Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(2 Re 4,42-44) "Comerán y sobrará"
(Ef 4,1-6) "Un Señor, una fe, un bautismo"
(Jn 6,1-15) "Este sí que es el profeta que tenía que venir al mundo"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía a los empleados de Castelgandolfo (29-VII-1979)
--- Hombre de Dios
--- El Pan y la Palabra
--- Alimento cotidiano
--- Hombre de Dios
“¿Dónde podemos comprar pan para que éstos puedan comer?”.
Ante la multitud que le había seguido desde las orillas del mar de Galilea hasta la montaña para escuchar su palabra, Jesús da comienzo, con esta pregunta, al milagro de la multiplicación de los panes, que constituye el significativo preludio al largo discurso en el que se revela al mundo como el verdadero pan de vida bajado del cielo (cfr. Jn 6,41).
Hemos oído la narración evangélica: con cinco panes de cebada y dos peces, proporcionados por un muchacho, Jesús sacia el hambre de cerca de cinco mil hombres. Pero éstos, no comprendiendo la profundidad del “signo” en el cual se habían visto envueltos, están convencidos de haber encontrado finalmente al Rey-Mesías, que resolverá los problemas políticos y económicos de su nación. Frente a tan obtuso malentendido de su misión, Jesús se retira, completamente solo, a la montaña.
También nosotros hemos seguido a Jesús. Pero podemos y debemos preguntarnos: ¿Con qué actitud interior? ¿Con la auténtica de la fe, que Jesús esperaba de los Apóstoles y de la multitud cuya hambre ha saciado, o con una actitud de incomprensión? Jesús se presentaba en aquella ocasión algo así -pero con más evidencia- como Moisés, que en el desierto había quitado el hambre al pueblo israelita durante el éxodo; se presentaba algo así -y también con más evidencia- como Eliseo, el cual con veinte panes de cebada y de álaga, había dado de comer a cien personas. Jesús se manifestaba, y se manifiesta hoy a nosotros, como quien es capaz de saciar para siempre el hambre de nuestro corazón: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí ya no tendrá más hambre y el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6,35).
El hombre, especialmente el de estos tiempos, tiene hambre de muchas cosas: hambre de verdad, de justicia, de amor, de paz, de belleza; pero sobre todo, hambre de Dios. “¡Debemos estar hambrientos de Dios!”, exclamaba San Agustín. ¡Es Él, el Padre celestial, quien nos da el verdadero pan!
--- El Pan y la Palabra
Este pan, de que estamos tan necesitados, es ante todo Cristo, el cual se nos entrega en los signos sacramentales de la Eucaristía y nos hace sentir, en cada Misa, las palabras de la última Cena: “Tomad y comed todos de él; porque éste es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”. Con el sacramento del pan eucarístico -afirma el Concilio Vaticano II- “se presenta y realiza la unidad de los fieles, que constituyen un solo Cuerpo en Cristo (cfr. 1 Cor 10,17). Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo que es Luz del mundo; de Él venimos, por Él vivimos, hacia Él estamos dirigidos” (Lumen Gentium 3).
El pan que necesitamos es, también, la Palabra de Dios, porque, “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4; Dt 8,3). Indudablemente también los hombres pueden pronunciar y expresar palabras de tan alto valor. Pero la historia nos muestra que las palabras de los hombres son, a veces, insuficientes, ambiguas, decepcionantes, tendenciosas; mientras que la Palabra de Dios está llena de verdad (cfr. 2 Sam 7,28; 1 Cor 17,26); es recta (Sal 33,4); es estable y permanece para siempre (cfr. Sal 119,89; 1 Pe 1,25).
Debemos ponernos continuamente en religiosa escucha de tal Palabra; asumirla como criterio de nuestro modo de pensar y de obrar; conocerla, mediante la asidua lectura y personal meditación. Pero, especialmente, debemos hacerla nuestra, llevarla a la práctica, día tras día, en toda nuestra conducta.
Por último, el pan que necesitamos es la gracia, que debemos invocar y pedir con sincera humildad y con incansable constancia, sabiendo bien que es lo más valioso que podemos poseer.
--- Alimento cotidiano
El camino de nuestra vida, trazado por el amor providencial de Dios, es misterioso, a veces humanamente incomprensible y casi siempre duro y difícil. Pero el Padre nos da “el pan del cielo” (cfr. Jn 6,32), para ser aliviados en nuestra peregrinación por la tierra.
Quiero concluir con un pasaje de San Agustín, que sintetiza admirablemente cuanto hemos meditado: “Se comprende muy bien... que tu Eucaristía sea alimento cotidiano. Saben, en efecto, los fieles lo que reciben y está bien que reciban el pan cotidiano necesario para este tiempo. Ruegan por sí mismos, para hacerse buenos, para perseverar en la bondad, en la fe, en la vida buena... La Palabra de Dios, que cada día se os explica y, en cierto modo, se os reparte, es también pan cotidiano”.
