Domingo de la semana 30 de tiempo ordinario; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Jer 31,7-9) "El Señor ha salvado a su pueblo"
(Hb 5,1-6) "Dios es quien llama"
(Mc 10,46-52) “Hijo de David, ten compasión de mí"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la Parroquia de Santa María de la Presentación (24-X-1982)

--- La creación
--- Visión sobrenatural
--- La salvación

--- La creación

“¡Grandes cosas ha hecho el Señor por nosotros!”.

¿Cuáles son estas “cosas grandes” de las que la liturgia de este domingo quiere testimoniar?

La primera “gran cosa” es la mies, la recolección de los campos. Escuchemos las palabras del Salmo, que nos presenta, ante todo, al que siembra con lágrimas, pare cosechar entre cantares (cfr. Sal 125/126,5) Y añade: “Al ir iba llorando llevando la semilla; al volver vuelve cantando trayendo sus gavillas” (ib.,6).

Cosa grande: la obra entera de la creación, el mundo y la tierra destinados al hombre, junto con todas las riquezas que esconde. La tierra que produce frutos, las espigas de los campos y el grano de las espigas, para hacer el pan, alimento de los hombres.

Y tantos otros beneficios de la obra de la creación, destinados al uso del hombre en este mundo. Pero a condición de que él los sepa utilizar bien y de modo justo.

Encontramos en el Evangelio un hombre que no ve, Bartimeo, hijo de Timeo (cfr. Mc 10,16) y en sus labios un grito: “Hijo de David, ten compasión de mí” (v.47). Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Y la respuesta: “Maestro, que pueda ver” (v.51). Y después de la palabra, el milagro. Bartimeo vio el mundo, el mundo creado por Dios, el mundo que el Creador ha ofrecido a los ojos, a las manos, al pensamiento de los hombres.

Y el Bartimeo del Evangelio de hoy se une a las palabras del Salmo: “¡Grandes cosas ha hecho el Señor por mí!”.

--- Visión sobrenatural

La restitución de la vista al ciego es un signo. Uno entre los muchos signos realizados por Cristo, para abrir entre sus oyentes la vista del alma, para que puedan ver que el Señor ha cambiado la suerte de Sión.

Para que vean interiormente y se den cuenta de “las grandes cosas que ha hecho el Señor” por el hombre, no sólo mediante la obra de la creación, sino aún más, mediante la obra de la redención.

“Dios, en efecto, ha amado tanto al mundo que le entregó a su único Hijo para que quien cree en Él no muera, sino que tenga la vida eterna”, según las palabras del Evangelio de San Juan (3,16).

¡Qué “gran cosa” es la encarnación, la redención mediante la cruz y la resurrección, la santificación mediante el envío del Espíritu, el Paráclito!

¡Es necesario sólo que los ojos del alma del hombre se abran a todas las realidades y que el hombre las vea!

Es necesario que el hombre abra los ojos y que vea, con la mirada de la fe, a Cristo, que es Mediador y Sacerdote de la nueva y eterna Alianza.

De este Mediador y Sacerdote nos habla hoy la Carta a los Hebreos: “Escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios” (5,1).

-está puesto: “para ofrecer dones y sacrificios por los pecados”

-está puesto: “para comprender a los ignorantes y extraviados” (5,2).

--- La salvación

¡Cristo “fue” semejante Mediador y Sacerdote, y lo es! Esto ha sido realizado por el Padre, que le ha dicho: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy” (5,5); y en otro lugar: “Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec” (5,6).

Bartimeo, curado milagrosamente de su ceguera, abrió los ojos y vio ante sí a Jesús, el Hijo de David.

Abramos la mirada de nuestra fe, para ver a Cristo con la plena luz del Evangelio. Y mirando con los ojos de la fe a quien es Mediador y Sacerdote -el único Mediador y Sacerdote entre Dios y los hombres, y Sacerdote según el rito de Melquisedec-, repitamos una vez más, y hagámoslo con la mayor pasión y con la mayor fuerza de convicción: ¡El Señor ha hecho cosas grandes por nosotros!

El Profeta Jeremías nos dice: “Mirad que yo los traigo del país del norte, y los recojo de los confines de la tierra. Entre ellos, el ciego y el cojo, la preñada y la parida a una. Gran asamblea vuelve acá. Con lloro vienen y con súplicas los devuelvo, los llevo a arroyos de agua por camino llano, en que no tropiecen. Porque yo soy para Israel un padre, y Efraím es mi primogénito” (Jer 31,8-9).

