Por Ricardo Yepes Stork, "Fundamentos de antropología", Eunsa, Pamplona 1996.
El eros cuando es fecundo nos lleva mucho más lejos de lo que sospechábamos en un principio. Sin embargo, para perdurar necesita apoyarse en algo más que un simple sentimiento: el amor entre el varón y la mujer no es sólo un sentimiento que se tiene o no se tiene, sino sobre todo una tarea que construye una vida común llena de sorpresas imprevisibles.
1. El lugar de la sexualidad en el eros
La vida sexual es sólo una parte del eros. Cuando se quiere basar éste en el sexo, se identifica sobre todo con una vida sexual satisfactoria. En realidad, la sexualidad necesita estar incrustada en una comunidad de vida en la que otras muchas cosas tienen que ser satisfactorias para que ella también lo sea. Y cuando esas otras cosas son satisfactorias, se cae en la cuenta de que la vida sexual ocupa un lugar menos importante de lo que parecía en un principio.
Cuando se toma la vida sexual demasiado en serio, fácilmente decepciona. Cuando se toma con una pizca de ironía, como un acto que no es oportuno o posible hacer siempre y de cualquier modo, y por el que no merece la pena tomarse excesivas preocupaciones, entonces es cuando empieza a ser satisfactoria, porque es desinteresada. El eros nunca pierde la actitud contemplativa hacia la persona amada: la admira aún en su debilidad y en sus momentos menos "seductores", por ejemplo cuando ronca. Es más, cuando estos momentos llegan, la ama aún más, o al menos la sigue amando, e incluso la socorre: le "presta" su fuerza propia, por ejemplo para que se levante a tiempo para el trabajo.
Dicho de otra manera: el amor como gozo deja de serlo si no se convierte en el amor como tarea. Si no aprendemos a convivir con quienes amamos, enseguida dejaremos de amarlos. La convivencia con ellos no puede ser un continuo placer, y en ocasiones está llena de detalles prosaicos que un idealismo mal entendido puede hacer olvidar: en la vida humana lo más alto no se sostiene sin lo más bajo. El eros y el sexo, como todo lo humano, están sometidos al tiempo y a sus ciclos: al éxtasis le sucede lo grotesco, la plenitud va seguida de lo negativo, al placer le sucede el dolor y a la hermosura su marchitarse.
Si la sexualidad es donación, los restantes actos del amor no pueden faltar sin que falte también el don de sí. Y cuando éste falta, la vida sexual cae en el ámbito del interés y de la satisfacción sensible. No contempla, sino que busca interesadamente. Decae entonces la comunicación y el diálogo, y crece la distancia entre los amantes: pueden compartir sus cuerpos, pero no sus pensamientos y sentimientos interiores. El afecto se diluye y el enamoramiento parece esfumarse. Es en los momentos de crisis cuando se comprueba que el sexo es para el eros, y no el eros para el sexo. Este pierde su rostro tiránico cuando se incrusta en el entorno amable del enamoramiento, dentro del cual se dignifica. Por sí mismo el sexo no produce entre los amantes la donación, el diálogo y el perdón, sin los cuales el eros se extingue.
2. El matrimonio y la familia
La consideración anterior es una llamada al realismo. Pero estaría incompleta sin esta otra: la madurez de la sexualidad se alcanza cuando se otorga a una sola persona y se continúa después en la familia y en los hijos. Dicho de una manera abrupta: la familia humana es naturalmente estable y monógama. Esto es algo que hoy no se acepta, pues ha sido puesto en cuestión el concepto mismo de familia, e incluso se llega a considerar que ella es algo prescindible en la vida humana. Aquí se sostiene otra cosa, que parece más acorde con los sentimientos naturales de los niños y de los ancianos: la familia de cada uno es aquella donde se nace, y es sólo una, y siempre la misma. Hay tres razones que lo avalan, y que también excluyen la posibilidad de que la unión del varón y la mujer humanos sea temporal:
* Primero porque no se concibe una donación personal plena condicionada en el tiempo: si se da toda la persona se da también la libertad y el tiempo disponible "por toda la eternidad". Si fuera una "unión a prueba", el gesto sexual sería ya una sonrisa falseada por una reserva interior, como se ha dicho. La unión del eros es tan intensa que cualquier fisura termina siendo fatal: es exclusivo y celoso, no admite reservas, tampoco temporales. Es más, que sea "contigo para siempre" es la única manera de que sea "contigo pan y cebolla", y aguante los chaparrones que inevitablemente vendrán. Si no es entero, las fisuras lo agrietan enseguida. Y esto es así porque la afirmación del otro por parte de la voluntad, si es verdaderamente benevolente, es firme y promete seguirlo siendo y sabe perdonar. Dicho de otro modo: el amor auténtico no muere, porque es inmortal. Esta es la razón antropológica de la monogamia.
