El 18 de mayo de 2019 Guadalupe Ortiz de Landázuri fue beatificada en Madrid. Es el primer miembro del Opus Dei laico propuesto por la Iglesia como intercesor y ejemplo de santidad para todos los cristianos. Este estudio intenta aproximarse a la personalidad de la beata para comprender cómo se identificó con el mensaje de san Josemaría acerca de la santificación del trabajo. Con este fin, se ofrece un marco conceptual sobre la llamada a la santidad en el trabajo profesional; se describen las fuentes históricas para conocer la vida de Guadalupe Ortiz de Landázuri y se estudia cómo se refleja la conciencia de la santificación del trabajo a través de sus cartas a san Josemaría. Es decir, se analiza esa correspondencia como fuente histórica desde algunas nociones teológicas para mostrar cómo su vida encarna la vocación a la santidad en medio del quehacer profesional.
La mujer y el hombre son un proyecto divino[1]. Ambas criaturas, imaginadas para vivir libremente en perfecta armonía con Dios, recibieron una misión —creced y multiplicaos, y dominad la tierra- que incluía como un don la vocación al trabajo[2] como forma de relación con Dios y los demás. Creados a imagen y semejanza de Dios Uno y Trino estaban llamados a ayudarse en el ser, a ver al otro como alguien que merece ser amado, y a ocuparse con actitud creativa en la transformación de cuanto había sido creado a su alrededor en servicio del bien común con libre iniciativa personal. Después del pecado original ese orden se rompió; el trabajo comenzó a ser percibido más como un castigo que como una posibilidad de realización personal o de contribución social. En algunos casos se convirtió en una forma de dominio más que de servicio. Pero no se trata aquí de analizar la historia de la percepción social, filosófica o teológica del trabajo en general[3] sino de contemplar el trabajo como don recibido por Guadalupe Ortiz de Landázuri, en un tiempo concreto, a través de una vocación específica a la santidad en el Opus Dei y como respuesta amorosa, en lo grande y pequeño, al amor personal de Dios[4].
El 2 de octubre de 1928, fecha de fundación del Opus Dei, en el horizonte de la historia reaparecía con claridad la llamada universal a la santidad que, poco a poco, se había ido quedando en el olvido de los propios cristianos. El carácter divino del mensaje recibido y su fuerza transformadora, percibidos nítidamente por el joven sacerdote Josemaría Escrivá, le impulsaron a arrodillarse, agradecido y dispuesto[5]. Había comprendido lo específico de su llamada dentro del sacerdocio[6]: extender la invitación universal a ser santos en medio del mundo a través del trabajo y del cumplimiento de los deberes ordinarios. Cada uno, libre y fielmente, en su ambiente, su familia, sus circunstancias. No se trataba de una llamada a la excelencia y menos aún al perfeccionismo, sino a la santidad.
1. Una invitación universal: ser santos trabajando en medio del mundo.
En el extenso estudio mencionado, Burkhart y López desarrollan un contexto para enmarcar el acercamiento al concepto de qué es santificar el trabajo, santificarse con el trabajo y santificar a los demás con el trabajo. Así, la historia humana adquiere su sentido más profundo confluyendo en la historia de la salvación, que Dios realiza recapitulando en Cristo los actos libres de los hombres. Para Sanguineti, se trata de un proyecto abierto: «Dios mismo quiere provocar nuestra libertad, nuestro trabajo,nuestros esfuerzos, creando para nosotros un ámbito de azar, riesgo e incertidumbre, que da una peculiar consistencia a nuestra vida en la tierra, de cara a Dios y a los hombres»[7].
El cristiano ha de vivir la vida de Cristo en el hoy de la historia. En la medida en que el proceso de secularización se ha ido implantando en las sociedades desarrolladas como sucedáneo de modernidad, y ha ido presentando el cristianismo como desentendimiento del progreso, mayor es la necesidad de contribuir a la historia de la salvación realizando la salvación de la historia[8]. Y esta consiste en el perfeccionamiento del mundo, la promoción del progreso temporal, asimilado al compromiso vocacional del cristiano con el bien común, desde el bien libremente elegido. Cristo salva la historia con la colaboración de los cristianos. No obstante, lo que redime es el amor a Dios que se ponga en ese trabajo, no el éxito, el reconocimiento o la eficacia. El Reino de Dios no es «en un mejor estado de cosas en el mundo, sino un mejor estado de los corazones»[9]. Como escribe María Aparecida Ferrari, «santificarse es unirse a Dios, cooperar con la gracia que enriquece al hombre y transforma el mundo»[10].
Y lo que habitualmente nos sitúa en una posición de naturalidad social para esa contribución es el trabajo profesional ejercido o la perspectiva adquirida en la formación recibida, aunque la dedicación laboral sea en un campo distinto o tenga un sesgo diferente. Indudablemente hay otros ámbitos —las obligaciones familiares, de ciudadanía y solidaridad, las tareas de la casa e incluso las aficiones- que implican ocupación y entran en esa circulación de bienes invisibles que constituyen la economía de la salvación. Pero en general, todo individuo es reconocido o identificado como trabajador. Jesús de Nazaret era conocido como el hijo del carpintero o artesano, como Rabbí o como el profeta de Galilea[11].
