Domingo de la semana 24 de tiempo ordinario; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Is 50,5-9a) "El Señor me ayuda, ¿quién me condenará?
(St 2,14-18) "Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta
(Mc 8,27-35) "Tú eres el Mesías"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía al pueblo de Padua en “Prado della Valle” (12-IX-1982)

--- Fe en la Cruz
--- Fe con obras
--- El destino del hombre

--- Fe en la Cruz

“Y empezó a instruirles: el hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado..., ser ejecutado, y resucitar a los tres días” (Mc 8,31).

Leemos estas palabras cuando los Apóstoles responden a la pregunta de Cristo: “¿Quién dice la gente que soy yo?” (Mc 8,27).

Conocemos también esta respuesta de Pedro en la versión más amplia del Evangelista Mateo. Pedro profesa la dignidad mesiánica de Jesús de Nazaret. Y he aquí que el mismo Pedro, cuando oye que el Mesías, el Hijo del hombre, debe ser condenado, torturado y ejecutado, toma aparte a Jesús y se pone a increparlo (cfr. Mc 8,32). “Increparlo” significa que trata de convencerle que esto no le sucederá jamás (cfr. Mt 16,22).Así piensa y así habla el mismo Pedro que ha confesado a Jesús de Nazaret como el Mesías.

Y entonces Cristo increpa a Pedro con palabras tan severas como quizá nunca usó con ningún otro de los Apóstoles: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!” (Mc 8,33).

El mismo Pedro que confesó la fe en el Mesías, no quería creer en Él, “El Ungido de Dios”, era, al mismo tiempo, “el Cordero de Dios”, era “el Siervo de Yavé” del Antiguo Testamento, afligido y humillado hasta el fin, como había anunciado el Profeta Isaías, según el pasaje que hemos escuchado en la primera lectura de hoy. Y por esto Cristo protestó tan categóricamente.

“...no quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado... ¿Quién pleiteará contra mí? Vamos a enfrentarnos: ¿quién es mi rival? Que se acerque. Mirad que el Señor me ayuda: ¿quién probará que soy culpable?” (Is 50,7-9).

¿Por qué “gloriarse en la cruz”? ¿Por qué no “gloriarse más que en la cruz de Cristo”?

Porque la cruz proclama hasta el fin y por encima de toda medida, por encima de todo argumento del entendimiento y de la ciencia, quién es el hombre ante los ojos de Dios, en su plan eterno de amor.

Lo proclama de una vez para siempre e irreversiblemente. No se puede aprender a fondo la dignidad del hombre sino “gloriándose sólo en la cruz”. Y no se puede captar el sentido de la vida humana, el sentido que tiene el designio eterno de amor, si no es mediante ese “pleito mesiánico” que Jesús de Nazaret entabló un día con Pedro y que continúa entablando con cada uno de los hombres y con toda la humanidad.

--- Fe con obras

El cristianismo es la religión del “pleito mesiánico” con el hombre y en favor del hombre.

La Palabra de Dios en la liturgia de hoy nos permite comprender que ese pleito mesiánico en favor del hombre... con el hombre, tiene siempre su dimensión temporal e histórica. ¿No habla de esto, en la segunda lectura, el Apóstol Santiago, al enseñar que la fe sin obras está muerta en sí misma? “Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿es que esa fe lo podrá salvar?” (2,14).

En la perspectiva de la fe hay, en cada lugar, otro hombre: “un hermano o una hermana... sin ropa y faltos de alimento diario” (Sant 2,15). El otro hombre, el hombre necesitado en cualquier lugar representa un desafío a la fe.

¿Cuántos son estos hermanos y hermanas en todo el mundo? ¿Cuántos hay a nuestro alcance inmediato? ¿Y de cuántos modos sufren privaciones: hambre, penuria, violación de sus fundamentales derechos humanos?

Por esto también en nuestros días la Encíclica “Redemptor hominis” recuerda que el hombre es y no deja de ser el “camino fundamental de la Iglesia” (n. 14), el hombre contemporáneo, cuya dignidad, ante los ojos del Creador y Redentor, no cesa de testimoniar la cruz de Cristo.

--- El destino del hombre

Ese pleito con el hombre... y en favor del hombre, que emprendió Cristo, tiene, al mismo tiempo, otra dimensión: en ella se decide el perenne y a la vez eterno destino del hombre, como ser creado a imagen y semejanza de Dios.

En la existencia humana dentro de este mundo se desarrolla como un gran drama de la vida y de la muerte, en conformidad con lo que nos recuerda hoy el Salmista. “Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia” (Sal 114/115,3).

“Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. Caminaré en la presencia del Señor, en el país de la vida” (Sal 114/115,8).

La fe, en su dimensión temporal e histórica, vive por medio de las obras de caridad del hombre. La fe, en su dimensión definitiva y eterna, se expresa mediante la participación en este amor, que permite superar el pecado y la muerte.

Este mismo amor de Dios engendra la alegría, la alegría ilimitada de existir, de caminar en la presencia de Dios. “Amo al Señor porque escucha mi voz suplicante; porque inclina su oído hacia mí, el día que lo invoco” (Sal 114/115,1).

Así, pues, ese “pleito mesiánico” con el hombre... en favor del hombre, que emprendió Cristo se resuelve mediante el amor, y el amor hace al hombre definitivamente feliz; el amor de Dios sobre todas las cosas, que se manifiesta por medio del amor del hombre, de cada uno de los hermanos y hermanas que Dios pone en el camino de nuestra peregrinación terrena.