DP-250 1979
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
“Le seguía mucha gente”. “Paradójicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios, lo busca por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, pide a los evangelizadores que le hablen de Dios” (Pablo VI). Jesús se conmueve ante esa multitud que le busca. Nosotros, que debemos tener en el corazón idénticos deseos que Cristo Jesús (cf Fil 2,5), hemos de sentir “la dulcísima obligación de trabajar para que el mensaje divino de la revelación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra” (C. Vaticano II, A. A.)
“Con qué compraremos panes para que coman estos”, dijo Jesús para tantear a sus discípulos aunque bien sabía Él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: “Doscientos denarios...” Y Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero ¿qué es eso para tantos?”
Todos somos vulnerables a la tentación de que es muy poco lo que puede hacerse frente al olvido del sentido eterno de la vida en un número creciente de personas que viven junto a nosotros. Hoy se escriben libros de bolsillo y se editan revistas, se graban vídeos, se emiten noticias que suprimen cualquier frontera. Si hubo un tiempo en que las ideas o ciertas corrientes de pensamiento quedaban encerradas en el recinto de un reducido grupo de personas, hoy esos planteamientos son asimilados por centenares de millones de criaturas en un programa de radio o televisión, y no una vez ni dos, sino a diario y de un modo tan penetrante como amable: en una comedia de humor, en la entrevista a un famoso del deporte, del arte, de la política, de las ciencias. ¿Qué supone mi palabra ante el poder omnipresente de los medios de difusión?
¿No se trata de una competencia desigual? Cuando se trata de influir cristianamente en la vida de quienes nos rodean, no podemos juzgar de modo cuantitativo los medios con que contamos, porque ellos, en las manos del Señor, se multiplican de forma maravillosa. Por lo demás, ¿no tenemos los cristianos, junto al auxilio divino, idénticos medios? ¿Quién nos impide propagar la verdad de Jesucristo por los canales actuales de difusión a no ser nuestra desidia o la falta de imaginación?
“Confía tu camino al Señor y Él actuará” (S. 37). No ignoramos la resistencia de un ambiente permisivo, ni la débil respuesta que el mensaje cristiano encuentra a veces en nosotros y en quienes nos rodean; o la enorme dificultad de cambiar modos de pensar, comportamientos en las relaciones familiares, sociales, comerciales..., que están en claro contraste con la doctrina cristiana; pero debemos confiar que allí donde no llegan nuestros recursos humanos el Señor suple con creces esa carencia. Aquella muchedumbre, como nos narra el Evangelio de hoy, después de haber saciado su hambre y viendo que había sobrado, quisieron proclamar rey a Jesús.
Tenemos derecho, fiados en las promesas del Señor, a confiar en una mejora personal y de quienes nos rodean en la vida, persuadidos de que Dios tiene más interés que nosotros en que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf 1 Tim 2,4).
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo"
R 4,42-44: "Comerán y sobrará"
Sal 144,10-11.15-16.17-18: "Abres tú la mano, Señor, y nos sacias"
Ef 4,1-6: "Un solo Cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo"
Jn 6,1-15: "Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron"
Los panes hechos con la más reciente cosecha, con las primicias, eran una forma de sacrificio, de oblación a Dios. La expresión "así dice el Señor" se introduce siempre que va a cumplirse algo previamente determinado.
Algunos llaman "signos de vida" a siete acciones de Cristo, comenzando por el "agua de vida" del pasaje de la Samaritana. El que se lee este domingo es el cuarto. Cuando san Juan dice que "estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos" no lo hace en vano porque piensa en la Eucaristía. Usa el término "dijo la acción de gracias" en lugar de "alabó o bendijo" que emplean los sinópticos en la primera multiplicación.
El entusiasmo final de las gentes, fruto del signo inmediato aunque lejos de la profundidad del mismo, hace que se marche al monte Él solo. Probablemente hasta los mismos discípulos participarían del clamor popular.
Al comprobar algunos males que aquejan al mundo de hoy (hambre, guerras, injusticia, incultura...) sentimos desaliento e impotencia. Creemos que tiene que haber una salida, pero no sabemos cuál. Hasta nos desentendemos porque pensamos que la solución a tan grandes problemas no depende de nosotros. En el Evangelio no se llama a nadie a hacer milagros. Esa solución es sólo de Jesús. Pero el hombre de Bal;vsSalisá y el muchacho de los peces dieron lo que tenían.
_ "Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía. El signo del agua convertida en vino en Caná anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo convertido en Sangre de Cristo" (1335).
_ " «¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!» Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados «de toda bendición celestial y gracia», la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial" (1402).
_ "La presentación de las ofrendas: entonces se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, «tomando pan y una copa»... La presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone los dones del Creador en las manos de Cristo. Él es quien, en su sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos humanos de ofrecer sacrificios... Los cristianos presentan también sus dones para compartirlos con los que tienen necesidad" (1350-1351).
_ "No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas" (San Juan Crisóstomo. Prod. Jud. 1,6) (1375).
Cristo multiplicó los panes, signo de la Eucaristía, para que nosotros compartamos su Reino y los bienes con los demás.
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