San Josemaría entendió que santificar una actividad es convertirla en oración; y eso ocurre con el trabajo y las obligaciones cotidianas cuando nacen del amor[12]. El trabajo redimido y redentor redimensiona cualquier tarea como don de Dios. Además, incentiva la dimensión creadora de la vida humana, acendra la personalidad y sitúa a cada persona en un ambiente concreto. Allí cada cristiano está presente por derecho propio, no es invasor ni advenedizo, es un colega, un compañero; contribuye a la creación de un «nosotros». Desde esa presencia justificada y propia, la salvación de la historia a través del trabajo consiste en poner a Cristo en la cumbre de esa actividad con decisiones libérrimas y personales, con amor apasionado al mundo, con mentalidad laical y alma sacerdotal.
En 1930 —cuando Guadalupe aún estudiaba el bachillerato en el Instituto Miguel de Cervantes, ajena a esta espiritualidad que marcaría su existencia- Josemaría Escrivá supo que Dios también quería mujeres en el Opus Dei, que santificaran su trabajo, y enseñaran a muchas otras a santificarlo.
2. Guadalupe Ortiz de Landázuri (1916-75). Bibliografía y fuentes documentales para su conocimiento.
A comienzos del siglo XX la gran mayoría de las mujeres que desempeñaba una tarea remunerada trabajaba manualmente, o en ocupaciones que representaban una proyección social del cuidado familiar: maestras, enfermeras, modistas. Aquellas que trabajaban sin remuneración, se encargaban de las tareas domésticas dentro del propio entorno familiar. Otras que no tenían necesidad material de sustentar a su familia, se dedicaban a la vida familiar, a las relaciones sociales, a la beneficencia y al ocio culto, al autodidactismo, como también a las organizaciones políticas y de reivindicación de los derechos civiles. Pero esa realidad estaba cambiando. En 1872 se había matriculado la primera española en las aulas universitarias; para el fin de siglo, ya eran cuarenta y cuatro. La Real Orden de 16 de marzo de 1910 abrió las puertas de la universidad a todas aquellas mujeres que quisieran matricularse. Guadalupe Ortiz de Landázuri se matriculó en la Facultad de Químicas de la Universidad Central de Madrid en 1933 porque quería dedicarse a la investigación y la docencia, hecho que pone de manifiesto su inquietud científica e intelectual.
Comenzaremos exponiendo sólo su vida laboral: licenciada en Ciencias Químicas, ejerció como docente en centros p úblicos y privados; dirigió los trabajos de atención doméstica en una residencia universitaria en Bilbao; fue directora de Zurbarán[13], primera residencia para estudiantes universitarias gestionada por mujeres del Opus Dei en Madrid, a la vez que trabajaba en la Asesoría Regional[14]. Entre 1950-56 vivió en México; junto a Manolita Ortiz y Esther Ciancas comenzaron una residencia universitaria, Copenhague, en Ciudad de México. Promovió iniciativas educativas para mujeres indígenas o de sectores rurales, como Montefalco[15]. En 1956 trabajó en la Asesoría Central en Roma[16]. Su falta de salud le obligó a volver a Madrid, donde retornó a la investigación y la docencia. Realizó el doctorado con Piedad de la Cierva[17], sobre «Refractarios aislantes con cenizas de cascarilla de arroz», trabajo que defendió en 1965. Recibió por él el Premio Juan de la Cierva de investigación junto a Piedad de la Cierva y Antonia Muñoz, en cuyo proyecto se había integrado. Colaboró en la creación de una Facultad de Ciencias Domésticas en Madrid[18].
Cualquier lector de este esquemático repaso de sus ocupaciones profesionales, sin conocimiento alguno de la espiritualidad del Opus Dei, podría imaginar a Guadalupe como un espíritu nervioso, poco sedentario, dado a la multitarea, necesitado de cambiar de ambiente, con un itinerario vital zigzagueante, incluso asombroso para el tiempo en que vivió, y un retorno tardío a la investigación, la docencia y el doctorado. Guadalupe Ortiz de Landázuri podría parecer alguien con el alma dispersa. Nada tan contrario a la realidad integradora de la vocación, que no consiste en hacer, sino en ser y amar establemente. En cambio, quien conoce los motivos y cómo el espíritu del Opus Dei vivificó la existencia de Guadalupe puede descubrir en ella las siguientes virtudes: disponibilidad, servicio, abnegación, capacidad de aprendizaje, responsabilidad, laboriosidad, iniciativa, mentalidad amplia, sensibilidad.
Es decir, unidad de vida, coherencia, que convierte en correspondencia compacta al amor de Dios y por amor a Él toda la amplia gama de acciones posibles. Guadalupe Ortiz de Landázuri no era un alma dispersa, vencida por la discontinuidad, sino un alma enamorada, con un permanente amor de comunión. Esta concepción de la vocación como realidad que integra todas las dimensiones de la vida y les da sentido se encuentra presente en el núcleo de las enseñanzas de san Josemaría: «La vocación enciende una luz que nos hace reconocer el sentido de nuestra existencia. Es convencerse, con el resplandor de la fe, del porqué de nuestra realidad terrena. Nuestra vida, la presente, la pasada y la que vendrá, cobra un relieve nuevo, una profundidad que antes no sospechábamos. Todos los sucesos y acontecimientos ocupan ahora su verdadero sitio: entendemos adónde quiere conducirnos el Señor, y nos sentimos como arrollados por ese encargo que se nos confía»[19].
