señor) lees por mí, siempre habrá un texto que me dirá algo en la situación en que me encuentro. Y si mi corazón está lleno de ti, descubriré inmediatamente la palabra que me puede dar el empuje y la ayuda que necesito» (Un monje de la Iglesia oriental).
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA
A. Apunte bíblico-litúrgico
El pueblo judio tenía como preciado tesoro la costumbre de proclamar y comentar comunitariamente la Sagrada Escritura. Es el «culto espiritual» que fue sustituyendo a los antiguos sacrificios, al volver del exilio de Babilonia.
La lectura evangélica une el prólogo de S. Lucas, cuyo texto se seguirá en todo el ciclo litúrgico, con la presentación de Jesús de Galilea y en la Sinagoga de Nazaret, después de ser ungido por el Espíritu en el bautismo y de vencer la tentación en el desierto. La «Palabra» se cumple en El.
La segunda lectura expone la imagen del cuerpo y la relación entre sus diferentes miembros para explicar lo que es la comunión eclesial.
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
La Iglesia, cuerpo de Cristo: 787-789.
Un solo cuerpo. Cristo, Cabeza: 790-795.
Los fieles laicos. Su vocación: 897-900.
La respuesta:
La participación de los laicos en la misión sacerdotal de Cristo: 901-903.
C. Otras sugerencias
El Señor se presenta en medio de su pueblo, ungido por el Espíritu de Dios tras la experiencia del desierto y el bautismo en el Jordán. En la sinagoga anuncia su vida pública inspirándose en un cántico del siervo de Yahve.
Los bautizados estamos ungidos por el mismo Espíritu de Dios y llamados a hacer presente nuestra unión con Cristo en medio de nuestros pueblos y situaciones.
Hemos sido consagrados a Cristo en el bautismo. Estamos llamados a su misma misión. También en nosotros la Palabra se cumple hoy, y podemos participar de la misión sacerdotal de Cristo. Es nuestro culto espiritual.
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