En los dos artículos anteriores, hemos visto ya tres de las cuatro etapas teológicas de la vida de Benedicto XVI como profesor y obispo (I), y como prefecto para la Doctrina de la Fe (II). Nos queda la cuarta, como Papa (III), que veremos en este artículo
Fuente: omnesmag.com
Con su elección pontificia, Ratzinger se convirtió en el primer Papa propiamente teólogo. Y, como “cooperador de la verdad” consolidó las líneas en que trabajaba, las que necesita la Iglesia en el inicio del tercer milenio. Antes de abordar la cuarta etapa teológica de la vida de Benedicto XVI, como Papa, conviene hacer dos matices.
El perfil de un teólogo importante está configurado, antes que nada, por los tópicos que todo el mundo repite y cuajan en las historias de la teología y diccionarios. Suelen tener fundamento. En Joseph Ratzinger, se habla de la razón ampliada, la dictadura del relativismo, la antropología relacional, el personalismo y la primacía agustiniana del amor, la atención a la liturgia, el ecumenismo… Después, su perfil queda marcado por sus libros más conocidos Introducción al cristianismo, Informe sobre la fe, Jesús de Nazaret, y sus conferencias como prefecto… Son las fuentes para estudiarlo.
Pero la edición de sus obras completas (O.C), como ya advertimos, ha transformado esto.
Porque han emergido, por ejemplo, las dos tesis, sobre San Agustín y sobre San Buenaventura, que son los estudios más extensos y sistemáticos de su etapa académica. Y se han compuesto dos volúmenes con todos sus comentarios al Concilio, que son un trabajo muy relevante de su época de profesor. Y hay otro volumen entero dedicado al sacerdocio. Además, el pequeño manual de Escatología, al añadirle otros materiales, se ha convertido también en un poderoso volumen. Por eso las fuentes para estudiar a Ratzinger no son las mismas ahora que antes.
Otro matiz. Al convertirse en Papa, ya no es un teólogo privado, sino que ejerce constantemente un Magisterio público. Esto afecta a su perfil teológico en dos sentidos. No todo lo que escribe pasa a ser Magisterio. Y también no todo lo que enseña como Papa es exactamente su opinión teológica.
Como ya hizo Juan Pablo II en Cruzando el umbral de la esperanza o en sus memorias, hay escritos de Joseph Ratzinger que solo expresan su opinión personal, y no son Magisterio. En Jesús de Nazaret lo declara expresamente. Pero lo mismo pasa en las conversaciones con Seewald (La luz del mundo, 2010) y otros momentos de expansión.
También sucede que no todo su Magisterio expresa exactamente su manera de pensar, porque gran parte de lo que predica no lo escribió él. Lo hicieron los que le ayudan con su aprobación y según los casos, con su orientación o sus correcciones. Y es Magisterio ordinario porque representa lo que la Iglesia cree. No hay problema. Pero no refleja necesariamente su enfoque teológico o su estilo personal. Es preciso tenerlo en cuenta al hacer síntesis de su pensamiento o tesis doctorales. No es útil recortar y mezclar todo tipo de materiales.
Por ejemplo, los hermosos ciclos que desarrolló en las audiencias sobre los orígenes del cristianismo, san Pablo, los grandes teólogos antiguos y medievales, los doctores de la Iglesia, y la oración, son gratos y útiles para la enseñanza. Y están ahí porque él ha querido. Pero no tendría sentido extraer de allí su pensamiento teológico. No los ha escrito.
Evidentemente, una perfecta discriminación entre lo que ha escrito y lo que no, es imposible. Pero sí se puede pensar qué inspiraciones teológicas tuvo su Magisterio y qué hizo efectivamente con ellas.
Para saber lo que quería hacer como papa, hay tres primeros textos muy personales y relevantes, que recordaremos enseguida.
Después, hay que repasar lo que hizo e impulsó. Primero las encíclicas y las exhortaciones apostólicas, que, aunque no las haya escrito enteras, representan sus grandes líneas.
Destacan los empeños ecuménicos, objetivo importante que acompaña todo el pontificado, y merece un estudio aparte.
Hay intervenciones donde se implica muy personalmente, como los viajes a Alemania (el Parlamento alemán). Quizá la conferencia fallida de La Sapienza (2008) o la intervención en la ONU (2008), o su discurso en Westminster al parlamento británico (2010)… También hay momentos donde su voz es muy personal: encuentros con sacerdotes o seminaristas o compatriotas, entrevistas con Seewald.
Y, por supuesto, lo más teológicamente personal y un anhelo de su vida es el libro Jesús de Nazaret, escrito con un tesón y una perseverancia heroicos.
El 18-IV-2005, el cardenal Ratzinger, como decano del sacro colegio, presidió la Misa antes del cónclave donde saldría elegido papa. Y pronunció una famosa homilía. Habló de la amenaza de una “dictadura del relativismo” y de la respuesta cristiana: “Una fe que no sigue las olas de la moda y la última novedad: adulta y madura es una fe profundamente enraizada en la amistad con Cristo. […] debemos guiar el rebaño de Cristo hacia esta fe. Solo esta fe crea unidad y se realiza en la caridad”. Confiaba, como siempre, en una verdad cristiana dicha con caridad.
El 20-IV-2005, tras ser elegido y celebrar la Misa, se dirigió a los cardenales. Después de recordar a Juan Pablo II, pidió la comunión eclesial, tema del Concilio. Y dijo “quiero reafirmar con fuerza mi decidida voluntad de proseguir en el compromiso de aplicación del Concilio Vaticano II, a ejemplo de mis predecesores y en continuidad fiel con la tradición de dos mil años de la Iglesia”. Y como era el año del Sínodo de la Eucaristía, añadió: “¿Cómo no percibir en esta coincidencia providencial un elemento que debe caracterizar el ministerio al que he sido llamado?”. Se comprometió a “hacer todo lo posible para promover la causa prioritaria del ecumenismo”, a “proseguir el prometedor diálogo entablado por mis venerados predecesores con las diferentes culturas” y a “proponer al mundo la voz de Aquel que dijo: ‘Yo soy la luz del mundo’”, especialmente a los jóvenes.
Pero el texto más sorprendente es el saludo que dirigió ese año por Navidad a la curia romana (22-XII-2005). Aprovechó para ver dónde estaba la Iglesia. Juzgar la aplicación del Concilio, que fue una reforma y no una ruptura, y en muchos puntos queda pendiente de aplicación. Repasar las grandes cuestiones de la evangelización en relación con el mundo moderno, con tres preguntas: el diálogo con las ciencias (también la exégesis), el diálogo con el pensamiento político y el diálogo interreligioso. Y, de paso, dio una respuesta teológica sobre la libertad religiosa, que era uno de los motivos del cisma de Lefebvre. Texto para releer, subrayar y resumir. Realmente, una clave de las intenciones y enfoque del pontificado.
De las tres encíclicas de Benedicto XVI, la primera, Deus caritas est (2006), quizá es la más personal. Según la biografía de Seewald, ya estaba más o menos preparada la segunda parte: la caridad en la Iglesia, en relación con la labor asistencial y caritativa, con ánimo de insistir que la Iglesia no es simplemente una ONG, y que vive de la caridad de Cristo. Se le añadió una magnífica primera parte sobre lo que es el amor y el amor cristiano. Al leerla, se encuentra, sobre todo al principio, el estilo de Ratzinger. Spe Salvi (2007) también recoge una preocupación personal de Benedicto XVI: la esperanza, como mirada cristiana al futuro, a la salvación de Dios. Con su oscurecimiento y los modernos intentos de sustitución políticos y económicos. Y los lugares donde se puede recuperar: la oración, el actuar y el sufrir cristiano, y el anhelo de un juicio definitivo. Algunos destellos recuerdan su manual de escatología.
Caritas in veritate (2009) está escrita en la perspectiva de Populorum progressio (1967), de Pablo VI, y salió en medio de una crisis económica mundial (2008). Quería retomar la tradición de las grandes encíclicas sociales y avanzar sugerencias para abordar los problemas de la pobreza de tantas naciones. El desinflamiento del mundo comunista había hecho desaparecer respuestas y horizontes falsos, pero era necesaria una acción positiva. Repensar las condiciones de un desarrollo verdadero. Eso es una caridad eficaz, y, para los cristianos, inspirada en Cristo y con su ayuda.
Quedaría el boceto de la encíclica sobre la fe, después de la caridad y la esperanza (Lumen fidei), con su tema central Hemos creído en el amor, tan de Ratzinger, a la que le pilló el cambio de pontificado (2013) y quedó en sordina.
Las dos exhortaciones apostólicas se corresponden con dos sínodos. El primero convocado por Juan Pablo II, pero presidido por Benedicto XVI (2005), da lugar a Sacramentum charitatis (2007). Como hemos visto le parecía providencial centrarse en la Eucaristía para reavivar la vida de Iglesia. El tema del segundo sínodo (2008) supone un cierto cambio con la tradición preferentemente pastoral: la lectura cristiana de la Biblia, que da lugar a Verbum Domini (2010). Recoge su inquietud por difundir un acercamiento creyente a la Biblia. Por eso está sacando tiempo para escribir Jesús de Nazaret.
De este inmenso material, destacan, por más personales, los dos viajes a Alemania (2006 y 2011). Y no tienen desperdicio. Es evidente que la Homilía en la catedral de Ratisbona y el discurso en la Universidad, su universidad (2006), eran suyos, también por el revuelo que causó una cita anecdótica sobre la violencia musulmana. Revuelo, al final, felizmente reconducido. Pero el tema principal era muy suyo la relación entre ciencia y fe y el papel público de la fe.
En el segundo viaje a Alemania (2011), además del informal encuentro con periodistas y el conmovedor encuentro con seminaristas en Friburgo, está su memorable intervención en el Parlamento alemán recordando los fundamentos morales del estado democrático y la amarga experiencia de cómo un grupo sin escrúpulos (los nazis) podía hacerse con el poder.
Por supuesto que hay muchas más cosas en tantos viajes memorables: el entusiasmo de Polonia (2006), la entrada en la Mezquita azul de Estambul y los encuentros con el patriarca de Constantinopla (2006), el discurso a la intelectualidad francesa (2008), el recorrido por México y Cuba (2012). Y los buenos momentos de las Jornadas mundiales de la juventud en Colonia (2005), Sidney (2008) y Madrid (2011). Y, siempre en los viajes, el trabajo ecuménico.
Joseph Ratzinger siempre fue un estudioso atento de los progresos exegéticos e hizo mucho por estar bien informado, especialmente de la bibliografía alemana, como se aprecia claramente en los prólogos de estos tres libros. Pronto se dio cuenta de que, junto a notables aportaciones, el puro método histórico-crítico llevaba a encerrar los textos de la Biblia en el pasado, a hacerlos cada vez más lejanos y a concluir tal cantidad de hipótesis dispersas, que, en realidad, no se podía concluir nada.
Pero esto aplicado a la vida de Cristo suponía dejarlo encerrado en el pasado y distinguir casi radicalmente el Cristo de la fe confesado, del Cristo de la historia, en realidad perdido. De manera que todas las afirmaciones de la Iglesia, en perfecta conexión con las afirmaciones de los textos, quedaban en el aire. Pendientes de las hipótesis más disparatadas sobre cómo podían haberse compuesto en tan poco tiempo unas afirmaciones sobre la figura de Jesucristo, su divinidad, sus milagros, tan inverosímiles desde el punto de vista histórico puramente humano. Inverosímiles salvo que fueran realmente acción de Dios. Si no se parte de la fe, se ve uno obligado a hacer reconstrucciones realmente difíciles y perfectamente en el aire.
Con todo su saber, las tres partes de esta obra, es el intento de hacer una exégesis creyente, al mismo tiempo que informada, centrada en la fe en Jesucristo. Estaba convencido de la urgencia de este enfoque. Creía firmemente que era un servicio que él debía prestar. Lo había intentado y comenzado siendo prefecto, y tuvo el mérito increíble de llevarlo a cabo siendo Papa.
Evidentemente, su renuncia (2013) también encerraba una cuestión teológica: ¿tenía derecho a renunciar? Solo existía un precedente y en circunstancias especiales: la renuncia-huida de Celestino V (1294), porque otras fueron obligadas (Cisma de Occidente). Juan Pablo II se lo planteó y pensó que no era posible. Benedicto XVI se lo planteó y decidió que debía hacerlo y creó un precedente razonable.
Al final de su último libro-entrevista con Seewald (Benedicto XVI. Últimas conversaciones, Mensajero, Bilbao 2016), cuando ya estaba retirado, comentó su lema episcopal Cooperador de la verdad: “En la década de 1970, cobré clara conciencia de lo siguiente: Si nos olvidamos de la verdad, ¿para qué hacemos todo esto? […] Con la verdad, se puede colaborar porque es Persona. Es posible comprometerse con ella, intentar hacerla valer. Eso me pareció, al final, la verdadera definición de teólogo” (292). Desde entonces hasta el fin.
Juan Luis Lorda
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