«Cristo permanece en su Iglesia: en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación, en toda su actividad» [1]. Esta realidad de fe, expresada sucintamente por san Josemaría, nos hace pensar que la liturgia ha ocupado un lugar relevante en su vida y en su pensamiento. Sin embargo no es fácil captarlo debidamente, porque sus escritos no contienen una exposición, más o menos sistemática, sobre la liturgia. Se encuentran referencias explícitas, con frecuencia sustanciosas, pero sobre todo hay que atender a su actividad, a su vida: a cómo vivió la liturgia e impulsó a que otros la vivieran. Contamos para ello con una variada documentación: ante todo, sus escritos, algunos ya publicados, otros inéditos, pero citados por autores que han tenido acceso a ellos, y aquí se pueden colocar también las notas de su predicación oral [2]; finalmente, los testimonios de quienes fueron testigos de actuaciones concretas de san Josemaría acerca de la liturgia y que se han recogido en diversas publicaciones.
Los límites de extensión impuestos a las comunicaciones del presente volumen impiden dar una respuesta completa al asunto que nos ocupa; de ahí la necesidad de restringir el estudio a un periodo limitado de la vida de san Josemaría. ¿Qué mejor que escoger los años anteriores al Concilio Vaticano II, que promovió una reforma general de la liturgia, más en concreto del rito romano? [3]. El estudio de su enseñanza y su vida en este período parece, además, necesario para alcanzar una justa comprensión de cómo recibió después la reforma litúrgica, la vivió personalmente y promovió que fuera acogida. El estudio necesariamente es provisional, hasta que todos los escritos de san Josemaría se hayan publicado y sea, además, posible una consulta completa de la documentación de archivo sobre su actividad de gobierno del Opus Dei en lo que atañe a la vida litúrgica. De todas formas los resultados ya son significativos.
1. La médula de la liturgia
¿Qué es la liturgia? No encontraremos una respuesta definitoria de san Josemaría, pero sí una comprensión de hondo contenido teológico, que, si bien se refiere directamente a la Misa, arroja luz sobre toda la liturgia: «Representación de todos los misterios de Cristo, tan viva y perfecta, que se renuevan y vuelven a efectuar misteriosamente en ella» [4]. Si es representación, quiere decir que la liturgia está compuesta de signos sensibles, por cuyo medio el misterio de Cristo, que se desglosa en misterios, se muestra y hace presente con toda su eficacia. La liturgia es mucho más que un recurso humano para expresar la relación cultual a Dios, es ante todo el misterio de Cristo, en el que se compendia toda la historia de la salvación, en el ahora celebrativo. De todas formas, la liturgia, como actuación sumaria del misterio de Cristo, no mira exclusiva o prevalentemente a la salvación de la humanidad, sino en primer lugar a la glorificación de Dios; por eso san Josemaría la resume como «el culto de Dios» [5].
La liturgia es el culto de Dios con una relación personal y filial del cristiano con Él, que, al mismo tiempo, es relación de toda la Iglesia, culto a Dios de todo el Cuerpo Místico: «[…] aun cuando pone en labios de los fieles unas determinadas oraciones, la Iglesia quiere que cada uno se dirija a Dios personalmente, con corazón de hijo; por eso, cuando les invita a rezar juntos, alrededor del sacerdote, es para que vivan la unidad del Cuerpo Místico, pero sin dejar de tratar confiada y filialmente a Jesucristo» [6]. La desarmonía entre piedad personal y oración litúrgica entorpece la santificación del cristiano: «El cristiano que se aísla en una piedad privada, no participa como conviene de la corriente santificadora de la Iglesia (vid y sarmiento)» [7]. San Josemaría asigna la primacía a la frecuencia de sacramentos sobre las devociones particulares: «Pocas devociones y constantes –Mejor, frecuencia de sacramentos» [8]. Igualmente prima la oración litúrgica sobre las oraciones privadas: «Tu oración debe ser litúrgica. –Ojalá te aficiones a recitar los salmos, y las oraciones del misal, en lugar de oraciones privadas o particulares» [9]. En definitiva, como escribe en una de las cartas que dirige a los miembros del Opus Dei: «siempre os he enseñado a encontrar la fuente de vuestra piedad en la Escritura Santa y en la oración oficial de la Iglesia, en la Sagrada Liturgia» [10].