DP-330 1982

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Todos sabemos que junto a la ceguera del cuerpo, como la de Bartimeo, existe también la del espíritu, gente que no ve, no cree en Dios, o que no quiere ver, no quiere creer, que es un mal más grave aún. Alguien ha dicho que para el que quiere creer existen muchos argumentos, pero para el que no quiere no existe ninguno. Y hay algo peor aún, hay quien ve y quiere pero piensa erróneamente que no es posible vivir de acuerdo con esa fe. Bartimeo es de los que quieren ver, un buscador de la verdad, y oyendo el rumor de la muchedumbre que sigue a Jesús comenzó a gritar: “Hijo de David, ten compasión de mí”.

“Muchos le regañaban para que se callara”. También hoy existe una presión constante, agresiva, para acallar el grito que se dirige a Dios desde el interior del corazón humano. Sin embargo, como Bartimeo que gritaba más y más, el hombre que nace mortal en un mundo en que todo pasa y se disipa, anhela lo imperecedero y eterno. No es a lo ancho de esta vida, que termina, sino a lo alto a donde el hombre apunta en toda búsqueda. No todo está en la mesa bien abastecida, la casa en el campo o la playa, el coche lujoso, los seguros sociales y todo lo que hace la vida más llevadera. De ser así, ese hombre satisfecho descrito por Brecht en su Vida de Galileo, se encontraría al abrigo del tedio (Moravia), de la tristeza (Sagan) y del asco (Sartre). Pero sabemos que no es así.

Bartimeo “soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús”. Para que el Señor nos conceda la vista -la fe es un don suyo-, debemos despojarnos del manto y dar el salto. Es decir, desprendernos de los presupuestos sobre los que apoyamos nuestra existencia. Como Abraham hubo de abandonar su tierra y su parentela, Moisés las sandalias y Bartimeo su manto, así el hombre debe conjugar su lógica con la de Dios o abandonarla en caso de conflicto.

En toda persona que desee sinceramente conocer a Dios tiene que despertar Abraham, y debe estar dispuesto a salir de Ur de Caldea, de lo que le es conocido y en lo que suele apoyarse para vivir en este mundo y dar el salto, atreverse con la inmensidad y misteriosa novedad de Dios.

“Hemos de adquirir la medida divina de las cosas, no perdiendo nunca de vista el punto de mira sobrenatural, y contando con que Jesús se vale también de nuestras miserias, para que resplandezca su gloria. Por eso, cuando sintáis serpentear en vuestra conciencia el amor propio, el cansancio, el desánimo, el peso de las pasiones, reaccionad prontamente y escuchad al Maestro” (S. Josemaría Escrivá). Es necesario invocar sin descanso al Señor con una fe recia y humilde como la de Bartimeo y, como él, tras escuchar esa contestación solidaria: "¿Qué quieres que haga por ti?”, responder: “Maestro, que pueda ver”.

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"He sido enviado... a dar la vista a los ciegos"

Jr 31,7-9: "Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos"
Sal 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6: "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres"
Hb 5,1-6: "Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec"
Mc 10,46-52: "Maestro, haz que pueda ver"

Jeremías invita en nombre de Dios a celebrar gozosamente el retorno de los desterrados. Será completo, alcanzará a todos, incluso a los que padezcan algo. Se entusiasma el Señor ensalzando por boca de su profeta el número de los que vuelven: "¡Una gran multitud retorna!" Al contraponer cómo salieron, "llorando" y cómo regresan, "entre consuelos", Yavé se ofrece para ser su custodio en el desierto para que no les falte de nada.

Es la primera vez que una persona corriente (no un endemoniado) proclama la mesianidad de Jesús. A Jesús no le molesta; son otros los que quieren que se calle. La pregunta que Jesús hace al ciego: ¿Qué quieres que haga por ti?, está redactada en los mismos términos que la que hizo a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, cuando le pidieron algo muy distinto. Para san Marcos el seguimiento es más importante que la curación en sí misma.

La manifestación pública de la fe no suele encontrar muchos adeptos. Varias pueden ser las causas: desde la más estricta reserva de la privacidad personal, hasta el principio de que la religiosidad pertenece al ámbito íntimo y no comunicable. Cuando alguien tiene serias convicciones, no las esconde.

— Confianza de los que se acercan a Jesús:

"Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole  «Señor». Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de Él socorro y curación. Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús. En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración:  «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana:  «¡Es el Señor!» (Jn 21,7)" (448).

— Invocar el Nombre de Jesús:

"Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrollada en la tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la invocación:  «Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡ten piedad de nosotros, pecadores!» Conjuga el himno cristológico de Flp 2,6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego. Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la misericordia de su Salvador" (2667).

— "La confianza filial se pone a prueba cuando tenemos el sentimiento de no ser siempre escuchados. El Evangelio nos invita a conformar nuestra oración al deseo del Espíritu" (2756).

— "Ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma manera tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones" (San Teófilo de Antioquía, Lib 1,2-7).

A Bartimeo no le curaron sus gritos sino la fe en Jesús; grita el nombre de Jesús y termina siguiéndole.

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