Ciertamente, para atisbar la profunda personalidad de esta mujer, necesitamos saber más. La bibliografía sobre Guadalupe Ortiz de Landázuri incluye productos en varios formatos y pensados desde distintas perspectivas: periodística, histórica, etc. La primera biografía publicada es de Mercedes Eguíbar Galarza[20], quien después publicó una versión más sintética y divulgativa[21]. En formato folleto, hay otro estudio de Amparo Catret y Mar Sánchez[22]. Cristina Abad[23] y Mercedes Montero[24] presentan a Guadalupe en dos libros recientes. Guadalupe aparece en la edición impresa del Diccionario Biográfico Español, en palabras de Brocos Fernández[25]; en Ecclesia[26], y en el Diccionario de san Josemaría[27]. Hay una breve semblanza escrita por el Prof. Martín de la Hoz en un artículo sobre las causas de canonización de algunos miembros del Opus Dei[28].
Este conjunto de estudios tiene básicamente las mismas fuentes: fondos procedentes del Archivo General de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei —documentación sobre y de la propia Guadalupe, de su hermano Eduardo y de su cuñada Laura Busca Otaegui—, testimonios escritos para su causa de beatificación por quienes la conocieron en España, en México, en Roma; entrevistas realizadas por Mercedes Eguíbar, recuerdos transmitidos por tradición familiar, o memorias de otras personas, como Margarita Murillo[29]. Eguíbar Galarza señala otras fuentes: prensa periódica, boletines oficiales, documentación militar o académica en archivos diversos, etc. No se trata de analizar el origen de la información, sino de señalar que lo que se nos cuenta se refiere a Guadalupe vista desde fuera.
3. Cartas a un santo. Anotaciones relativas al trabajo.
Pero si Guadalupe Ortiz de Landázuri recibió una vocación a santificar el trabajo y ha sido beatificada, es porque lo santificó y fue santificada en él. Para conocer cómo, no bastan las descripciones someras y externas, sino que hay que ir a las fuentes sobre Ortiz de Landázuri desde su intimidad. Esta posibilidad nos la han dado María del Rincón y María Teresa Escobar. O, mejor dicho, san Josemaría y la propia Guadalupe, a través de la correspondencia que ella le escribió y que se conserva en el Archivo General de la Prelatura en Roma[30]. María del Rincón y María Teresa Escobar publicaron una selección de fragmentos del epistolario que Guadalupe escribió a Josemaría Escrivá —al Padre— a lo largo de los años. Fueron 350 cartas entre el 19 de marzo de 1944 y el 22 de junio de 1975[31]. En ellas tenemos a Guadalupe por dentro. Ella misma se lo explicaba a san Josemaría: «Quisiera afinar más cada día (…) en lo que ve todo el mundo y sirve de estímulo a los demás y en lo que sólo ven Dios y mis directoras y usted, porque es mi alegría que ellas y mi Padre me conozcan tan bien como el Señor»[32].
La disposición de estas anotaciones —no exhaustivas— es cronológica, por exigencias de la metodología histórica, y para contemplar el crecimiento interior de Guadalupe. Pero se hace necesario recuperar algunas ideas expuestas al principio antes de abordar, con delicadeza, la intimidad que muestra en estas cartas que no iban dirigidas a nosotros. El hombre y la mujer creados como proyecto divino, a imagen y semejanza de Dios Uno y Trino, son individuos relacionales. Cualquier aspecto de lo que somos y hacemos puede convertirse en liberación del ensimismamiento y en alegre aceptación de la condición relacional. El sentido humano del trabajo posibilita la creación de la alteridad propia del bien común. El sentido cristiano sublima esta dimensión, ya que el trabajo es materia de santificación porque nos pone en relación de comunión con Dios y los demás a través de la disposición personal, no de la materialidad de la ocupación concreta. Y esa relación implica dos realidades profundas que se conjugan en primera persona del singular: amor y libertad.
Guadalupe pidió la admisión en el Opus Dei el 19 de marzo de 1944. Entonces daba clase en dos centros educativos. Poco después, comenzó a vivir en Jorge Manrique, el primer centro de mujeres en Madrid y, por tanto, en el mundo. Le gustaba trabajar en la doble vertiente como docente e investigadora. Pronto comprendió que en esa familia sobrenatural de la que formaba parte hacía falta su capacidad para el trabajo del hogar, el mismo que ella había visto realizar a su madre, Eulogia Fernández de Heredia, en su casa. Guadalupe abandonó su zona de confort para abordar una tarea que desconocía y para la que no estaba especialmente dotada (justo al revés que para las dos que dejó). Pero lo entiende como una forma libre de amar y servir. Escribía al Padre: «Ahora estoy encargada de la ropa y limpieza, como nunca había estado. En muchas cosas estoy equivocadísima, y soy tan tonta que muchas veces sin ninguna experiencia digo lo que se me ocurre con una seguridad que es hasta molesta, esto lo suelo hacer sin darme mucha cuenta y luego lo comprendo y rectifico»[33]. Aprendió, reconoció su inexperiencia y superó los pequeños fracasos.
