Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(1 Re 17,10-16) "Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó"
(Hb 9,24-28) "Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos"
(Mc 12,38-44) "Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la Parroquia de San Rafael (11-XI-1979)
---La Santa Misa, Sacrificio de la Cruz
---Sacerdocio de Cristo
---Los pobres de espíritu
En la lectura a la Carta a los Hebreos...He aquí que Cristo, Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, entra en el santuario eterno «para comparecer ahora en la presencia de Dios a favor nuestro» (Hb 9,24). Entra para ofrecer continuamente por la humanidad el Sacrificio único, que ha ofrecido una sola vez “para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo” (Hb 9,26).
Todos nosotros participamos en este único Santo Sacrificio.
Todos nosotros tenemos parte en el único y eterno sacerdocio de Cristo, Hijo de Dios.
Todos nosotros tenemos parte en la misión sacerdotal, profética y real (pastoral) de Cristo, como nos enseña el Concilio Vaticano II; para que, ofreciendo junto con Él y por Él nuestros dones espirituales, podamos entrar con Él y por Él en el santuario eterno de la Majestad Divina, el santuario que Él ha preparado para nosotros como «casa del Padre» (Jn 14,2).
Para llegar a la casa del Padre debemos dejarnos guiar por la verdad, que Jesús ha expresado en su vida y en su doctrina. Es verdad rica y universal. Desvela ante los ojos de nuestra alma los amplios horizontes de las grandes obras de Dios. Y, al mismo tiempo, desciende tan profundamente a los misterios del corazón humano, como sólo la Palabra de Dios puede hacerlo. Uno de los elementos de esta verdad es el que parece recordarnos la liturgia de hoy con un acento especial:
“Bienaventurado los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos” (Mt 5,3).
Se puede decir que la liturgia de este domingo ilustra de manera especialmente sugestiva esta primera bienaventuranza del sermón de la montaña, permitiéndonos penetrar a fondo en la verdad que contiene. Efectivamente, nos habla en la primera lectura de la viuda pobre de los tiempos de Elías, que habitaba en Sarepta de Sidón. Poco después nos habla de otra viuda pobre de los tiempos de Cristo, que ha entrado en el atrio del templo de Jerusalén. Una y otra han dado todo lo que podían. La primera dio a Elías el último puñado de harina para hacer una pequeña torta. La otra echó en el tesoro del templo dos leptos, y estos dos leptos constituían todo “lo que tenía” (Mc 12,44). La primera no queda defraudada porque, conforme a la predicción de Elías, “no faltó la harina de la tinaja, hasta que el Señor hizo caer la lluvia sobre la tierra” (cfr. 1 Re 17,14). La segunda pudo escuchar las alabanzas más grandes de labios de Cristo mismo.
Mediante esas dos viudas se desvela el verdadero significado de esa pobreza de espíritu, que constituye el contenido de la primera bienaventuranza en el sermón de la montaña. Esto puede sonar a paradoja, pero esta pobreza esconde en sí una riqueza especial. Efectivamente, rico no es el que tiene, sino el que da. Y da no tanto lo que posee, cuanto a sí mismo. Entonces, él puede dar aun cuando no posea. Aun cuando no posea, es por lo tanto rico.
El hombre, en cambio, es pobre, no porque no posea, sino porque está apegado -y especialmente cuando está apegado espasmódica y totalmente- a lo que posee. Esto es, está apegado de tal manera que no se halla en disposición de dar nada de sí. Cuando no está en disposición de abrirse a los demás y darse a sí mismo. En el corazón del rico todos los bienes de este mundo están muertos. En el corazón del pobre, en el sentido en que hablo, aun los bienes más pequeños reviven y se hacen grandes.
Ciertamente en el mundo mucho ha cambiado desde que Cristo pronunció la bienaventuranza de los pobres de espíritu en el sermón de la montaña. Los tiempos en que vivimos son bien diversos de los de Cristo. Vivimos en otra época de la historia de la civilización, de la técnica, de la economía. Sin embargo, las Palabras de Cristo nada han perdido de su exactitud, de su profundidad, de su verdad. Más aún, han adquirido un nuevo alcance.
Hoy no sólo es necesario juzgar con la verdad de estas Palabras de Cristo el comportamiento de una viuda pobre y de sus contemporáneos, sino que es necesario juzgar con esta verdad todos los sistemas y regímenes económico-sociales, las conquistas técnicas, la civilización del consumo y al mismo tiempo toda la geografía de la miseria y del hambre, inscrita en la estructura de nuestro mundo.
Y así, como en los tiempos del sermón de la montaña, También hoy cada uno de nosotros debe juzgar con la verdad de las Palabras de Cristo sus obras y su corazón.
DP-375 1979
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
En el atrio del Templo destinado a las mujeres, había trece cepillos. En ellos se recogían las contribuciones impuestas por la Ley y las aportaciones voluntarias. Jesús ve a unos ricos depositando sus ofrendas y a una viuda pobre que echó dos reales “todo lo que tenía para vivir”. Su contribución fue pequeña pero grande a los ojos de Dios. Dar parte de lo que uno tiene a la causa del Evangelio –parte de nuestro tiempo, nuestro dinero, etc.-, es sin duda meritorio, pero darlo todo es ganarse la admiración de Dios.