2. Lo externo en la liturgia
La liturgia por su misma naturaleza es externa, no queda encerrada en la intimidad del espíritu humano, sino que el misterio celebrado se expresa por medio de signos que percibimos a través del cuerpo. Desde esta perspectiva exige unas cualidades que hay que respetar: «Pienso que las personas que ponen amor en todo lo que se refiere al culto, que hacen que las Iglesias estén digna e decorosamente conservadas y limpias, los altares resplandecientes, los ornamentos sagrados pulcros y cuidados, Dios las mirará con especial cariño, y les pasará más fácilmente por alto sus flaquezas, porque demuestran en esos detalles que creen y aman» [11]. No es que san Josemaría propusiera un cuidado artificioso, sino al contrario, en contraste con usos muy extendidos, escribía: «¡Cuántos se han escandalizado al observar la sencillez de nuestros oratorios, la sobriedad del culto, la energía con que hemos intentado volver a la simplicidad primitiva de la liturgia, rompiendo con barroquismos y ñoñerías, que habían invadido la casa y el altar de Dios! Pero estoy seguro de que así agradamos a Dios –facilitamos a tantas almas que se acerquen a Él» [12]. En este sentido, es muy ilustrativo el siguiente punto de Camino:
«Me viste celebrar la Santa Misa sobre un altar desnudo –mesa y ara–, sin retablo. El Crucifijo, grande. Los candeleros recios, con hachones de cera, que se escalonan: más altos, junto a la cruz. Frontal del color del día. Casulla amplia. Severo de líneas, ancha la copa y rico el cáliz. Ausente la luz eléctrica, que no echamos en falta.
–Y te costó trabajo salir del oratorio: se estaba bien allí. ¿Ves cómo lleva a Dios, cómo acerca a Dios el rigor de la liturgia?» (n. 543).
El interrogante final manifiesta una experiencia suya y de tantas otras personas que habían sido testigos de ese rigor celebrativo. En otro punto de Camino añade una razón antropológica: «Ten veneración y respeto por la Santa Liturgia de la Iglesia y por sus ceremonias particulares. –Cúmplelas fielmente. –¿No ves que los pobrecitos hombres necesitamos que hasta lo más grande y noble entre por los sentidos?» (n. 522). La transcendencia de Dios, con su magnitud y nobleza, se hace más perceptible a través de la severidad y rigor de los signos materiales. La corporeidad implicada en la liturgia no sólo está compuesta de gestos y palabras, sino que supone también un contexto material, que completa el signo litúrgico: el espacio litúrgico, el altar, el sagrario, los vasos sagrados, las vestiduras litúrgicas, etc.:
«Hijos, volvamos a la sencillez de los primeros cristianos: riqueza, cuanta podáis, pero jamás a costa de la liturgia. Arte serio, lleno de grave majestad. Nunca floripondios, ni luz eléctrica. El retablo, retro tabulam: a su sitio, detrás del altar, como algo accidental. La Santa Cruz y el ara –completamente aislada de la mesa del altar– ocupen el lugar sobresaliente» [13].
Estas líneas se complementan con un apunte del 3-VIII-1932:
«[…] muy bien podría haber al fondo del presbiterio y bajo un arcosolio, p.e., un altar con Sagrario, a fin de tener allí al Señor reservado, diciéndose en este altar la Sta. Misa una vez a la semana, para renovar las Formas. Y en medio del presbiterio, una mesa de altar aislada –verdadera mesa, riquísima, como todo–, en la que se celebre a diario la Misa de comunidad, consagrando un Copón, que se purifique a diario también» [14].
Estos deseos pudo llevarlos a cabo cuando se trasladó a Roma y promovió la construcción de los edificios de la sede central del Opus Dei, y en ellos el oratorio dedicado a los Santos Apóstoles, de estilo románico y con altar coram populo; se terminó en 1958 [15]. No se ciñó san Josemaría a un determinado estilo arquitectónico, pues también siguió de cerca, sugiriendo ideas a los arquitectos, la construcción del oratorio de Santa María de la Paz, terminado en 1959, que es la actual iglesia prelaticia: es de estilo basilical romano, con el presbiterio elevado sobre la nave y altar coram populo desde su construcción [16].
Le gustaba colocar reliquias insignes de mártires bajo los altares. Cuando regresó de su primer viaje a Roma, pocos meses antes de establecer su residencia en la Ciudad Eterna, llevó consigo a este fin los cuerpos de dos mártires [17].