Desde Madrid, se fue a Bilbao para desempeñar el mismo trabajo y dirigir la administración doméstica de una residencia de estudiantes universitarios: «Padre: Qué alegría me da decirle que aquí me tiene, ahora haciendo cabeza y mañana en el último puesto, siempre contenta porque sirvo al Señor»[34]. En este breve texto aparece una secuencia bien interesante: la alegría como consecuencia de trabajar donde haga falta para servir sin elegir categorías humanas. Las tareas no eran sencillas, pero Ortiz de Landázuri no temía la equivocación, que no es un fracaso sino un intento. Así expresaba que: «Sigo bastante calamidad, el otro día al preparar unos purificadores me confundí y saqué mal los hilos (luego se pudo arreglar, pero el aturdimiento lo hubo)»[35]. Obviamente, le contaba esto al Padre porque quería ser transparente no en la materialidad del desastre sino en la falta de atención o dedicación al trabajo: «Coso muy chapucera, por no poner toda la cabeza y querer correr»[36].
Poco después, de nuevo en Madrid, como directora de la Residencia Zurbarán y como miembro de la Asesoría plasmaba nítidamente su decisión de trabajar unida al Padre al servicio de la voluntad de Dios; así se lo manifestaba en estas líneas: «Todo lo que Dios me ha dado (salud, alegría, etc.) quisiera gastarlo únicamente en trabajar mucho, mucho (…) Yo sólo sé que, en donde usted quiera, estoy dispuesta a obedecer, a discurrir y a trabajar todo lo que soy capaz»[37]. Evidentemente, ese «donde usted quiera» iba más allá del vínculo filial-sobrenatural respecto al fundador; no se trata de solicitudes arbitrarias por parte de este, sino de una triple confluencia de voluntades: Dios, san Josemaría y Guadalupe, en este caso. Además, se detecta otra secuencia clave: obedecer-discurrir-trabajar o libertad-inteligencia-voluntad de servicio a pleno rendimiento de capacidad, «mucho, mucho… todo». Iba creciendo en conocimiento propio; por ejemplo, escribía: «Siento que es entonces precisamente cuando yo me estoy conociendo verdaderamente como el Señor me ve (…) Padre, pida mucho por mí, y por todas estas cosas ¡que se llene la Residencia este año y sean buenas chicas! […] ¡Que se decidan estas chicas que estamos tratando y podrían ser santas!»[38].
Que la dedicación de Guadalupe Ortiz de Landázuri a la Residencia no era resignación o renuncia sino una prioridad elegida con amor familiar se atisba en este renglón de confianza filial: «¡ que termine el doctorado ahora, aunque estudio16 muy poco!»[39]. Ella no abandonaba su proyecto de hacer el doctorado; lo consiguió veinte años después de esta mención. Su escaso estudio, por otra parte, no es holganza sino exceso de otros trabajos. Casi un año después, volvió a escribir: «Estoy haciendo la tesis a ratos libres (que son pocos), pero si Dios quiere la terminaré en octubre. […] Tengo que ir al laboratorio; allí también hay chicas para hacer apostolado, así que el poco tiempo que voy también lo aprovecho. Pida por ellas.»[40]. Ella no dejaba de evangelizar, de aprender y mejorar en su trabajo como directora de la Residencia Zurbarán: «Creo que vamos teniendo experiencia en esto de la Residencia y muchas de las pegas de este curso tienen buen arreglo. Hacemos nota de todo»[41]. No perdía la paz por no sacar tiempo para su investigación, y disfrutaba de verdad haciendo con la misma intención e intensidad otras cosas: «Padre: ya vamos teniendo la casa un poco más organizada. Yo me he ocupado estos días de la administración [doméstica], me metí en la cocina, y disfruté mucho, hacía tanto tiempo que no lo hacía… desde Bilbao. Padre, ahora estoy segura de que no me importa nada en absoluto estar haciendo cabeza o estar obedeciendo y ocupándome de lo que sea»[42].
Luego, las cosas no eran tan sencillas, pero la sinceridad de Guadalupe ante Dios reconducía las situaciones, cuando el esfuerzo, la dispersión o las necesarias ocupaciones habían erosionado su vida de oración. Así, apuntaba en su carta: «He fallado mucho en el cumplimiento de las normas de piedad, con el cambio de casa y trabajo me despisté mucho, pero ya hago propósitos de que no me vuelva a pasar»[43]. Un año y medio después, ya desde México, volvía a mostrar su disposición libre de dedicación en trabajo, piedad, vida de familia y apostolado: «¡Tengo tantas ganas de servirle, materialmente trabajando todo lo que sea capaz mi cuerpo […]; y espiritualmente, entregándome totalmente yo y ayudando a mis hermanas y a todas las personas que trato, para que lleguen al máximo!»[44].
Tres años después, ya había tres centros del Opus Dei en Ciudad de México y uno en Monterrey, con la consiguiente acumulación de trabajo. Así se lo contaba al fundador: «hemos pasado unos meses tremendos porque al mismo tiempo se mudaron las tres casas de México y la de Monterrey: parecíamos locas. (…) Desde que tenemos oratorio, todo marcha mejor (…)»[45]. El trabajo, y el influjo que recibe gracias a la Eucaristía, parece marcar el tono de santificación y serenidad por encima del clima de saturación y atolondramiento. Por otra parte, aparecen signos de un proceso de desprendimiento del trabajo en un sentido positivo: saberse y hacerse prescindible pertenece a la austeridad. Es una actitud que manifiesta que la tarea profesional no es una afirmación personal o una propiedad territorial. Guadalupe Ortiz de Landázuri lo concretaba así: «Voy repartiendo a cada una su responsabilidad. […] Yo me he quedado con la formación de las nuestras […] y con los problemas económicos (porque todavía no hay quien me los resuelva)»[46]. Libremente, afirma las capacidades ajenas dándoles responsabilidad, y quedándose con el trabajo más difícil o menos grato.