La entrega generosa de nuestras posibilidades a la extensión del Reino de Dios, estar dispuesto a ayudar siempre a quienes lo necesiten, trabajar con intensidad en los deberes del propio estado, emplearse a fondo en la educación de los hijos, tratar de influir cristianamente en quienes conocemos, no rehuir la presencia en la vida política, cultural, social, es comportarse como esta viuda pobre. Dar todo lo que podemos.
Con frecuencia nos invade el desánimo pensando que nuestra palabra es –como estas dos monedas- cosa de nada. ¿Qué es una palabra, un consejo, una advertencia, un gesto, un buen ejemplo? ¿No entra por un oído y sale por el otro casi siempre? Cuando esas palabras salen de un corazón unido a la causa de Jesucristo, penetran también en los corazones de quienes las reciben y, como la levadura al mezclarse con la harina se convierte en un pan oloroso y rico. Así sucede también en la Iglesia, que nuestra entrega tiene una repercusión mayor que la que pueda llevar a cabo gente poderosa. Dios multiplicará ese esfuerzo nuestro como hizo el profeta Elías con lo poco que, confiadamente, le entregó la mujer de Sarepta.
¡Tengamos fe! ¡Cultivemos ese espíritu que condujo a esta mujer a entender que su modesta ofrenda no pesaría menos que la de los acaudalados. Esta mujer dio lo que podía y esto representa para Dios lo máximo. No olvidemos este ejemplo de la pobre viuda cuando tantos esfuerzos se nos antojan inútiles frente al bombardeo implacable de los poderosos medios de comunicación, y oiremos también de labios de Jesús: ¡Tú, por la Iglesia, por tus hijos, tu familia, la humanidad, has hecho más que nadie!.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"Tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará"
1 R 17,10-16: "La viuda hizo un panecillo y se lo dio a Elías"
Sal 145,7.8-9a.9bc-10: "Alaba, alma mía, al Señor"
Hb 9,24-28: "Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos"
Mc 12,38-44: "Esa pobre viuda ha echado más que nadie"
Los relatos de acciones portentosas de los profetas tienen un objetivo muy concreto: realzar su fama, que todos sepan que Dios está con ellos y hay que tenerlos en cuenta.
San Marcos presenta aquí un severísimo juicio. Parecen sentencias entresacadas de algún pasaje más amplio y que se redujo para la catequesis. Las primeras acusaciones de Jesús contra los fariseos adquieren su verdadero sentido en aquella cultura: usar el manto propio de la oración ("tallith") fuera del templo, era un signo de ostentación de religiosidad; sentarse en el primer banco de la sinagoga, bajo el cual se guardaban los rollos de la ley, era señal de categoría social y se buscaba afanosamente. Si se añaden datos de hipocresía, rapiña y orgullo ("devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos"), comprenderemos que Jesús se muestre tan duro con ellos.
En la categoría de famosos suele nuestra sociedad incluir a quienes no ocultan su vida, pese a estar a veces marcada por el escándalo, el esperpento o la extravagancia. Quienes se toman la vida en serio, no suelen ser famosos. Hacen el bien calladamente y, casi sin saberse, llega a muchos.
— El cumplimiento de la Ley:
"El cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo. En Jesús la Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino «en el fondo del corazón» (Jr 31,33) del Siervo, quien, por «aportar fielmente el derecho» (Is 42,3), se ha convertido en «la Alianza del pueblo» (Is 42,6). Jesús cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo «la maldición de la Ley» (Ga 3,13) en la que habían incurrido los que no «practican todos los preceptos de la Ley» (Ga 3,10), porque ha intervenido su muerte para remisión de las transgresiones de la Primera Alianza (Hb 9,15)" (580).
— El amor de la Iglesia por los pobres:
" «El amor de la Iglesia por los pobres... pertenece a su constante tradición». Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús, y en su atención a los pobres. El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de «hacer partícipe al que se halle en necesidad» (Ef 4,28). No abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cf. CA 57)" (2444).
— "Zaqueo fue un hombre de gran voluntad y su caridad fue grande. Dio la mitad de sus bienes en limosnas y se quedó con la otra mitad sólo para devolver lo que acaso había defraudado. Mucho dio y mucho sembró. Entonces aquella viuda que dio dos céntimos, ¿sembró poco? No, lo mismo que Zaqueo. Tenía menos dinero pero igual voluntad, y entregó sus dos moneditas con el mismo amor que Zaqueo la mitad de su patrimonio. Si miras lo que dieron, verás que entregan cantidades diversas; pero si miras de dónde lo sacan, verás que sale del mismo sitio lo que da la una que lo que entrega el otro" (San Agustín, Com. Ps 125).
¡Qué cortitos de aspiraciones son aquellos que se conforman con el premio de ser vistos! Aquellos que sólo buscan la mirada de Dios aspiran a mucho más: a que el premio sea el mismo Dios.
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