* En segundo lugar, hay una razón biológica: la familia humana tiene raíces biológicas porque en la evolución corporal de los homínidos se desarrollan unas características corporales y una estrategia reproductiva que exigen el grupo familiar estable. Por eso, la forma de reproducirse del hombre exige la monogamia, pues la morfología corporal de la mujer y de la cría, la larga duración de la gestación, la división de funciones entre ella y el varón respecto del hijo, de la alimentación y de la movilidad del grupo, y sobre todo el largo proceso de crecimiento de la prole hacen necesaria una unión estable del varón y la mujer, pues en caso contrario la especie se extinguiría, dadas sus peculiares características biológicas.
La monogamia es necesaria para que el hombre pueda educar a su prole porque permite una división del trabajo entre el padre y la madre. Si no hay monogamia, el trabajo queda sin hacer, el padre se va, el hogar se rompe y los hijos se convierten en horda, salvo que la madre supla al padre ausente. Esta división estable y complementaria de funciones está inscrita en la biología, la corporalidad y el comportamiento reproductivo del hombre: la madre gesta, cuida y alimenta; el padre, recolecta, trae el alimento y protege a la familia, aunque ambos hacen un poco de lo del otro.
Dicho en términos más humanos: los hijos y la familia no soportan una ruptura de la comunidad de vida de los padres. No acoger a la prole en una comunidad estable de vida donde crezca y alcance su plenitud supone, de hecho, hacer unos hijos incompletos y "borrar del mapa" la familia y el propio hogar. La propia naturaleza, al traer hijos, pide que la familia sea indisoluble. Una familia soluble en realidad no es tal, sino un grupo episódico, nacido de un acuerdo temporal. En cambio, una familia recién formada es algo que ya no puede desaparecer, aunque se quiera: los niños, como los ancianos, desmienten que el matrimonio, y en consecuencia la familia, se puedan disolver y que puedan entenderse "fuera de la lógica de la duración". Eso es una cosa que hemos inventado los adultos.
El invento consiste en contestar no a esta pregunta: ¿hay relaciones humanas nacidas para durar toda la vida?. Si es evidente que sí en el caso, que después se verá, de un padre o una madre respecto de sus hijos, ¿por qué no va a serlo también en el caso del padre y la madre entre sí? ¿Hay algo más raro que el hecho de que "papá" se vaya, o tenga otra "mamá", o viceversa?
A los niños y a los ancianos hay que tomarlos en serio: sólo están bien cuidados en su familia. Y ésta, no hay que olvidarlo, se perpetúa a través de las generaciones. Es indisoluble porque sobrevive a sus miembros; es más: ella es la que los acoge, porque está ahí, por encima del tiempo, contemplando el sucederse de las vidas que desfilan en su seno. La familia es estirpe, aunque hoy no estemos acostumbrados a pensarlo. Sólo si se ha sustituido la idea de "somos una familia" por la de "somos una pareja" puede surgir la quiebra de la pareja puesto que la familia es permanente por incrustarse en la cadena inmemorial de las generaciones y de la estirpe, y la pareja no.
* La humanidad descubrió muy pronto que todo esto (el enamoramiento, el eros, la unión sexual, la aparición del hijo, su nacimiento y crianza, su educación, su posterior emancipación, la perpetuación de la familia en la estirpe, etc.) sólo es posible si existe una institución que lo proteja y que sancione la unión permanente de un varón y una mujer: el matrimonio. La fuerza del impulso sexual es tan grande y la crianza de los hijos tan larga que, si no se instituye una forma de estabilidad y una exclusividad en la unión de los esposos, "todo eso" se vería amenazado, y con ello la existencia misma de la sociedad. Un nuevo eros bajo el cielo merece ser perpetuado ante el mundo y la historia, y eso es justamente lo que él más desea. Eso es justamente lo que el matrimonio realiza al incorporar el eros a la sociedad y a la historia, y hacerlo así "eterno" en su obra, y duradero en el tiempo, prolongando la estirpe. Sin monogamia no hay matrimonio genuino, ni institución familiar. Esta última es la razón institucional de aquélla.