Afrontaba las dificultades diarias a la hora del desasimiento: «Es muy difícil, estando yo que hasta ahora he llevado un poco todo —dirección de las nuestras, administraciones domésticas, apostolado, etc.— eliminarme. Estoy dispuesta a procurarlo»[47]. No son sólo palabras huecas, sino que lo solicita con franqueza: «Padre, ya llevo muchos años haciendo cabeza, ¿no sería bueno empezar a hacer pies? Pero ya sabe que aquí, o donde me ponga, estaré contenta sirviendo a Dios en la Obra»[48]. Desprendimiento, alegría, servicio, voluntad de Dios a través de la decisión sobrenatural del Padre. «Hasta ahora he pedido, y me he esforzado por conseguir esas virtudes imprescindibles en casa (piedad, trabajo, alegría, apostolado, espíritu de sacrificio, etc.), y eso es lo que también he pedido y procurado para todas»[49].
En 1956, Josemaría Escrivá llamó a Guadalupe Ortiz de Landázuri para formar parte de la Asesoría Central en Roma: su forma de hacer pies era seguir haciendo cabeza. Pero una grave cardiopatía, latente desde la adolescencia, se manifestó abiertamente en su segundo año romano, 1958, con riesgo de su vida. Se vio la necesidad de que regresara a Madrid, para ser operada. Superó la crisis, se repuso y volvió a la docencia y la investigación, a la vez que planteaba al Padre que seguía disponible para todos y cualquiera de los trabajos necesarios: «Yo me encuentro muy fuerte, Padre, y pienso que por donde me han cosido ya no me rompo, así que cárgueme, que el borrico está para eso»[50].
A la vez, le contará al Padre que «me encanta enseñar y es impresionante cuánto se puede hacer»[51] o también: «Lo mismo en las clases de Filosofía, a las que asisto como alumna, que en las clases de Física y Química que doy como profesora (en mi trabajo profesional), disfruto muchísimo»[52]. Con la confianza mutua que tienen, Guadalupe Ortiz de Landázuri sabe que puede manifestar todo su entusiasmo, porque no es impedimento para que el Padre —llegado el caso de la necesidad— pueda pedirle dedicación a otras tareas. Por ejemplo, el 30 de diciembre de 1964 escribió: «Si las cosas van como parece, muy pronto leeré la tesis (me la dirige Piedad de La Cierva); (…) Si salen oposiciones para Enseñanza Laboral, donde ahora estoy de profesora, estoy dispuesta a presentarme y también a dejarlo todo cuando me digan (…)»[53]. Los avances profesionales que relataba al Padre tienen un rostro concreto, el de las personas a las que puede ayudar a conocer y mejorar la vida cristiana: «Me hace una gran ilusión el apostolado que se puede hacer allí —ahora van cerca de 1.000 alumnas de 12 a 20 o más años—, y todavía algunas especialidades ni empiezan»[54]. En todo caso, cualquier trabajo hecho por amor a Dios, libremente y lo mejor posible aporta santidad y contribuye a la salvación de la historia. De nuevo dice a san Josemaría lo que definía su vida: «Trabajo, hago apostolado y rezo lo mejor que puedo. Quiero hacerlo mejor y, si usted se acuerda de encomendarme, quizá lo consiga»[55]. El día que leyó la tesis, escribió: «Padre, en estos folios va el resumen de muchas horas de trabajo. Hace unos momentos acaba de ser calificado «cum laude» y quiero apresuradamente ponerlo en sus manos, con todo lo que soy y tengo, para que sirva»[56]. Dos años después, en una larga carta relataba sus vicisitudes en las distintas oposiciones a las que se presentó, al final aprobó las de Enseñanza Profesional, para quedarse en Madrid, en la Escuela de Maestría Industrial Femenina. En un párrafo añadía: «S ólo quiero decirle que, como todo lo demás, este nuevo paso en mi trabajo profesional está en sus manos… (no me ata nada, gracias a Dios)»[57].
No es una mujer ensimismada en su trabajo, todo lo contrario: «Y o, Padre, con muchas ganas de servir ahora en este nuevo trabajo: la Facultad de Ciencias Domésticas (…) He dado clases a los dos grupos y he puesto todo lo que soy capaz en la tarea de enseñar. Es una nueva alegría que tengo que agradecer a Dios y a usted, que mi trabajo profesional pueda ser útil en esta labor de Casa tan querida: administrar [la casa]»[58]. O también: «Estoy contenta, rezo, trato a bastante gente y estudio, además de dar clases»[59]. Dos años después, se mantiene en esta disposición como se percibe en esta afirmación: «Quiero ocuparme mucho y bien de mis hermanas, del apostolado y de la casa. En el trabajo tengo también varias metas: dar un paso más en la cátedra de Enseñanza Profesional Oficial, y la posibilidad de un premio de investigación con la publicación de un libro sobre Textiles… todo enfocado hacia las Ciencias Domésticas (…)»[60].