Para el sagrario tenía una atención particular. Cuando, el 31-III-1935, pudo dejar el Santísimo Sacramento, con el permiso del Obispo de Madrid, en el oratorio de la Residencia universitaria de Ferraz no 50, refiere un testigo ocular: «Aquel sagrario era un sencillo tabernáculo de madera que unas religiosas habían prestado al Padre. Junto a su alegría, experimentaba una pena grande: la de no poder dedicar al Señor un sagrario y unos vasos sagrados más dignos, porque quería siempre ofrecer a Dios “el sacrificio de Abel”, destinando lo mejor al culto divino» [18]. Así pues, no se contentó y un año después: «El 19 de marzo el Padre tuvo la alegría de poder estrenar un nuevo sagrario, más digno, hecho por el escultor Jenaro Lázaro» [19].
Por lo que se refiere a las vestiduras litúrgicas, es significativo este otro testimonio relativo al año 1940: «yo no había visto antes que el celebrante usara casullas góticas, sino las corrientes en aquellos tiempos, las llamadas “de guitarra”, por la forma de la parte delantera. En Jenner, con permiso del Obispo de Madrid, se empleaban casullas de ese otro estilo, amplias, que daban especial dignidad al acto sagrado» [20].
3. Participación activa
Veíamos más arriba que la liturgia es culto a Dios de todo el Cuerpo Místico, lo que significa que todos los fieles están implicados en ella: «El sacrificio es ofrecido a Dios juntamente por el sacerdote y los fieles […] Los fieles son oferentes y ofrendas al mismo tiempo: ofrecen a Dios el sacrificio de Cristo, y se ofrecen con Cristo, de modo que es el sacrificio de Cristo y de todos» [21]. Se explica por eso este lamento de san Josemaría: «¡Catedral de Burgos! Mucho clero: el arzobispo, el cabildo de canónigos, los beneficiados, cantores, sirvientes y monagos… Magníficos ornamentos: sedas, oro, plata, piedras preciosas, encajes y terciopelos… Música, voces, arte… Y… ¡sin pueblo! Cultos espléndidos, sin pueblo» [22].
Su propuesta no era que los fieles simplemente asistieran, sino que participaran con la plenitud de la Comunión dentro de la Misa. Así, anotando el plan de vida espiritual de los fieles del Opus Dei, se refería a la participación en la «Santa Misa, comulgando después de la Comunión del sacerdote» [23], y en otro apunte de los años treinta escribía:
«La comunión dentro de la Misa es la regla, no la excepción. Intra Missam, con hostias ofrecidas y consagradas en la Misa. ‘Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre’. Sacrificio unido al sacramento. ¿Por qué separarlo sin causa razonable?» [24]. Todo esto llevaba a la Comunión frecuente:
«Se quedó para ti. –No es reverencia dejar de comulgar, si estás bien dispuesto. –Irreverencia es sólo recibirlo indignamente» [25].
La disposición más de fondo que resalta san Josemaría sobre la celebración de la Misa y la participación en ella bien se condensa en este punto del capítulo sobre la «Santa Misa» de Camino:
«“¡Tratádmelo bien, tratádmelo bien!”, decía, entre lágrimas, un anciano Prelado a los nuevos Sacerdotes que acababa de ordenar.
–¡Señor!: ¡Quién me diera voces y autoridad para clamar de este modo al oído y al corazón de muchos cristianos, de muchos!» (n. 531).
Tratar bien a Cristo, pero no entendiendo su presencia eucarística en sentido exclusivamente pasivo, pues se deja llevar de un sitio a otro y permite que se le ignore o se le trate como algo de poco valor, sino también activo, pues lo que ocurre en la celebración eucarística es ante todo obra suya, y la acción de la Iglesia no pasa de ser ministerial.
Otros aspectos de la participación de los fieles en la liturgia, aunque de menos relieve que la Comunión, son también importantes. Uno de los más significativos lo ofrece este testimonio, que se refiere a la Residencia universitaria de Jenner, nº 6, en 1940: «Se ajustaba [san Josemaría] cuidadosamente a las normas litúrgicas de la Iglesia. Dentro de éstas, procuraba que los asistentes participaran lo más activamente posible en el Santo Sacrificio. Diariamente se celebraba “dialogada”, es decir, no respondía sólo el ayudante, como era usual entonces en las iglesias, sino que todos contestábamos de modo pausado y al unísono» [26]. Entre otros aspectos se encuentran los que forman “la urbanidad de la piedad”:
«Hay una urbanidad de la piedad. –Apréndela. –Dan pena esos hombres “piado- sos”, que no saben asistir a Misa –aunque la oigan a diario–, ni santiguarse –hacen unos raros garabatos, llenos de precipitación–, ni hincar la rodilla ante el Sagrario
–sus genuflexiones ridículas parecen una burla–, ni inclinar reverentemente la cabeza ante una imagen de la Señora» [27].
