Sumario
1. Perfume derramado en la casa de la Iglesia.- 2. Juan Pablo II, Papa de la Eucaristía.- 3. El Sínodo de Obispos de II y la Exhortación Apostólica, herencia de Juan Pablo II.- 4. El sello de Benedicto XVI.
En la presentación de la Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis, el Vicedecano de la Facultad de Teología, D. Juan Miguel Díaz-Rodelas, pronunció la conferencia que transcribimos a continuación en Dialogos de Almdí 2007.
1. Perfume derramado en la casa de la Iglesia
Un Papa que ocupa la Cátedra de San Pedro durante veintiséis años marca sin duda la vida de la Iglesia por mucho tiempo. Si ese Papa se llamaba Juan Pablo II, el Papa que venía de lejos, su huella no sólo es difícil de borrar, sino que resulta de hecho imborrable. Cuando se tiene en cuenta además que a ese Papa le sucede alguien que había colaborado con él estrechísimamente durante veintitrés años, se explica que aquella huella se deje sentir de manera casi imperceptible. En todos los ámbitos.
El propio Benedicto XVI daba pie a esta percepción de las cosas cuando afirmaba en la homilía de la Misa celebrada el segundo aniversario de la muerte de su predecesor: "Para nosotros, reunidos en oración para recordar a mi venerado predecesor, el gesto de la unción de María de Betania entraña ecos y sugerencias espirituales. Evoca el luminoso testimonio que Juan Pablo II dio de un amor a Cristo sin reservas y sin escatimar sacrificios. El perfume de su amor llenó toda la casa (Jn 12, 3), es decir, toda la Iglesia. Ciertamente, resultamos beneficiados nosotros, que estuvimos cerca de él, y por esto damos gracias a Dios; pero de él pudieron gozar también todos los que lo conocieron de lejos, porque el amor del Papa Wojtyla a Cristo era tan fuerte e intenso que rebosó, podríamos decir, a todas las regiones del mundo.
La estima, el respeto y el afecto que creyentes y no creyentes le expresaron con motivo de su muerte, ¿no son acaso un testimonio elocuente? San Agustín, comentando este pasaje del evangelio de san Juan, escribe: La casa se llenó de perfume; es decir, el mundo se llenó de la buena fama. El buen olor es la buena fama... Por mérito de los buenos cristianos, el nombre del Señor es alabado (In Io. evang. tr., 50, 7). Es verdad: el intenso y fecundo ministerio pastoral, y más aún el calvario de la agonía y la serena muerte de nuestro amado Papa, dieron a conocer a los hombres de nuestro tiempo que Jesucristo era de verdad su todo".
El perfume derramado por Dios en su Iglesia con la vida y la obra de Juan Pablo II se percibe también en este pequeño rincón de la casa común de la Iglesia que es la "Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis" dirigida recientemente por S.S. Benedicto XVI "al episcopado, al clero, a las personas consagradas y a los fieles laicos sobre la Eucaristía, fuente y cúlmen de la vida y de la misión de la Iglesia". Y es lógico que se descubra. Porque Juan Pablo II fue un Papa señaladamente eucarístico. Para apoyar este calificativo, que, como bien se sabe, no soy el primero en aplicar al Siervo de Dios, baste recordar su iniciativa de escribir todos los años una carta a los sacerdotes en la proximidad del Jueves Santo. Cuando se vuelve al contenido de aquellas cartas, leídas y meditadas por multitud de sacerdotes de todo el mundo que vivían en circunstancias muy dispares y, a veces, incluso en situaciones de crisis, el calificativo de "eucarístico" parece quedarse corto. Porque la existencia de Juan Pablo II estuvo impregnada, toda ella, por la Eucaristía. Y bien se le podría llamar, sin quitar el título a quien ya lo lleva, "El Papa de la Eucaristía".
2. Juan Pablo II, Papa de la Eucaristía
De hecho, los cinco últimos años de su pontificado fueron eminentemente eucarísticos: el 2000, año del Jubileo del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, tuvo una marcada orientación eucarística: "El Dos mil será un año intensamente eucarístico: en el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida divina" (Tertio Millenio adveniente). En línea con la intensidad eucarística del año del Jubileo, resaltada con la celebración de un Congreso Eucarístico en Roma en el año 2000, tres años más tarde veía la luz la encíclica Ecclesia de Eucaristía, última del llorado Pontífice. En el marco del Año de la Eucaristía, proclamado por el mismo Papa e inaugurado en octubre de 2003 con un Congreso Eucarístico Internacional en Guadalajara de México, la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos publicó el documento Año de la Eucaristía. Sugerencias y Propuestas; y el propio Juan Pablo II la Carta Apostólica Mane nobiscum, Domine. Para señalar la clausura solemne del citado Año Eucarístico, el Papa convocó para octubre de 2004 el Sínodo de los Obispos dedicado al tema de la Eucaristía. El Pontífice había previsto hacerse presente en el Congreso inaugural de México y, lógicamente, presidir la celebración del Sínodo. Su estado de salud empeoró notablemente y le impidió viajar a México. En abril del año siguiente el Señor llamó a su seno a aquel servidor bueno y fiel, cuyo testimonio de fe en los últimos meses de su vida impresionó profundamente a todo el mundo.