En 1974 con la c átedra ganada por oposición, el ministerio y el claustro de profesores le propusieron que fuera la directora del Instituto. Explicaba al Padre que evitó ser nombrada: «De verdad que no me lo esperaba; más bien pensaba que no caía bien y que mi influencia era nula en el conjunto (…) He sentido tener que renunciar. Hubiera podido hacer una labor preciosa (con más de 1.000 alumnas de 15 a 25 años). ¡Si esto me coge hace unos años! Ahora, mi resistencia física no lo hubiera soportado (…)»[61]. Guadalupe, que dejó pasar oportunidades profesionales para dedicarse a su familia, el Opus Dei, reconocía ahora su desgaste físico y no accedió al cargo. No necesitaba esta afirmación personal, su aspiración era de rango diferente y le conducía siempre hacia la alteridad — «hubiera podido hacer una labor preciosa… con más de mil alumnas…» -. Guadalupe seguía enfocada en la relación trabajo-almas-historia de la salvación: «Pida mucho, Padre, por mí y por esta casa, para que todas […] demos al máximo, que no nos falte generosidad en nada, y que yo sepa llevar el palito[62] y ayudarlas. Quiero rezar por todas las intenciones que le preocupen: la Iglesia, la doctrina, los sacerdotes, y hacerlo bien, siendo alegre y dando buen ejemplo»[63]. Guadalupe Ortiz de Landázuri santificó su enfermedad con este mismo espíritu; trabajar —en alguno de sus ingresos hospitalarios, hacía pruebas de desmanchado químico en textiles en el lavabo de su habitación— rezar y ofrecer su vida, colaborando así con la historia de la salvación.
4. A propósito de Guadalupe. Conclusiones.
Actualmente, ¿qué aporta la beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri? ¿c ómo pueden entenderla los hombres y mujeres de buena voluntad y honradez intelectual, trabajen en lo que trabajen, sean o no creyentes? Por una parte, vivimos en un tiempo desconcertado, que trata de encerrar la vida real en un constructo ideológico definido por cuestiones superadas: la postmodernidad, la posverdad y el transhumanismo son teóricamente sus grandes logros, pero las ideologías son sistemas cerrados que no suelen buscar una salida hacia la realidad, porque si la encontraran, tal vez no podrían soportarla sin derrumbarse. Tiempos desconcertados, pero no desconcertantes: la Verdad no se inmuta, porque es inmutable. Y aunque nadie la reconociera —que no es el caso- seguiría ofreciéndose a todos en el ser de las cosas, universalmente asequible a quienes la buscan. De hecho, el pensamiento realista, personalista, humanista, sigue tratando de encontrar respuestas profundas a las inquietudes de la gente corriente. Al ser beatificada, Guadalupe Ortiz de Landázuri ha sido reconocida bienaventurada. Tal vez esa es la clave en que los hombres y las mujeres de esta época vertiginosa y maravillosa que es la nuestra puedan entender la beatificación: todos queremos ser felices.
Quienes hemos de inmutarnos somos los ciudadanos, en esa contribución al bien común —que pasa por el conocimiento de la verdad- desde el trabajo. El pintor que pinta, el carnicero que corta, o la catedrática que enseña están aportando vitalidad real al curso de los acontecimientos humanos; y si son cristianos además colaboran con la Historia de la Salvación a través de la Salvación de la Historia. Al principio de este artículo señalaba c ó mo Guadalupe Ortiz de Landázuri podría parecer alguien con el alma dispersa. Nada tan contrario a la realidad integradora de la vocación cristiana, que no consiste en hacer, sino en ser y amar establemente, también a la hora de trabajar. Guadalupe no fue un alma dispersa sino un alma enamorada, con amor de comunión. Por eso fue beatificada el pasado 18 de mayo en Madrid. Por eso, es reconocible en estas palabras de Juan Pablo II en la Carta a las Mujeres: «Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del “misterio”, a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad»[64]
Adelaida Sagarra Gamazo, en es.romana.org/
Notas:
[1] Cfr. JUAN PABLO II, Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, BAC-documentos, Madrid, 1988, n. 6.
[2] ERNST BURKHART - JAVIER LÓPEZ, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría. Estudio de teología espiritual, Rialp, Madrid, 2013. En el volumen 3, capítulo 7, apartado 1.4 La santificación de las realidades temporales se desarrollan las enseñanzas teológicas de san Josemaría necesarias para comprender que la vocación al trabajo es un don de Dios.
[3] La producción filosófica, histórica y teológica sobre el tema es muy amplia. Sirva como punto de partida la voz «Trabajo, santificación del» escrita por ILLANES compendiando la visión de Josemaría Escrivá y con una primera relación bibliográfica, en JOSÉ LUIS ILLANES (Coord.), Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Instituto Histórico San Josemaría Escrivá de Balaguer-Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2013, pp. 1202-1210.
[4] La espiritualidad del Opus Dei tiene como materia de santificación el trabajo y las obligaciones ordinarias, comunes a todos los cristianos.
[5] Josemaría Escrivá hacía unos ejercicios espirituales en Madrid. Llevaba rezando más de diez años para que Dios le hiciera ver qué quería de él; su reacción al saberlo fue de humildad y agradecimiento.
[6] San Josemaría explicaba que se hizo sacerdote sin saber para qué, es decir, intuía que Dios le reservaba un destino concreto —unido a su vocación sacerdotal— diferente a ser el «cura» o a dedicarse a la carrera eclesiástica.