San Josemaría era consciente de la necesidad de dar formación litúrgica: «Ha de comenzar a instruírseles –se refería a los fieles del Opus Dei– por lo que pudiéramos llamar “Urbanidad de la Casa de Dios”, que realmente serán nociones de Liturgia» [28]. Cuidó con ese fin de que se dieran clases de formación litúrgica, particularmente de canto, a los universitarios que residían o frecuentaban la primera residencia universitaria que abrió en Madrid en los años treinta [29]. No fue un episodio aislado de aquellos años, pues, una vez terminada la guerra civil española, cuando puso en marcha el primer Centro de Estudios para miembros del Opus Dei, en el curso 1941-42, siguió la misma línea formativa: «Preparábamos la celebración diaria de la Santa Misa con rigor litúrgico y cantos, que ayudaban a vivir hondamente el santo Sacrificio. Un piadoso sacerdote, don Enrique Masó, muy amigo del Beato Josemaría y muy perito en música sacra, fue nuestro profesor de canto» [30]. Eran manifestaciones prácticas de su convicción de fondo, que ha dejado plasmada en Camino:
«Canta la Iglesia –se ha dicho– porque hablar no sería bastante para su plegaria.
–Tú, cristiano –y cristiano escogido–, debes aprender a cantar litúrgicamente» (n. 523).
4. Predicación litúrgica
Si san Josemaría deseaba y aconsejaba que la oración de cada uno fuera litúrgica, su predicación estaba informada por el mismo criterio. Esto se podrá estudiar detenidamente cuando se publiquen, con metodología crítico-histórica, sus meditaciones predicadas sobre la base de la abundante documentación existente [31]. Sin embargo, ya ahora, para los años anteriores al Concilio, disponemos de algunas publicadas [32]. La primera es una homilía basada en dos meditaciones sucesivas de un retiro del primer domingo de Adviento de 1951 [33]. Inicia con la consideración del verso del introito, que también lo es del gradual:
«Comienza el año litúrgico, y el introito de la Misa nos propone una consideración íntimamente relacionada con el principio de nuestra vida cristiana: la vocación que hemos recibido. Vias tuas, Domine, demonstra mihi, et semitas tuas edoce me (Ps XXIV, 4); Señor, indícame tus caminos, enséñame tus sendas» (n. 1).
La llamada de Dios nos pone en camino, siguiendo una senda que Él nos ha trazado. Esa llamada tiene un paralelo en la vocación de los apóstoles. Sigue luego la consideración de la Epístola:
«La Epístola de la Misa nos recuerda que hemos de asumir esta responsabilidad de apóstoles con nuevo espíritu, con ánimo, despiertos. Ya es hora de despertarnos de nuestro letargo, pues estamos más cerca de nuestra salud que cuando recibimos la fe. La noche avanza y va a llegar el día. Dejemos, pues, las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz (Rom XIII, 11-12)» (n. 4).
Las palabras de san Pablo le dan pie para meditar sobre los obstáculos que se oponen a la vida nueva de la vocación: concupiscentia carnis, concupiscentia oculorum et superbia vitæ (1Jn 2, 16). Se detiene en la lucha contra ellos y vuelve, luego, a la antífona del introito, que se repite en el ofertorio:
«Todas estas situaciones del ánimo son obstáculos ciertos, y su poder perturbador es grande. Por eso la liturgia nos hace implorar la misericordia divina: a Ti, Señor, elevo mi alma; en Ti espero; que no sea confundido, ni se gocen de mí mis adversarios (Ps XXIV, 1-2), hemos rezado en el introito. Y en la antífona del Ofertorio repetiremos: espero en Ti, ¡que yo no sea confundido!» (n. 7).
En el resto de la meditación se contempla la misericordia de Dios, que pide por nuestra parte correspondencia, hecha de vida de oración y mortificación y de formación doctrinal. Para concluir san Josemaría recurre al evangelio de la Misa:
«Abrid los ojos y levantad la cabeza, porque vuestra redención se acerca (Lc XXI, 28) hemos leído en el Evangelio. El tiempo de Adviento es tiempo de esperanza» (n. 11).