3. El Sínodo de Obispos de II y la Exhortación Apostólica, herencia de Juan Pablo II
Pero el Sínodo estaba convocado y Benedicto XVI confirmó tanto su celebración como el tema sobre el que tendrían que trabajar los PP Sinodales; además, como es bien sabido, se entregó en cuerpo y alma al desarrollo de las sesiones. Fruto de aquella Asamblea es esta Exhortación Pastoral, cuyo propósito es "retomar la riqueza multiforme de reflexiones y propuestas surgidas en la reciente Asamblea General del Sínodo de los Obispos desde los Lineamenta hasta las Propositiones, incluyendo el Instrumentum laboris, las Relationes ante et post disceptationem, las intervenciones de los Padres sinodales, de los auditores y de los hermanos delegados, con la intención de explicitar algunas líneas fundamentales de acción orientadas a suscitar en la Iglesia nuevo impulso y fervor por la Eucaristía. Consciente del vasto patrimonio doctrinal y disciplinar acumulado a través de los siglos sobre este Sacramento, en el presente documento deseo sobre todo recomendar, teniendo en cuenta el voto de los Padres sinodales, que el pueblo cristiano profundice en la relación entre el Misterio eucarístico, el acto litúrgico y el nuevo culto espiritual que se deriva de la Eucaristía como sacramento de la caridad" (Sacramentum caritatis 5).
De cuanto he dicho resulta más que evidente que el Sínodo y la Exhortación postsinodal son, en buena medida, herencia directa de Juan Pablo II, a quien Benedicto XVI evoca explícitamente en la introducción a aquélla y cita con abundancia tanto en el texto como en las notas.
4. El sello de Benedicto XVI
Ahora bien, no cabe duda de que el sello del Papa Ratzinger se descubre en este documento desde su mismo título: Sacramentum caritatis. Es verdad que dicho título no es nada original, pues la Eucaristía es el Sacramento del amor. Pero, siendo un título más que normal, en él se recoge uno de los términos que, citando un texto de la primera Carta de San Juan, abría la primera Encíclica de Benedicto XVI, a la que también daba título. Afirma de hecho en la Exhortación: "Deseo relacionar la presente Exhortación con mi primera Carta encíclica Deus caritas est, en la que he hablado varias veces del sacramento de la Eucaristía para subrayar su relación con el amor cristiano, tanto respecto a Dios como al prójimo: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros".
Es decir, el título conduce la exhortación apostólica al que, ya desde antes de la Encíclica pero sobre todo después de ella, se mostraba como el gran centro de interés del Pontífice actual: el amor.
Una simple y superficial búsqueda de ordenador permite constatar el uso que hace la Exhortación del vocabulario del amor. He aquí una estadística de urgencia en ese sentido: amor aparece cincuenta y tres veces; caridad, doce y el verbo "amar", en sus distintas formas, veintisiete veces más. De estos usos, para dejar claras las cosas, cinco se concentran en el primer número y "amor" se hace presente también en el último, con lo que todo el documento queda encerrado en el gran círculo del amor.
El sello personal de Joseph Ratzinger en el documento se descubre, además, a mi entender en otra serie de detalles, algunos de ellos menores, y otros más significativos: el desarrollo sistemático del discurso, cuya dinámica interna descubre al teólogo que es Benedicto XVI; la claridad y la sencillez de la exposición, que, incluso en el caso de algunas frases de enorme hondura teológica y espiritual, puede ser seguida y entendida por cualquier creyente de formación media; finalmente, algunas notas explicativas a pie de página, típicamente académica (p. ej. nota 6 del nº 3). Más importante que todo esto es, sin embargo, el fuerte sabor a tradición, a pensamiento anclado en la Escritura y en la rica herencia de los Padres de la Iglesia y de los grandes maestros de la teología y de la espiritualidad. En este sentido, la palma se la lleva, como es lógico, san Agustín, gran maestro del Papa actual, a quien cita ocho veces en el texto y una más en las notas. Pero junto a él encontramos citados, de entre los Padres, a san Policarpo, san Justino, san Ignacio de Antioquía, san Ireneo, san Cipriano, san Cirilo de Jerusalén, san Juan Crisóstomo. Y entre los teólogos y maestros/maestras de espiritualidad y santos eucarísticos, a santo Tomás de Aquino (sólo una vez en el texto y tres en las notas), santa Catalina de Siena, santa Teresa de Lisieux, san Francisco de Asís, Carlos de Foucauld, san Pascual Bailón, Beata Teresa de Calcuta El Papa recoge además algunas frases preciosas de esa tradición que representan las Actas de los Mártires, hoy tan poco consideradas, pero que alimentaron durante siglos la fe del pueblo sencillo. Estoy pensando concretamente en la cita de las Actas de san Saturnino, san Dativo y otros mártires africanos recogida en la conclusión del documento: sine dominica non possumus.
Entre los aspectos más importantes, que revelan el sello de Joseph Ratzinger en la Sacramentum caritatis, yo señalaría además, y para concluir, el fuerte impulso teológico que impregna la entera exhortación. Como es lógico, ese impulso se evidencia de modo particular en la primera parte del documento, titulada "La Eucaristía, misterio que se ha de creer". Pero no resulta menos evidente en la segunda y en la tercera, en las que aborda aspectos que podríamos considerar menos elevados, más prácticos y vivenciales. Sus títulos son respectivamente, como sabéis: "La Eucaristía, misterio que se ha de celebrar" y "La Eucaristía, misterio que hay que vivir".
Pero tendré que concluir, pues ya me he alargado más de lo debido en esta introducción a los Diálogos de Teología del año 2008, que la Biblioteca Sacerdotal Almudí viene organizando desde hace algunos años como ayuda preciosa a los sacerdotes en la necesaria reflexión de la fe, y que este año se celebran en el Salón de Actos de de esta Facultad de Teología y en colaboración con la Sección Diócesis de la misma. Estoy seguro de que la importancia del documento sobre el que vamos a reflexionar y la indiscutible categoría de los ponentes harán de estas jornadas, con la ayuda de Dios y la intercesión de Santa María, una ocasión de gracia para nuestra vida sacerdotal.
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