Ninguna cultura, salvo quizá un poco la nuestra y otras primitivas y marginales, ha dejado de percibir que la pervivencia de la familia depende de la institución de una forma estable y legal para la donación del varón y la mujer que llamamos eros. Esa donación, según lo visto hasta ahora, es tan radical, tan natural, y de ella se derivan tan imprevistas, largas y "personales" consecuencias, que necesita un ámbito protegido por la ley, la moral y la religión, dentro del cual pueda asegurarse que cumple su destino humano. Esa institución es el matrimonio.
Al hablar aquí de institución quiere decirse comunidad, en la cual hay un bien común, el hogar, dentro del cual se lleva a cabo una tarea, una obra y una vida, todas ellas comunes, compartidas entre los miembros de la familia "en el amor, la confianza y la comunidad de la totalidad de la vida individual".
"El sexo es un instinto que produce una institución; y es positivo y no negativo, noble y no ruin, creador y no destructor, porque produce esa institución. Esa institución es la familia: un pequeño estado o comunidad que, una vez iniciada, tiene cientos de aspectos que no son de ninguna manera sexuales. Incluye adoración, justicia, festividad, decoración, instrucción, camaradería, descanso. El sexo es la puerta de la casa; y a los que son románticos e imaginativos naturalmente les gusta mirar a través del marco de una puerta. Pero la casa es mucho más grande que la puerta. La verdad es que hay quienes prefieren quedarse en la puerta y nunca dan un paso más allá".
El matrimonio cumple una doble función: reconocer, proteger y hacer posible y estable la unión de los esposos y asegurar la supervivencia y crianza de los hijos, incorporándolos a una comunidad intergeneracional: la estirpe. El matrimonio hace posible la persistencia de la especie humana en el seno de la institución más básica en la sociedad y en la cultura: la familia. Sin familia, el hombre no es viable, ni siquiera biológicamente: una mujer embarazada, un bebé, o dos, o tres, unos ancianos que ya no se valen por sí mismos, unos hombres enfermos, etc., necesitan un hogar, una familia donde poder existir, amar y ser amados, cuidados y alimentados. El hombre es un ser familiar precisamente porque nace: lo que nacen son niños, no personas mayores.
La familia es una institución basada en la comunidad de origen natural. En ella el hombre nace, crece, se educa, se casa, se reproduce, cría a sus hijos, Y más tarde muere. En la familia se aprende a vivir La familia es la principal tarea humana, tanto pasiva (la niñez) como activa (la madurez): en ella se pueden llevar a la plenitud algunas de las dimensiones humanas más radicales, como ya se ha dicho. La familia proporciona un "perfil genético" propio, tanto en lo físico como en lo psíquico (carácter, aptitudes, urdimbre afectiva, aprendizaje de conducta, costumbres, gestos, modos de hablar, cultura práctica, etc.). Pero además, la familia es el depósito de los valores que más profunda y permanentemente quedan grabados en el espíritu de sus miembros mediante la educación (actitudes religiosas, virtudes morales, modos de valorar, ideales, etc.).
El amor familiar entre los miembros de esta comunidad es lo que más atrás se llamó amor natural; en él los lazos de sangre producen un afecto que el paso del tiempo no hace sino aumentar. El amor familiar es un amor-necesidad que da la casi totalidad de lo que uno desea y quiere, sobre todo al principio. Con el paso del tiempo ese amor-necesidad se eleva muchas veces al amor de benevolencia más profundo y desinteresado, como es el caso, ya mencionado, del don de los hijos recibido y aceptado por los padres. Son difíciles de exagerar y largos de señalar todos los aspectos de la relevancia de la familia en la vida del hombre. Es algo, que por otra parte, casi todos hemos experimentado en mayor o menor grado.
3. El hombre como hijo, como padre y como madre
Todo hombre es hijo y nunca deja de serlo. Ser hijo es incluso más radical que ser varón o mujer, porque indica el modo de originarse uno mismo: nacer. Todos nacemos, no de la tierra, sino de unos padres concretos. Nacer significa que uno se encuentra existiendo, no como un ser arrojado al mundo, en soledad, sino como hijo de alguien. La mayoría de los hombres se han encontrado a sí mismos así: "se nace para ser hijo". Algunos han teorizado tratando de demostrar que el hombre es un ser arrojado a una existencia solitaria y sin destino, pero la experiencia más común es esta otra: nos hemos encontrado a nosotros mismos en brazos de nuestros padres.
Por tanto, la filiación es una característica radical de la persona, no mencionada hasta ahora. Filiación significa: mi origen como persona son otras personas, no he nacido de la tierra, como las plantas. Filiación significa entonces dependencia de origen. El hombre nace de alguien. Ser hijo significa depender, proceder de, tener un origen determinado, reconocible en nombres y apellidos: es la estirpe a la que uno pertenece. Ser hijo significa, por tanto, tener padres, pertenecer a una familia de muchas generaciones (los abuelos son la presencia viva de la estirpe). Desde esta perspectiva se puede volver a definir la familia como una comunidad de personas ligadas por una unidad de origen. La correspondencia física de esta comunidad íntima de personas es la casa, el hogar. Lo natural es que éste pertenezca a la estirpe, y no a un solo núcleo familiar reducido.
No tener familia significa no ser hijo de nadie, ser huérfano, estar desvalido. La orfandad suele traer consigo diversas formas de miseria. La más grave de ellas es la miseria afectiva: carecer de seres a quien amar y por quienes ser amado. Vivir solo es prescindir de la familia. Sólo un planteamiento individualista puede llevar a elegir esta forma de vida y encontrar en ella cierta felicidad. Un hombre sin familia es normalmente desgraciado, aunque no lo reconozca.
Ser padre y ser madre es el modo natural más normal de prolongar el ser varón y mujer. Ambas cosas conllevan una dignificación de quienes lo son; les hace ser más dignos porque supone haber sido origen de otros seres humanos. La única superioridad natural y permanente que se da entre los hombres es ésta: la que un padre y una madre tienen respecto de sus hijo. Aunque a partir de la juventud sea sólo una autoridad moral, y ya no una tutela física, se conserva siempre: los hijos veneran a los padres siguiendo una inclinación natural, que lleva a reconocer que el don de la vida, y todo lo necesario para llegar a ser personas maduras, lo han recibido de ellos. Este sentimiento los clásicos lo llamaban pietas, piedad, y significa reconocer la dignidad de aquellos que son mi origen, honrarles y tratar de colmar una deuda impagable: la propia existencia.
Parte de ese pagar la deuda es asumir la tarea de criar a los propios hijos que uno ha traído al mundo, como nuestros padres hicieron con nosotros. Así se establece la cadena de las generaciones de una misma estirpe, que supone una participación en la creación y perpetuación de la especie humana que Dios lleva a cabo, pues, como ya se ha dicho, lo que tiene que ver con los orígenes de la persona tiene que ver con Dios.
La conciencia de la dignidad de ser padre, madre o hijo disminuye cuando la familia deja de ocupar el lugar central en la vida humana que la humanidad ha sólido concederle. En rigor, ser una o varias de esas tres cosas y apreciarlo en su justa medida constituye uno de los ingredientes de la plenitud humana, cosa que hoy no estamos acostumbrados a pensar.
Ser padre y ser madre tiene, además de la dignidad que se acaba de señalar, unos rasgos y tareas propias. Ambos, y quizá especialmente el padre, son modelo en el ser y en el obrar de los hijos, y les corresponde ayudar a éstos. Ambos, y quizá especialmente la madre, sustentan en el ser a los hijos, y los mantienen unidos a sí, como al principio. La tarea de tener hijos es la más creadora de todas las tareas humanas, porque supone crear otros "yos", y eso es un largo y amoroso trabajo de educación, enseñanza y ayuda: todos los actos del amor se cumplen en ella de modo eminente.
El amor entre el varón y la mujer no es sólo un sentimiento que se tiene o no se tiene, sino sobre todo una tarea que construye una vida común llena de sorpresas imprevisibles.
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Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
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El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
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