Sólo he presentado el itinerario de la meditación según el trazado que marcaban los textos litúrgicos. Otras cualidades habría que señalar –cristocentrismo, llamada a la santidad, lucha ascética, contemplación, etc.–, pero ahora se trata sólo de fijar la atención en la cualidad litúrgica. La redacción del texto definitivo, en vista de la publicación, se concluyó a comienzos de junio de 1972 [34]. El hilo de la homilía, que sigue el de los textos litúrgicos, hace pensar que habrán caracterizado el desarrollo de la dos meditaciones que le sirven de base. Hay poco fundamento para suponer que se trate de un artificio literario del texto definitivo sin conexión con la predicación oral.
Del mismo volumen es la homilía del 2-III-1952, primer domingo de Cuaresma. De ese día se conservan apuntes de una meditación de san Josemaría, también en un retiro. La primera parte de la homilía corresponde a esos apuntes [35] y se desarrolla al hilo del introito de la Misa, cuyos tres versículos están también incluidos en el tracto, y de la epístola. A partir del introito [36] se fija en la conversión a que llama la Cuaresma, apoyada en la ayuda de Dios. Seguidamente pasa a considerar la epístola de la Misa (2Co 6, 1-10), en la que continúa la llamada a convertirse, con la exhortación a superar las dificultades comportándonos como fieles servidores de Dios. Estos breves trazos no ponen de manifiesto las cualidades de la homilía, sino sólo cómo muestra ser una predicación verdaderamente litúrgica.
La predicación litúrgica de san Josemaría, que hemos considerado un poco más arriba, se basaba sobre las lecturas bíblicas y las antífonas, y es de suponer que eso fuera lo más frecuente. De todas formas en algunas ocasiones tenía un carácter más mistagógico, de explicación de los ritos, como resulta del guión de una meditación de 1935:
«La Santa Misa… Asisten los ángeles… ¿Y los hombres? fuera el libro de Misa, si no es un Misal litúrgico. Toda la vida cristiana: Introibo… Confiteor… Osculos. Introito y gloria… Kiries… Oraciones… Epístola… Munda cor meum: Evangelio (besarlo). Credo. Ofertorio, lavabo, Orate fratres… Sanctus (et ideo) Canon (Clemen- tissime Pater. . . Per Jesum) Memento vivos… Consagración. Memento… Per Ipsum omnis. Pater noster… Comunión… Ultimas oraciones… Bendición… Ultimo Evangelio… Preces finales. ¿Misa corta? ¡Que es Hijo de buena Madre! No amáis a Jesús, si no amáis la Misa… larga! Mi caso… » [37].
En consonancia con el final de este guión está escrito este otro punto de Camino: «La Misa es larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto» (n. 529).
El conjunto de las citas consideradas es insuficiente para poder presentar una adecuada visión de conjunto, aun sumaria, sobre la liturgia en la vida y en la enseñanza de san Josemaría. De todas formas, nos permiten concluir que su comprensión y experiencia de la liturgia en aquellos años explican su fiel acogida y puesta en práctica de la reforma litúrgica postconciliar.
Antonio Miralles en cedejbiblioteca.unav.edu
Notas:
1 Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa. Homilías: Edición crítico-histórica, A. Aranda (ed.), Rialp, Madrid 2013, n. 102. En adelante ECPECH.
2 Cfr. J. L. Illanes, Obra escrita y predicación de san Josemaría Escrivá de Balaguer, «Studia et Documenta», 3 (2009), 203-276.
3 Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 1, 3, 21.
4 De un esquema de meditación sobre la Misa, 9-IX-1938, citado en Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino: Edición crítico-histórica, P. Rodríguez (ed.), Rialp, Madrid 20043, p. 676, nt. 5. En adelante CECH.
6 Carta 30-IV-1946, n. 5: citada en E. Burkhart – J. López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría: Estudio de teología espiritual, vol. III, Rialp, Madrid 2013, p.503. En adelante VCS.
7 Ficha de 1938, citada en CECH p. 677.
8 Apunte en un breve esquema de charla, anterior al 19-I-1933, citado en CECH p. 704; sobre la datación, cfr. CECH p. 705, nt. 7 y p. 365, nt. 10.