Ellos caminan a través de los siglos, sin gloriarse cada uno de ellos más que en la cruz de Cristo, y dicen a las generaciones siempre nuevas cuánta fuerza tiene la fe vivificada por el amor.

DP-248 1982

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Caminando hacia la aldea de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a los suyos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestan repitiendo las distintas opiniones que circulaban entre el pueblo: un gran profeta, un Elías... En nuestros días menudean también diversas opiniones sobre Jesucristo que oscilan desde alguien que tuvo un singular poder de Dios, hasta quienes no saben no contestan, como en las encuestas, pasando por las más peregrinas afirmaciones.

Jesús se dirigió a ellos y les dijo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Pedro, con su respuesta, no expresa una opinión, sino una profesión de fe cuyo explícito sentido recoge el Evangelio de Mateo (16, 16-17).

Con todo, al afirmar Pedro que Él era el Mesías, les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirles sobre el verdadero papel del Mesías. Esta enseñanza que incluía el ser condenado y ejecutado por los sumos sacerdotes y el contraste entre los prodigios que veían realizar a Cristo y la advertencia de un final espantoso les resultaban incomprensibles. Tomando Pedro a Jesús, en un aparte, se permitió reprenderle escandalizado. Pero fue el Señor quien se incomodó violentamente y le dijo: “¡Quítate de mi vista, Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios”.

¡Pedro se debió quedar helado! Y es que el Reino de Dios no es como los de este mundo. Nos equivocaríamos si creyéramos que seguir a Cristo nos protege del dolor y los sinsabores que la vida cristiana lleva consigo. No busquemos nunca a Cristo sin la Cruz, si no queremos tropezarnos con esas cruces sin Cristo que no libran del sufrimiento y la fatiga humana, y carecen de un valor corredentor.”Cargar con la Cruz es algo grande, grande... Quiere Decir afrontar la vida con coraje, sin blanduras ni vilezas; quiere decir transformar en energía moral las dificultades que nuca faltarán en nuestra existencia” (Pablo VI).

Se engañaría quien pensara que vivir cristianamente es algo cómodo, de una pasividad benevolente, como si se tratara de una religión de agua y miel. Pero se engañaría aún más quien considerara que es un modo de amargarse la vida. El verdadero cristiano es una persona fuerte pero no dura. Comprensiva pero no débil, de una gran seriedad religiosa. La alegría, la libertad, la paciencia, la generosidad, la laboriosidad, la paz, son las compañeras de su camino cuando se deja conducir por el Espíritu de Jesucristo.

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros"

Is 50,5-9a: "Ofrecí la espalda a los que me apaleaban"
Sal 114,1-2.3-4.5-6.8-9: "Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida"
St 2,14-18: "La fe, si no tiene obras, está muerta"
Mc 8,27-35: "Tú eres el Mesías... El Hijo del hombre tiene que padecer mucho"

El Siervo repite lo que se le ha dicho: "Me ha abierto el oído" indica la revelación que ha recibido; "mesaban la barba" evoca el desprecio de su dignidad personal; "no oculté el rostro...." se cumplió en Jesucristo ante Pilatos y los soldados.

Por primera vez en san Marcos los discípulos reconocen a Jesús como Mesías. Pedro es el primero de los hombres en confesar a Jesús como el Mesías esperado. Es un profundo acto de fe proclamada. La prohibición posterior está vinculada con el secreto mesiánico, y con la predicción de la pasión que sigue a continuación.

Jesús quiere que ya que le aceptan como Mesías, le acepten tal como los sucesos futuros les harán ver. Con la expresión "el Hijo del hombre tiene que padecer" unirá en una sola las figuras del Mesías juez glorioso y la del Siervo doliente. Y lo último se dirá en el kerigma apostólico.

Nuestra sociedad está convencida de que el sufrimiento no sirve para nada. Y no es que se aborrezca por estéril, sino que se detesta en sí mismo. Y aquello que se rechaza no puede ser considerado válido bajo ningún aspecto, ni siquiera por el heroísmo. Porque, como es gratuito, cada día cuenta con menos adeptos.

— "Como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén". Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección. Al dirigirse a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén (Lc 13,33)" (557).

— "La Iglesia permanece fiel a  «la interpretación de todas las Escrituras» dada por Jesús mismo, tanto antes como después de su Pascua:  «¿No era necesario que Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» (Lc 24,26-27,44-45)" (572).

— "Como última purificación de su fe, se le pide al  «que había recibido las promesas» (Hb 11,17) que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no vacila:  «Dios proveerá el cordero para el holocausto» (Gn 22, 8),  «pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos» (Hb 11,19). Así, el padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio Hijo sino que lo entregará por todos nosotros. La oración restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace participar en la potencia del amor de Dios que salva a la multitud" (2572).

— "Con esta revelación del Padre y con la efusión del Espíritu Santo, que marcan un sello imborrable en el misterio de la Redención, se explica el sentido de la Cruz y de la muerte de Cristo. El Dios de la Creación se revela como Dios de la Redención, como Dios que es fiel a sí mismo, fiel a su amor y al hombre y al mundo, ya revelado el día de la Creación. El suyo es amor que no retrocede ante nada de lo que el mismo exige la justicia.. Y sobre todo el amor es más grande que el pecado, que la debilidad,  «que la vanidad de la creación», más fuerte que la muerte; es amor siempre dispuesto a aliviar y a perdonar..." (Juan Pablo II, RH 9).

Una cosa es el Cristo que nos gustaría reconocer y otra el Cristo tal como se presenta Él mismo. Lo primero es voluntarismo y error; la fe nos hace aceptarle también como Siervo.

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