[7] JUAN JOSÉ SANGUINETI, «La libertad en el centro del mensaje del Beato Josemaría Escrivá», en AA.VV., La grandezza della vita quotidiana, Pontificia Università della Santa Croce, vol. III (ANTONIO MALO, ED.), La dignità della persona umana, Pontificia Università della Santa Croce, 2013, pp. 81-99 (vid. p. 95). El énfasis en cursiva es mío.
[8] Cfr. ERNST BURKHART — JAVIER LÓPEZ, 2013, vol. 1, pp. 182-198. Soy consciente de la poda argumental que he realizado para este breve artículo.
[9] ERNST BURKHART — JAVIER LÓPEZ, 2013, vol. 1, p. 194.
[10] MARÍA A. FERRARI, «Palabras e imágenes sobre la santificación del trabajo», en MARÍA A. FERRARI, (Ed). En Trabajo y santidad. Coloquio con monseñor Fernando Ocáriz, pp. 47-81, Rialp, Madrid, 2019, p. 81.
[11] En un artículo reciente del Profesor López Díaz, J. «Nota histórica y teológica sobre la santificación del trabajo», el autor señala algunos laicos que respondieron a la llamada a la santificación del trabajo y están en proceso de beatificación y los cita identificados por su profesión «Guadalupe Ortiz de Landázuri, profesora de Química (…) el ingeniero Isidoro Zorzano (…) la estudiante Montserrat Grases (…) el ingeniero suizo Toni Zweifel (…) o los esposos Tomás y Paquita Alvira». Cfr. MARÍA A. FERRARI (Ed.), en el libro Trabajo y santidad. Coloquio con monseñor Fernando Ocáriz, pp. 13-46, Rialp, Madrid, p. 46.
[12] Cfr. ERNST BURKHART — JAVIER LÓPEZ, 2013, vol. 3, pp. 52-53.
[13] Los Colegios Mayores han sido lugares de referencia de la cultura de su tiempo. De esta tradición bebe la Residencia Universitaria Zurbarán desde 1947, fecha en que comienza a desarrollar su actividad. Zurbarán es una iniciativa de las mujeres del Opus Dei. MERCEDES MONTERO DÍAZ, “Los comienzos de la labor del Opus Dei con universitarias: la Residencia Zurbarán de Madrid (1947-1950)”, en Studia et Documenta: Rivista dell’Istituto Storico san Josemaría Escrivá, número 4, Roma, 2010, pp. 15-44.
[14] La Asesoría Regional está constituida por varias mujeres que trabajan junto al vicario regional y al vicario secretario regional en el impulso, organización y gobierno de las iniciativas formativas y apostólicas promovidas por el Opus Dei en las distintas regiones. Se denomina región a una circunscripción gobernada por un vicario delegado del prelado.
[15] LUCINA MORENO-VALLE — MÓNICA MEZA, “Montefalco, 1950: una iniciativa pionera para la promoción de la mujer en el ámbito rural mexicano”, en Studia et Documenta: Rivista dell’Istituto Storico san Josemaría Escrivá, número 2, Roma, 2008, pp. 205-229.
[16] La Asesoría Central está constituida por varias mujeres que trabajan junto al prelado, el vicario Auxiliar, el vicario General, el sacerdote secretario central en el impulso, organización y gobierno de las iniciativas formativas y apostólicas promovidas por el Opus Dei. Tiene su sede en Roma.
[17] Piedad de la Cierva fue una destacada científica española. Obtuvo la licenciatura de Ciencias por la Universidad de Valencia en 1932. Realizó su tesis doctoral en Madrid en el Instituto Rockefeller. Ganó una beca de ampliación de estudios en el Instituto Niels Bohr de Copenhague. Después de la guerra civil española continuó su investigación científica trabajando en campos de estudio en los que fue pionera, como el vidrio óptico o la fabricación de ladrillos refractarios. Fue una de las primeras mujeres del Opus Dei. Cfr. INMACULADA ALVA RODRÍGUEZ, Piedad de la Cierva: una sorprendente trayectoria profesional durante la segunda república y el franquismo, Arbor, 2016, 192 (779): a322. Doi: http://dx.doi.org/10.3989/arbo.... También cfr. MARÍA JOSÉ BÁGUENA CERVELLERA, http://dbe.rah.es/biografias/6....
[18] Esta Facultad es un centro privado, también llamado CEICID -Centro de Estudios e Investigación de Ciencias Domésticas- cuyo objetivo es ofrecer una formación de calidad a quienes quisieran hacer del cuidado de la familia su trabajo profesional, en el ámbito doméstico o en colectividades como residencias, colegios, clínicas, etc. Desde 1968 han sido muchos los programas diseñados para impulsar esa formación y las personas beneficiadas tanto en España como en el resto del mundo. En 2006, una filósofa peruana, Mª Pía Chirinos Montalbetti publicó su libro Claves para una antropología del trabajo en el que explica que la excelencia en el trabajo doméstico es una dimensión esencial para la solidez de una familia porque el ambiente de familia, el calor hogareño es una fuente de equilibrio, de autoestima y de libertad interior que ayuda al crecimiento de personas maduras. Guadalupe y otras mujeres habían comprendido esto en los años 60 del siglo XX.
[19] SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, n. 45, pp. 115-116.
[20] MERCEDES EGUÍBAR GALARZA, Guadalupe Ortiz de Landázuri. Trabajo, amistad y buen humor, Rialp, Madrid, 2001.
[21] MERCEDES EGUÍBAR GALARZA, Guadalupe Ortiz de Landázuri, Palabra, Madrid, 2007.
[22] AMPARO CATRET MASCARELL — MAR SÁNCHEZ MARCHORI, Se llamaba Guadalupe. Una mujer dedicada al servicio de los demás, Palabra, Madrid, 2002.
[23] CRISTINA ABAD CADENAS, 2018, La libertad de amar , Palabra, Madrid, 2018.
[24] MERCEDES MONTERO DÍAZ, En Vanguardia. Guadalupe Ortiz de Landázuri, 1916-1975, Rialp, Madrid, 2019, 310 pp.
[25] JOSÉ MARTÍN BROCOS FERNÁNDEZ, «Ortiz de Landázuri y Fernández de Heredia, María Guadalupe», en Diccionario biográfico español, vol. XXXIX, Real Academia de la Historia, Madrid, 2012, pp. 115-116.
[26] S. A., «Guadalupe Ortiz de Landázuri», Ecclesia, 2001, vol. LXI, número 3078, pp. 1838.
[27] MERCEDES EGUÍBAR GALARZA, «Ortiz de Landázuri, Guadalupe», en JOSÉ LUIS ILLANES MAESTRE (ED.), Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Burgos, Monte Carmelo - Instituto Histórico Josemaría Escrivá, 2013, pp. 926-927.
[28] JOSÉ CARLOS MARTÍN DE LA HOZ, «Información sobre las causas de canonización de algunos fieles del Opus Dei», en Studia et Documenta: Rivista dell’Istituto Storico san Josemaría Escrivá, número 7, Roma, 2013, pp. 433-449.
[29] MARGARITA MURILLO GUERRERO, Una nueva partitura. México-Roma (1947-1955), Rialp, Madrid, 2001.
[30] Se citarán haciendo referencia al libro, dado que es la fuente original. Las autoras, a su vez, citan rigurosamente la referencia archivística de cada documento.
[31] MARÍA DEL RINCÓN — MARÍA TERESA ESCOBAR, Letras a un santo. Cartas de Guadalupe Ortiz de Landázuri a san Josemaría Escrivá, Letra Grande (edición en papel), Roma, 2018. Hay versiones PDF, ePub y Mobi, 77 pp. En este artículo se ha utilizado la versión electrónica del libro, y se cita conforme a su paginación.
[32] Ibid. p. 59, Madrid, 19 de marzo de 1960.
[33] Ibid., p. 43, Madrid, 31 de diciembre de 1945.
[34] Ibid., p. 52, Bilbao, 17 de marzo de 1946.
[35] Ibid., p. 44, Bilbao, agosto de 1946. Lo purificadores son paños de lino, con los que el celebrante de la Santa Misa enjuga y purifica el cáliz.
[36] Ibid., p. 44, Bilbao, agosto de 1946.
[37] Ibid., p. 53, Madrid, 17 de mayo de 1947.
[38] Ibid., pp., 53-54. Madrid, 31 de agosto de 1948.
[39] Ibid., pp. 53-54, Madrid, 31 de agosto de 1948.
[40] Ibid., p. 44, Madrid, 4 de julio de 1949.
[41] Ibid., p. 45, Madrid, 18 de agosto de 1949.
[42] Ibid., p. 45, Madrid, 1 de noviembre de 1949.
[43] Ibid., p. 46, Madrid, 1 de noviembre de 1949.
[44] Ibid., p. 55, México D.F., 29 de junio de 1950.
[45] Ibid., p. 46, México D.F., 22 de julio de 1953.
[46] Ibid., p. 46, México D.F., 22 de julio de 1953.
[47] Ibid., p. 46, Cuautla (México), 14 de septiembre de 1953.
[48] Ibid., p. 58, México D.F., 12 de diciembre de 1955.
[49] Ibid., p. 47, México D.F., 19 de marzo de 1956.
[50] Ibid., p. 59, Madrid, 28 de mayo de 1959.
[51] Ibid., p. 47, Madrid, 1 de octubre de 1962.
[52] Ibid., p. 60, Madrid, 14 de febrero de 1963.
[53] Ibid., p. 48/49, Madrid, 30 de diciembre de 1964.
[54] Ibid., p. 48/49, Madrid, 30 de diciembre de 1964.
[55] Ibid., p. 60, Madrid, 19 de marzo de 1963.
[56] Ibid., p. 49, Madrid, 8 de julio de 1965.
[57] Ibid., p. 49, La Pililla (Ávila), 6 de febrero de 1967.
[58] Ibid., p. 50, Los Rosales (Madrid), 9 de enero de 1969.
[59] Ibid., p. 50, Madrid, marzo de 1971.
[60] Ibid., p. 50, La Pililla (Ávila), 4 de septiembre de 1973.
[61] Ibid., p. 51, Madrid, 13 de enero de 1974.
[62] Es una alusión popular a la batuta de un director de orquesta, que dirige y armoniza el trabajo de todos sin sustituir a cada uno.
[63] MARÍA DEL RINCÓN — MARÍA TERESA ESCOBAR, p. 51, Madrid, 13 de enero de 1974.
[64]https://w2.vatican.va/content/... (consulta 10/10/2019).
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