9 CECH n. 86; la primera edición de Camino es del 29-IX-1939.
10 Carta 6-V-1945, n. 29: citada en VCS p. 510.
11 Instrucción, 9-I-1935, nota 167, citada en VCS p. 509. La nota, escrita por Mons. Álvaro del Portillo, entonces Secretario general del Opus Dei, es anterior a 1967 y recoge las palabras citadas sin indicar la fecha, pero como enseñanza habitual de San Josemaría.
12 Carta 6-V-1945, n. 29, citada en VCS p. 506.
13 Instrucción, 9-I-1935, n. 254: citada en CECH p. 692.
15 Cfr. F. M. Arocena, Liturgia: visión general, en J. L. Illanes (ed.), Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Instituto Histórico San Josemaría Escrivá de Balaguer – Monte Carmelo, Burgos 2013, p. 751.
17 Cfr. A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei: Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, vol. III, Rialp, Madrid 2003, p. 55. En nota el Autor escribe: «Cuando se terminó el Santuario de Torreciudad, los restos de san Sinfero se trasladaron a su altar mayor. El 12 de octubre de 1946 tuvo lugar la apertura de las urnas y el reconocimiento de las reliquias. Actuó como Notario eclesiástico don Juan Botella Valor, en presencia del Fundador» (Ibídem, p. 55, nt. 131).
18 P. Casciaro, Soñad y os quedaréis cortos: Testimonio sobre el Fundador, de uno de los miembros más antiguos del Opus Dei, Rialp, Madrid 19945, p. 26.
19 Ibídem, p. 68. «Nosotros damos al Señor lo mejor que tenemos: es el sacrificio de Abel. No podemos tener la piedad encogida de hacer para el culto de Dios los vasos sagrados y los instrumentos litúrgicos de barro de botijo» (Apuntes de la predicación, 24-XII-1956: citados en VCS pp. 508-509).
20 J. M. Casciaro, Vale la pena. Tres años cerca del Fundador del Opus Dei: 1939-1942, Rialp, Madrid 1998, pp. 113-114. En adelante JMC.
21 Ficha de 1938, citada en CECH p. 677.
22 Apunte del 26-X-1938, citado en CECH p. 677. En la misma línea se mueve lo que escribe en una carta del 19-24 de abril de 1938: «[Sevilla] Visito la catedral [. . .] Es grandiosa. Lástima de coro en medio, y de presbiterio enjaulado, aunque la jaula de hierro dorado sea magnífica: no dejará participar del culto más que a los privilegiados» (citado por J. L. Gutiérrez Martín, Vida litúrgica en Camino (1932-1939). San Josemaría Escrivá y el movimiento litúrgico, en J. R. Villar [ed.], Communio et sacramentum. En el 70 cumpleaños del Prof. Dr. Pedro Rodríguez, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 2003, pp. 430-431).
23 Anotación del 26-X-1931, citada en CECH p. 687, nt. 40.
28 Apunte del 14-III-1932, citado en CECH p. 690.
29 La carta de un residente, Emiliano Amann, a sus padres el 27-IV-1936, «hace referencia a la formación litúrgica y canto gregoriano que se impartía no sólo a los residentes, sino también a quienes participaban en los medios de formación de la residencia. Al menos, en la carta en que lo narra habla de treinta asistentes» (J. C. Martín de la Hoz – J. Revuelta Somalo, Un estudiante en la Residencia DYA. Cartas de Emiliano Amann a su familia (1935-1936), «Studia et Documenta», 2 [2008] 312). «Don Blas nos daba clases de canto gregoriano, porque el Padre deseaba que cuidásemos con el mayor esmero posible todo lo relacionado con el Señor y, muy en concreto, los actos litúrgicos» (P. Casciaro, Soñad y os quedaréis cortos, o. c., p. 55).
31 Cfr. J. A. Loarte, La predicación de san Josemaría. Descripción de una fuente documental, «Studia et Documenta», 1 (2007), 221-231.
32 Se encuentran en el ya citado volumen ECPECH.
33 Cfr. ECPECH nn. 1-11. La terminología corresponde a la del Misal entonces vigente.
35 Cfr. ECPECH pp. 377-378 y nt 5.
36 «Invocabit me, et ego exaudiam eum: eripiam eum, et glorificabo eum: longitudine dierum adimplebo eum. Qui habitat in adiutorio Altissimi, in protectione Dei cæli commorabitur» (Ps 90, 15-16.1 [Vg])
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |